José Apezarena

Pena de Cataluña

Cruceros en el puerto de Barcelona.
Cruceros en el puerto de Barcelona.

Cataluña anda en tiempos de malaventuras. No sale de una y entra en la siguiente. Se le acumulan las calamidades, las malas noticias. Y, en no pocas ocasiones, es víctima de la estupidez.

Más de 200.000 personas se han visto de nuevo confinadas en la provincia de Lleida como consecuencia de contagios por coronavirus, y con ello las estructuras sanitarias provinciales, regionales y autonómicas han vuelto a quedar en evidencia por sus carencias y limitaciones. Han necesitado pedir ayuda a zonas limítrofes.

Por lo visto, les falta también dinero. De forma que la Generalitat ha solicitado al Gobierno (a Madrid, como diría alguno) que recurra al fondo de rescate europeo (el MEDE) para que les envíe 4.500 millones de euros. Un pellizco.

Resulta que el Gobierno ha prohibido este verano el atraque en España de medio millar de cruceros, lo que impedirá el desembarco de hasta dos millones de turistas. Y uno de los puertos más afectados va a ser Barcelona. Casi parece un castigo, porque es la Barcelona que se ha empeñado en combatir el turismo.

Como también podría parecer un castigo lo ocurrido con la factoría de Nissan en la Zona Franca. Unos concejales y un ayuntamiento dedicados a “perseguir” el coche acaban de encontrarse con el cierre definitivo de una fábrica histórica, lo que supone la pérdida de 3.000 empleos directos. Los afectados seguro que se sienten agradecidos a la alcaldesa, Ada Colau.

La parcela independentista no anda mucho mejor, con la creación de otro partido más, promovido por el prófugo Puigdemont, que ha disuelto la Crida y se propone arrebatar al PdeCAT la denominación JxCat.

Y ahora están con que en Cataluña se habla “demasiado castellano”. Lo ha expresado de forma oficial la consejera de Cultura, que se llama Mariàngela Vilallonga. Había protestado por la emisión de una serie bilingüe en “su” cadena, TV3, y ahora, hablando en el Parlament, se ha quejado diciendo: “Considero que en esta Cámara se habla demasiado castellano”.

Cuando se le argumentó que el castellano es, como el catalán, lengua cooficial, respondió que “las lenguas propias de Cataluña son el catalán, el occitano y el aranés”.

Bueno, si tanto padecen los nacionalistas con la presencia indeseada del castellano, se me ocurre una solución: que lo prohíban. A ver si se atreven.

 

Cuando escribía estas líneas, me acordé de un suceso de los años sesenta. En 1967 fue nombrado arzobispo de Barcelona un vallisoletano de pro, don Marcelo González Martín, posteriormente cardenal de Toledo y primado de España.

El nuevo obispo fue recibido con fuertes resistencias desde sectores católicos catalanistas, al grito de “Volem bisbes catalans!” (‘Queremos obispos catalanes’).

En aquel momento, como reflejo de la numerosa emigración llegada a Cataluña, se hizo en broma famoso un eslogan de respuesta que decía así: “Como somos mayoría, lo queremos de Almería”.

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