Por la boca… Consejo de Ministros ni normal, ni sosegado, ni tranquilo

Pedro Sánchez y Josep Borrell, en el Consejo de Ministros.
Pedro Sánchez y Josep Borrell, en el Consejo de Ministros.

Cuando para que se pueda reunir el Consejo de Ministros en una capital española hay que situar en esa capital a 9.000 miembros de las fuerzas de seguridad, por mucho que se empeñe la vicepresidenta del Gobierno, no es fácil hablar de normalidad.

El Consejo de Ministros del próximo viernes en Barcelona, además de presentar todos los elementos de anormalidad posibles, presenta una característica definitiva: lo interesante, lo que despierta la curiosidad en esa reunión, no son los acuerdos, ni los posibles decretos (incluso los que hagan concesiones sin cuento a Cataluña) ni las decisiones en materia de asuntos exteriores o relacionadas con Europa, con las pensiones, con el salario mínimo, con el empleo, con la enseñanza o con la sanidad. Lo único que interesa a la gran mayoría de la opinión pública y, por supuesto, a la llamada clase política, son los disturbios, los trastornos y las algaradas que se prevén en la Ciudad Condal.

Cuando para que se pueda reunir el Consejo de Ministros en una capital española hay que situar en ella a 9.000 miembros de las fuerzas de seguridad, por mucho que se empeñe la vicepresidenta del Gobierno, no es fácil hablar de normalidad, ni de sosiego ni de tranquilidad.

En Cataluña hay de casi todo menos sosiego, normalidad y tranquilidad. Habría que preguntar sobre eso a cualquier viandante, que ya quisiera para sí, en su día a día barcelonés, tan solo uno de los guardias que van a tener los ministros.

Habría que hablar de sosiego a los comerciantes que tiemblan los días de manifestaciones por sus escaparates, por el saqueo de sus establecimientos y hasta por su propia integridad física.

Habría que explicar lo de la normalidad al estudiante que quiere ir a su universidad, simplemente a estudiar y a aprender.

Habría que hablar de distensión al hostelero que contempla una merma preocupante en la ocupación de su establecimiento.

Y habría que saber si los ciudadanos normales -independentistas o no-encuentran habitualmente sosiego, tranquilidad y normalidad en las calles de Cataluña.

Si a todo eso añadimos la vergonzante llegada de los ministros, casi de tapadillo, sin saber el cómo ni el cuándo, mientras Pedro Sánchez –tampoco sabemos cómo y cuándo llegará a Barcelona- implora una reunión con el presidente autonómico, para la cosa de la distensión, del diálogo, de la serenidad, del sosiego y de la normalidad, habrá que llegar a la conclusión de que la idea del desplazamiento no ha sido precisamente feliz.

 

Y para muestra bastaría el botón del lugar de la reunión. Cualquier bien pensante diría que esa reunión del Consejo de Ministros se va a celebrar en dependencias de la Delegación del Gobierno, o en alguna sala de la sede de la Generalidad, que dicho sea de paso es la máxima representación del Estado Español en Cataluña. Pues más bien no. La reunión del Consejo de Ministros del Gobierno de España en Barcelona, se va a celebrar en la sede de una entidad, prácticamente privada, que nada tiene que ver, ni dependencia alguna, con órganos de gobierno ni de España, ni de la Generalidad de Cataluña.

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