Javier Fumero

Agotados y exhaustos

Esa es mi impresión: se agotan las fuerzas para sobrellevar esta situación excepcional. A las puertas de que se cumpla un año desde que España sufrió un insólito y brutal confinamiento en los hogares que duró tres largos meses, con 80.000 fallecidos a nuestras espaldas y una incertidumbre que no hay forma de mitigar, los españoles empiezan a dar muestras de agotamiento.

Las causas son, entiendo, de diverso tipo:

a) No hay visos de mejoría a corto plazo. La irrupción de las vacunas salvadoras fueron una buena noticia y las campañas de vacunación se pusieron en marcha. Pero los datos confirman que ese proceso va para largo. No se puede confiar en él para una rápida vuelta a la normalidad. Además, el virus parece más agresivo ahora. No hay tregua. Hay que seguir guardando las distancias. Más si cabe.

b) Los muertos pesan. Son cifras tremendas y todo aquel que no viva una existencia superficial puede percatarse del drama que supone perder a esos que se marchan antes de tiempo. A esto se suma que no hay forma de dar una despedida adecuada a los difuntos. No hay forma de hacer un duelo mínimamente decente y reparador.

c) Echamos de menos a familiares y amigos. Es mucho tiempo ya de alejamiento, de separación, de distancia. No quieres poner a nadie en riesgo y por eso no te atreves a recuperar las reuniones, las comidas, las citas, las cenas amigables… esos lugares donde cargábamos las pilas, donde redimensionábamos los problemas de la vida cotidiana, donde nos sentíamos realmente queridos.

d) El teletrabajo también genera estrés. Estamos encantados porque presenta ventajas evidentes y le sacaremos partido. Pero el trabajo a distancia también ha llegado con efectos no tan deseados: no cambias de ambiente y da lugar a una nueva y perniciosa monotonía, la dificultad para desconectar de la vida profesional, el reto de llevarlo a cabo con personas dependientes a tu cargo en casa (menores o ancianos), el desafío que supone si no se dispone de la infraestructura adecuada…

e) Todo son alertas y amenazas. Si se fijan, la vida social se ha llenado de bocinazos, de advertencias. Están por todos lados: cuidado con esto, no se te ocurra lo otro, absténgase de aquello, ni hablar de recurrir a eso, es usted un irresponsable si opta por lo de más allá… Cada nuevo día trae consigo su correspondiente admonición.

f) En lo físico también estamos padeciendo. No se puede hacer ejercicio en condiciones y el cuerpo se resiente. Prohibidos los deportes en grupo. Ni hablar de pisar un gimnasio, potencial zona cero del coronavirus. Ganamos kilos y cuesta mucho liberarse del estrés. Consecuencia: se duerme peor.

g) Psicológicamente el desgaste es también importante. Tardaremos en darnos cuenta pero es indudable que esta situación de precariedad, de fragilidad, de vulnerabilidad está afectando al ánimo de la población. La voluntad de no perder la esperanza y el coraje sigue ahí pero hay días en que faltan las fuerzas. Vamos para 12 meses de esa extraña sensación de vivir dentro de un mal sueño… del que no terminamos de despertar.

 

Charlando el otro día con un amigo de todo esto, me habló de un remedio: vivir el presente. Quizás sea un buen consejo para estos tiempos de tribulación.

Más en twitter: @javierfumero

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