Por la boca… La dictadura del Parlamento

Lo dijera o no Alfonso Guerra, haya muerto o no haya muerto, hay que reconocer que en España, Montesquieu nunca ha tenido muy buena prensa. Con las mayorías absolutas o las más o menos holgadas, vivíamos una clara dictadura del Ejecutivo en la que el líder del partido ganador de las elecciones se convertía en una especie de dictador democrático que tenía en sus manos los tres poderes clásicos. Ahora que las mayorías han desaparecido y el legislativo se atomiza, estamos ante un claro pendulazo y asistimos, al menos eso es lo que pretenden algunos, a una dictadura del Parlamento.

Una vez conseguida la investidura, Mariano Rajoy –dicen- no podrá hacer nada sin la autorización del Parlamento. Todo habrá que dialogarlo, pactarlo y consensuarlo. El Presidente del Gobierno se convertiría así en una especie de gestor que hará lo que le digan que haga.

Se confunde la soberanía nacional, el mandato de las urnas y lo podres del legislativo, con la capacidad de decisión, de dirección y hasta de iniciativa legislativa, que tiene que tener un Gobierno. Se confunde la función de fiscalizar, de controlar y de pedir cuentas, con la de ejecutar la política del país

Todos admitimos alegremente que el actual Gobierno ha nacido lastrado por su debilidad parlamentaria y por la necesidad de pactar cualquier decisión. Una cosa es la necesidad de negociar y de consensuar iniciativas legislativas y otra muy diferente gobernar con las manos atadas.

Con mayorías o sin ellas, el gobierno está para gobernar, para decidir y para llevar la iniciativa en la ejecución de las políticas nacionales. Políticas y ejecuciones de las que tendrá que dar cuanta al legislativo, que fiscalizará esas actuaciones y autorizará o denegará, en su caso, iniciativas legislativas.

La política  española siempre ha tenido rasgos atípicos. Dejando a un lado aspectos concretos, situaciones coyunturales y hasta filias y fobias personales, no se entiende muy bien – a no ser por el desengaño personal de algunos políticos- el horror que para muchos supone la posibilidad de un pacto entre un partido conservador y la socialdemocracia. Un pacto que en la mente de algún populismo se califica de traición y de ‘triple alianza’ en un tono absolutamente descalificador que no tolera ni el aplauso conjunto, aunque se trate de un pacto que sería, y es, de lo más normal en cualquier país democrático.

En cualquier caso no deberíamos tragarnos, sin más, la píldora de que ahora en España se gobierna desde la Carrera de San Jerónimo y no desde el palacio de La Moncloa y sí deberíamos leer más despacio los artículos de la Constitución que definen el Gobierno de la Nación y sus funciones.

 
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