Adanismo

Abundan los que creen que con ellos comenzó todo. Da igual el tema, desde que estas criaturas llegaron a este mundo se ha iniciado una nueva era: la de los que piensan que milenios de civilización no han servido para nada y que la humanidad precisa de su sabia orientación para poder salir adelante. Estos pedorros nos rodean por cualquier lado, frecuentan los parlamentos y las universidades, los tenemos que aguantar en la familia y pululan por los medios y la red, incluso dando la paliza en nuestro entorno profesional o laboral. Como los cretinos del opúsculo de Cipolla, los de ahora tampoco admiten discrepancias a sus ocurrencias, fundadas en antológicos disparates desde la óptica que se prefiera.

Los mastuerzos que me ocupan cumplen determinadas condiciones. Una muy extendida es considerarse lo más de la modernidad. Seguir los patrones establecidos fruto de la experiencia acumulada les suele provocar escozor, aunque vengan justificados por la pura lógica o la más elemental razón de ser. Como me pasa cuando no tengo criterio definido sobre algo, en que espero que algún insensato se pronuncie para hacerlo en el sentido contrario, si un adanista advierte que determinado asunto está basado en la prueba y el error desde hace mil años, de inmediato frunce el ceño y se aventura hacia la opción opuesta, aunque ni la tenga antes sopesada.

Esta estolidez tan acusada tampoco entiende de materia. La he visto en padres que deciden alimentar a sus chiquillos con métodos “naturales” que los dejan gravemente desnutridos o les matriculan en antros de enseñanza “alternativa” que funcionan como auténticos criaderos de cuervos que el día de mañana sacarán ojos. O en parejas que se empeñan caprichosamente en enredarse en monumentales carajales que acaban siempre como el rosario de la aurora y les perjudican a sus protagonistas o a sus entornos. La he escuchado en las cámaras legislativas a las que he acudido a apostillar proyectos de normas que ya existían o que resultaban de imposible promulgación por muy diversos motivos legales. La he padecido, en fin, en centros educativos en los que anidan pájaros con la intención de ejercer de rutilantes redentores y que al poco tiempo empiezan con sus oscuros manejos, incluidos turbios tinglados cuasidelectivos que pasan desapercibidos por los infelices que se creen que mandan mucho y bien.

Recelar de estos personajes no es solo prudente, sino obligado. Los que parten de cero sin echar la vista atrás son los patanes contemporáneos, esa colección de percebes que continúan multiplicándose en estas épocas presididas por sinsustancias.

Otra modalidad también visible de esta puerilidad la protagonizan los que pregonan que hasta lo más infausto “va a salir bien”, como si la adversidad pudiera desaparecer por arte de birlibirloque. Mientras no nos convenzamos de que solo sale como tiene que salir lo que se analiza y resuelve con fórmulas maduras que pueden apuntar soluciones, cacarear ese optimismo de anuncio de cosméticos constituye una cargante manifestación de candidez infantil, por decirlo con suavidad, ya lo auspicien Administraciones, empresas privadas o el sursum corda.

Como vivimos en plena etapa crepuscular, asoman de nuevo los que alardean de su estulticia sin rubor. A este paso alcanzaremos un punto en que sostener cosas como esta se considerará reaccionario a tope, porque la estupidez humana se ha envuelto en la bandera del progresismo oficial y legiones de presuntuosos indocumentados la siguen a pies juntillas, convencidos de que dos más dos son cinco.

Por eso, que a nadie extrañe que las cosas vayan como van tal y como está el patio. Hasta parece milagroso que sigamos funcionando con tanta tropa así por ahí suelta.

 
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