Así sufre una médico joven la ‘guerra’ del coronavirus

La residente dobla turnos de guardia en el Hospital Severo Ochoa de Madrid: “no es que se te quite la vocación, pero te replanteas si esto es vida”

Médicos del Severo Ochoa
Médicos del Severo Ochoa

Cada año unos 7.000 jóvenes eligen plaza en diferentes hospitales de España para pasar cuatro años de formación médica. Se distribuyen las especialidades entre pediatría, ginecología, anestesia, medicina interna y un largo etc. Pero este año, de repente, nada es igual. La llegada del coronavirus ha arrasado con las especialidades y con la formación de los jóvenes. Ahora todos los hospitales solo tienen una prioridad común: frenar la pandemia. 

“Esto es desolador”. Así define Iciar Hernández, una médico de primer año, su experiencia estos días en el Hospital Severo Ochoa de Madrid. Su centro, como la gran mayoría, se ha transformado en dos semanas de manera exagerada. Concretamente este hospital de Leganés es uno de los más saturados durante esta crisis. “Es un infierno… muchos dicen que, a lo mejor es exagerado, pero nosotros lo comentamos mucho, las urgencias son literalmente un hospital de guerra”, explica la joven de 25 años. 

Su vida ha cambiado de un día para otro y ha pasado de tener una rutina de lo más normal a que mucha gente la considere una ‘heroína’. “No sé si vivir esto es una fortuna o una desfortuna, porque al final te gusta ayudar y estás ahí dándolo todo, pero vivir esto es una desgracia”. 

Iciar, como muchos compañeros, está doblando guardias y descansa solo veinticuatro horas cada cinco o seis días. “Cuando te quedas en casa al final estás todo el rato leyendo artículos…la implicación emocional es brutal”.  

Empezó siendo una gripe para todos 

Reconoce que al principio nadie lo tomó en serio, ni siquiera ellos en el hospital. “Muchos médicos pensábamos que esto era una gripe. Un poquito más grave y que se complicaba en caso de morbilidad pero ya está”. 

No eran especialmente cuidadosos con la protección: guantes, mascarilla y poco más. Con el paso de los días se dieron cuenta de que las cosas no iban bien: “nos empezó a llamar la atención cómo los pacientes empezaban con neumonías parcheadas y en cuestión de tres días tenían el pulmón totalmente infiltrado”. 

La progresión del virus era rapidísima tanto a nivel respiratorio como digestivo y saltaron todas las alarmas. “Nos empezaron a dar charlas en el hospital y empezamos a usar los EPIs”. 

Iciar cuenta que ha visto a su doctora adjunta, de 45 años, llorar varias veces de impotencia: “Ella ha vivido el 11M, el aceite de colza, que también fue un boom a nivel médico, y dice que esto no tiene precedentes”. 

Del respeto al miedo 

Como no existe un tratamiento todo se basa en hacer pruebas, pero cada vez adelantan más los estadios de gravedad: “ahora cada vez ponemos antes los antiretrovirales y luego, el medicamento que se usaba en la malaria”. Además, los protocolos se van actualizando casi a diario, pero la evolución de cada paciente es totalmente imprevisible. 

 

“Antes teníamos respeto al virus… ahora la gente tiene miedo”. 

La edad para admitir a pacientes en UCI es cada vez más baja. “Empezamos con 70 años y ahora ya está en 65”, dice la joven. “El mensaje que ponen los médicos para desestimarlo dice literalmente que, aunque por ausencia de enfermedades y por la gravedad del estado requeriría atención en la unidad de vigilancia, se desestima por el único criterio de la edad. Esto quiere decir que le dejas morir… es muy muy triste”. 

La joven cree que ha pasado la enfermedad porque ha tenido alguna sintomatología, pero no le han hecho la prueba ni se ha quedado en casa al no haber tenido fiebre. “Esto también genera mucha impotencia. Puedo ser yo un peligro, pero no te hacen la prueba porque no hay para todos”. 

Algún compañero suyo, de su misma edad, que está en la UCI, intubado con una neumonía bilateral. “Por eso asusta, porque lo ves muy cercano”. 

Lo único que puedes hacer es darle la mano

Para la joven médica lo más triste es saber que no puedes hacer más con el paciente “Ayudas a la gente a morir… gastas todo lo que tienes y más en tratamientos y aún así… lo único que puedes hacer es darle la mano”

Reconoce que esta situación le afecta a nivel personal, tiene pesadillas por las noches y emocionalmente el nivel de implicación es demasiado alto. “A mí, por ejemplo el otro día un hombre de 70 años ya casi sin oxígeno me preguntaba ¿pero yo me voy a morir? Yo lo único que podía hacer era ponerle más sedación”

Las llamadas a familiares, la peor parte

“Llamar a los familiares también es traumático”, explica. “Para ellos, su familiar ingresó hace unos días y estaba bien. Te piden por favor que hagas algo… y no se puede”. 

La comunicación con ellos es constante para transmitir malas noticias. En el Severo Ochoa en un día normal moría, como mucho, una o dos personas al día. “Ahora en mi planta están firmando 7 y 8 muertes diarias”, explica Iciar, “cuando entrabas al principio preguntabas cuántos contagiados nuevos, ahora preguntamos cuántos muertos”. 

Los aplausos no son una tontería 

Para ella la sensación en las urgencias también ha cambiado. “Por lo general eran lugares super desagradecidos, la gente te chilla, se quejan de la espera. Ahora no. Las personas están volcadas y solo recibes agradecimientos”. 

Reconoce también, que se ha planteado muchas cosas “No es que se te quite la vocación, pero te replanteaas si esto es vida”, dice, “Al final es acostumbrarte a ver continuamente muertes, día a día. Y nosotros también somos humanos. Todos decimos que nos van a quedar secuelas de esto”. 

Iciar insiste que, aunque pueda parecer un gesto sin importancia, a ella y a sus compañeros el momento de los aplausos en la ventana es el que más le reconforta del día. 

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