Censura al fotoperiodismo español en una pandemia no apta para adultos

Los fotoperiodistas españoles denuncian que la pandemia de coronavirus se ha censurado. Que no han podido reflejar con su trabajo la grave realidad que estamos viviendo desde marzo. Que los políticos han teledirigido la crueldad de este virus poniendo en prime time los balcones de aplausos, y que muchos medios se han contagiado de ese miedo a incomodar. Hablan de una patología llamada​ sesgo. Gervasio Sánchez, Santi Palacios, Judith Prat, Sandra Balsells, Ricardo Garcia Vilanova, David Airob, Marcos Moreno y Ana Palacios exigen una reflexión social sobre el secuestro de una información que no nos han contado, sobre el tabú de la muerte cercana y sobre la comunicación infantil de la tragedia más potente vivida en este país, después de la Guerra Civil.
Ojos bajo mascarillas sobre retícula de censura y fondo amarillo-autocensura. Ilustraciones: Álvaro Sánchez León.
Ojos bajo mascarillas sobre retícula de censura y fondo amarillo-autocensura. Ilustraciones: Álvaro Sánchez León.

Están acostumbrados a acercarnos el dolor y la injusticia de las guerras con una ética intachable. Sus objetivos nos meten en la vida real, que es más heavy que la ficción. Y casi nueve meses después de esta pandemia están frustrados, porque se les han cerrado las puertas para fotografiar lo que estaba pasando en un país con más de 43.000 muertos oficiales, miles de ciudadanos sonámbulos con las esperanzas por los suelos y una plaga de negacionistas que habrán visto más aplausos que pieles amarillas descamadas en las UCI de España.

La historia de esta tragedia ocultada comienza, en realidad, el 31 de enero de este año negro. Cuando el Centro Nacional de Microbiología del Instituto de Salud Carlos III confirma el primer caso de coronavirus avistado en territorio nacional: un turista alemán en La Gomera se queda sin vacaciones. Lentamente progresan los contagios, pero seguimos mirando a Wuhan. Naufragan los casos en pateras de miedo en los hospitales del país. Las residencias de ancianos se convierten en tanatorios. Se decreta el estado de alarma. Y un candado disfrazado de derecho a la intimidad se echa sobre la triste realidad cerrando las puertas a los fotoperiodistas y convirtiendo el drama en una elipsis retratada, mayoritariamente, con aplausos a las 20.00 y balcones travestidos de fiesta de espasmos.

A Ricardo Garcia Vilanova la explosión de la pandemia le pilló aterrizando de la guerra de Armenia. Y su experiencia en estos meses concluye con un símil gráfico: “Es más fácil trabajar en una zona de conflicto que entrar en un hospital de aquí”. ¿Por qué? ¿Caos? ¿Miedo? ¿Censura? En su opinión, “en la comunicación de esta pandemia en España ha habido ocultismo”.

Quizás, por eso piense que “la imagen de esta tragedia está descafeinada. Ha habido muchos muertos y, sin embargo, se ha narrado con fotografías de personas aplaudiendo, celebrando no sé muy bien qué, como si estuviéramos hablándole a una sociedad infantilizada. Todo eso ha generado que no nos hayamos sensibilizado lo suficiente. A estas alturas del drama quedan negacionistas, porque no han visto la realidad”.

Garcia Vilanova es un fotógrafo freelance que lleva más de 20 años retratando conflictos y crisis humanitarias. Ha realizado reportajes sobre la Primavera Árabe y el ISIS, y sus trabajos se han publicado en Life, Newsweek, Time, The New York Times, The Washington Post, The Wall Street Journal, Le Monde, Liberation, Paris Match, The Guardian, The Times, Die Welt, Der Spiegel… Fue el único periodista gráfico que ha estado en Siria desde el inicio de la guerra. Y el 16 de septiembre de 2013 fue secuestrado por el ISIS en el control fronterizo de Tal Abiad junto con el periodista Javier Espinosa. Seis meses sin libertad.    

Con toda esa mili en sus carretes, considera que “el periodismo ha fracasado en esta pandemia. Habrá para siempre una censura de nuestra memoria histórica, porque no ha sido documentada la crisis más grave después de la Guerra Civil”.

Garcia Vilanova: “El periodismo ha fracasado en esta pandemia. Habrá para siempre una censura de nuestra memoria histórica, porque no ha sido documentada la crisis más grave después de la Guerra Civil”

 

Ante una sociedad acostumbrada a ver dolor, muerte, soledad y pobreza importadas desde países lejanos, Garcia Vilanova denuncia “una doble moral” que transige “con imágenes de niños ahogados o de víctimas de atentados, y después esconde nuestros muertos. La muerte, para las autoridades, sigue siendo un tema tabú. Las personas que gobiernan han querido contar la pandemia a una sociedad inmadura y han infravalorado la madurez del periodismo casi sin ningún tipo de resistencia”.

 

Con dos décadas de fotografías con conciencia en una mochila impecable, con el dolor de la humanidad en el epicentro de sus retratos, señala que, en este país, “los gobiernos nos han robado la libertad de estar bien informados. Ya no somos los ciudadanos los que decidimos qué vemos o qué leemos, y este abuso no se está solucionando durante la segunda ola”.  

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Gervasio Sánchez lleva 40 años trabajando en zonas de conflicto. 40 años, uno detrás del otro. Sus ojos han visto muchos corazones de piedra, muchos corazones de carne y mucha gente sin corazón. Pero lo que no habían vislumbrado nunca en España es este muro artificial que esconde la realidad: “En la cobertura de esta crisis hemos vivido obstáculos insalvables, prohibiciones y censuras. Tengo 61 años y nunca había visto esta violación de la libertad de prensa y esta privación del derecho a la información de la sociedad”.

Sostiene: “Maquillar lo que ha ocurrido es intolerable. Los errores del Estado y de las comunidades autónomas son patentes en la comunicación de esta pandemia”.

En estas cuatro décadas Gervasio Sánchez ha sido reportero gráfico en la mayor parte de los conflictos armados de América Latina. Y en la Guerra del Golfo, y en la de Bosnia, y en todas las batalles reales derivadas de la fragmentación de la antigua Yugoslavia. También ha puesto su cámara entre los fuegos cruzados de algunas contiendas sangrientas en África y Asía. Por eso su experiencia y su prestigio tienen un peso en el periodismo español, y su voz dice ahora que “estamos viviendo una censura inédita en todo el mundo. Y en España, mucho más”.

Sin filtros, afirma que “Moncloa ha pretendido controlar la información para que no mostremos la letalidad de esta pandemia. Y los medios españoles han sido poco activos en exigir una cobertura distinta. Por eso pervive aún la sensación de que este virus no es tan grave y por eso se ha diluido su impacto en la sociedad”.

Gervasio Sánchez: “Moncloa ha pretendido controlar la información para que no mostremos la letalidad de esta pandemia. Y los medios españoles han sido poco activos en exigir una cobertura distinta”

 

            ¿Los medios se han contagiado de ese miedo a contarnos la realidad negativa?

-Los medios han consentido en el afán político de desdramatizar esta grave crisis de salud pública y se han alineado con la verborrea política y la propaganda más que con la calidad de información. Ha sido una falta de seriedad en un país con más de 43.000 muertos reconocidos y muchos más que faltan por reconocer.

Con mucha tralla encima y unos cuantos reconocimientos gordos -Mejor Periodista del Año (1993), Premio Ortega y Gasset (2008), Premio Nacional de Fotografía (2009), Premio Julio Anguita Parrado (2011)…- Sánchez ha cubierto la pandemia como ha podido en un país en el que “nos hemos tenido que colar en los focos de la realidad para hacer nuestro trabajo”. Cree que en estos meses de hidrogel “hemos hecho mucho periodismo de salón y de balcón”. Y ha hablado sobre la censura impuesta personalmente “con muchos periodistas importantes, para intentar que levantaran la voz, pero nadie me ha hecho caso”.

Está indignado. Sus ojos experimentados nunca habían visto “morir con tanta soledad, y he estado en las hambrunas de Somalia, en las epidemias de Ruanda, Angola y Sudán, y en la crisis del ébola. En las guerras, los niños mueren en brazos de sus madres. En esta pandemia se ha negado a muchos familiares el último adiós y se podían haber hecho las cosas de otra manera. Los servicios funerarios constatan que los protocolos covid han sido extremadamente rigurosos”. Pero entre el miedo, las urgencias y el “no-pasar”, en cada capital de la tragedia solo hemos oído algunas campanas, y casi todas, teledirigidas, en diferido y sin imágenes de la cruda actualidad.

            El 11 de marzo de 2004 vimos más de la cuenta. Ahora, en 2020, casi nada. ¿Qué ha pasado en estos años?

-Entre todo lo que vimos el 11-M y lo que no hemos visto en 2020 se observa que hoy los medios están contra las cuerdas. Su futuro económico depende de subvenciones y publicidad institucional.

Silencio. “Hay quien dice que mostrar con contundencia lo que ocurre viola la sensibilidad de los ciudadanos. ¡Es mentira! Nosotros estamos acostumbrados a trabajar en zonas de conflicto con un enorme respeto. ¿De verdad son las autoridades las que van a custodiar el derecho a la intimidad de las personas? Ver la dureza de la pandemia nos hace más sensibles a la prevención que muchas recomendaciones públicas”.

Gervasio Sánchez cree que la falta de imágenes reales ha evitado un serio debate sobre la gestión política de esta pandemia, que se ha impuesto el punto de vista de los aplausos a las 20.00, y que “las autoridades cada vez se miran más el ombligo y actúan con más prepotencia”. Y él lleva muchos años en esto. Por eso reclama que “los ciudadanos no se conformen con la información pactada. Sin memoria, no avanzamos”.

Sobre el trabajo del periodismo español en estos meses, hay de todo, pero considera que “hemos perdido la batalla de la influencia ciudadana. El CIS sobre los efectos y consecuencias del coronavirus nos otorga la medalla de plata en desprestigio social creciente en esta crisis. Por lo general, los periodistas somos ombliguistas y no hacemos autocrítica”. “Esto es un escándalo que espero que provoque una seria reflexión. ¡Hemos censurado a nuestros muertos! ¡Eso no es desdramatizar, es seguirles el juego a los gobernantes! Como señalaba el fin de semana pasado el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, Juan Caño, en Confidencial Digital, Gervasio Sánchez considera que urge “una editorial de todos los medios exigiendo respeto por nuestro trabajo. La sociedad española se muere y la calidad informativa está en brazos de la manipulación. No publicar también es fake news, porque es otra manera de engañar a la población”.

A sus muchos años de profesión, se siente “decepcionado con mucha gente que tiene responsabilidades en los medios de comunicación. Ha faltado valentía y ha sobrado inercia ante tanto impacto propagandístico. Si hoy estamos así, ¿cómo será el periodismo de 2025-2030? Esta cobertura ha sido muy vergonzosa”.

Gervasio Sánchez: “En los medios ha faltado valentía y ha sobrado inercia ante tanta propaganda. Si hoy estamos así, ¿cómo será el periodismo de 2025-2030? Esta cobertura ha sido muy vergonzosa”

Lo dice quien a sus 61 primaveras ha pasado este otoño crónico de virus al pie del cañón, ganándose la confianza de las fuentes para entrar en tanatorios y residencias. Tirando de su prestigio para combatir el portazo oficial. Lo dice un hombre probado que pasó los primeros tres meses de la pandemia sin dormir con su mujer. Confinado en su despacho para trabajar con libertad en lo que ha sido y sigue siendo un tetris de muros blanqueados en el que, además, al que dispara verdad, le salpican excomuniones de dentro y de Twitter, como si el periodismo fuera Imaginarium

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Santi Palacios es Premio Nacional de Fotoperiodismo de España en 2015 y 2016. Gracias a él hemos visto la dureza de las almas muertas que mecen las olas del Mediterráneo en esta naumaquia cruel de inmigración y oportunidades ahogadas fuera de plano. Sociólogo y periodista. Hace unos días recibió de manos de Médicos del Mundo el Premio Internacional Luis Valtueña por su serie Soledades mayores, “un recorrido fotográfico por las residencias de ancianos de Cataluña durante el estado de alarma”.

En febrero trabajaba en Indonesia y ya después tuvo que cancelar su ruta internacional por culpa del virus. Asentado en Barcelona, intentó desde el principio contar con su cámara la realidad del coronavirus, pero todos los focos de la pandemia estaban cerrados. Todas las peticiones de permiso para entrar en un hospital o se quedaron en el limbo de las respuestas o le fueron denegadas. Mientras tanto, veía “que los telediarios contaban un apocalipsis de muertes y colapso con periodistas en las puertas de los centros sanitarios, entre calles limpias y vacías en las que no pasaba nada”.

Entonces entendió que “se estaba pidiendo a la sociedad que se creyera el relato oficial sin ver imágenes”. Entonces vio que solo accedían a los lugares de la tragedia quienes tenían un amigo, o un amigo de un amigo, que les dejaban pasar por la puerta de atrás para que alguien contara la verdad latente tras tanta mascarilla. Y su salida fue contar lo que pasaba en las residencias de Cataluña desde finales de marzo hasta mayo, “cuando la falta de medios de protección, la desinformación y el miedo lo dominaban casi todo”. Aquella serie audaz llena de realismo y respeto, hecha a lo largo de todo el confinamiento duro de la mano de la ONG Open Arms y publicada en la revista 5W, es la que ha recibido el premio a un trabajo casi exclusivo en un país donde cerca de 23.000 ancianos han fallecido, oficialmente, en esos hogares de repuesto.

Las barreras impuestas a la información de calidad, según Palacios, “no tienen ninguna explicación y alimentan el negacionismo”, y la falta de autocrítica en el periodismo demuestra, en su opinión, que “estamos a por uvas”.

Buena parte del trabajo de este reputado fotoperiodista, uno de los seis talentos de Europa por la Fundación World Press Photo, se centra en las fronteras y las rutas migratorias, los conflictos y las cuestiones ambientales. Desde esas periferias, lamenta la crisis del periodismo gráfico en España, donde “nos hemos acostumbrado a sacar fotos en portada del presidente o el ministro de turno, de una rueda de prensa, de un apretón de manos… No entiendo el criterio de los directores o editores, porque los intereses y las necesidades para gran parte de la sociedad son muy diferentes”.

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Judith Prat es fotoperiodista especializada en Derechos Humanos, ha publicado sus trabajos en cabeceras como The New York Times, Al Jazeera, The Guardian, VICE Australia, Days Japan, El Mundo, El Periódico o El Confidencial, y opina así de claro: “En esta pandemia ha muerto mucha gente y es un hecho de indudable relevancia pública que no nos han dejado contar”.

Judith Prat: “En esta pandemia ha muerto mucha gente y es un hecho de indudable relevancia pública que no nos han dejado contar”

 

Destaca que “el periodismo no consiste en entretener, sino en mostrar la realidad, aunque sea dura”, y durante la primera ola de esta pandemia “las autoridades nos han impedido acceder a los hospitales y a las residencias, a veces incluso cuando contábamos con el permiso de familiares. Se ha puesto la excusa de que había que salvaguardar la dignidad de las personas enfermas, como si no hubiéramos demostrado cómo hacemos nuestro trabajo. Contar bien lo que sucede nunca vulnera la dignidad de nadie. El derecho a la información se tendría que haber respetado desde el primer momento”.

Prat considera que la primera ola del coronavirus en España “la hemos contando con fotografías de aplausos en los balcones. Esa ha sido la causa de que una parte de la sociedad todavía no haya tomado conciencia de la dimensión de esta pandemia. El paternalismo de las autoridades adormece a la sociedad. Quieren que no veamos las cosas incómodas. La muerte se ha fotografiado siempre, y ahora resulta que hay gente que piensa que no somos capaces de soportarlo”.

Desde 1991 hasta el año 2000 Sandra Balsells fotografió toda la crisis de los Balcanes documentando los acontecimientos más significativos de las guerras yugoslavas en Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia y Kosovo para medios de comunicación nacionales y extranjeros. Hoy compagina el fotoperiodismo activo con la docencia en la Universidad Ramon Llull y está en contacto estrecho con buena parte de su gremio. Por lo que ella ha vivido y por lo que han vivido los que la rodean, asegura que “todo el mundo ha tenido problemas para contar la pandemia. Se ha invisibilizado una parte importante de esta crisis imponiendo accesos restringidos. El periodismo escrito ha salvado la censura tirando de teléfono, pero los fotoperiodistas no podíamos trabajar desde casa”.

Con la experiencia de un trabajo de décadas en primera línea, Balsells destaca que “la cobertura del coronavirus en España ha sido mala, porque no se ha mostrado la realidad de tantos miles de muertes. Solo hemos visto la cruda realidad en dos portadas, que yo recuerde. Una de El Mundo, con una fotografía del Palacio de Hielo de Madrid lleno de ataúdes, y otra de El País, con una foto estupenda de Emilio Morenatti, que es estéticamente impecable y muestra la verdad de lo que está pasando”.

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Sandra Balsells: “La cobertura del coronavirus en España ha sido mala, porque no se ha mostrado la realidad de tantos miles de muertes. Solo hemos visto la cruda realidad en dos portadas”

Tampoco ella entiende la ola de puritanismo oficial que sacude los derechos fundamentales para esconder la muerte. “La sociedad está acostumbrada a ver fotografías de conflictos bélicos, pero cuando hay que reflejar la muerte más de cerca, parece que se ofende más. El fotoperiodismo retrata la realidad y aprovecha su talento para evitar el morbo”.

Sobre el trabajo interno de los medios de comunicación, Balsells cree que algunos “se han autocensurado”, mientras que “en otros países se ha mostrado la verdad con valentía y respeto. El buen periodismo es fiel a la realidad. Deberíamos hacer una reflexión sobre cómo estamos documentando esta pandemia y por qué la cámara de fotos se ve como un elemento agresivo o invasivo por parte de las autoridades, como ha quedado de manifiesto”.

Marcos Moreno es corresponsal colaborador de diversas agencias fotográficas y periódicos como AFP, AP, Latecia-R, El Español o El País. Hace ya una década, su trabajo recibió el Premio Internacional de Periodismo Mingote. Ha estado en las trincheras de este virus letal y sí, constata: “Se nos ha censurado el acceso a ciertos lugares y, por lo tanto, no estamos pudiendo contar con imágenes lo que realmente está pasando”.

 

Marcos Moreno: “De Siria, Libia o África podemos ver fotografías de niños muertos, pero después, en Europa no podemos ni ver a personas enfermas. Es injusto”.

Su experiencia le confirma que “la mejor manera de generar conciencia social es mostrar la realidad, pero a algunas personas la realidad les resulta molesta”. Sin tapa sobre el objetivo, destaca que en esta crisis de salud pública ha experimentado tanto “la censura del Gobierno, como la autocensura de algunos medios, aunque en menor medida”.

Con respecto a la piel fina de la sociedad ante la documentación gráfica de esta pandemia, cree que “desgraciadamente, en el mundo hay una doble vara de medir. De Siria, Libia o África podemos ver fotografías de niños muertos, pero después, en Europa no podemos ni ver a personas enfermas. Es injusto”.

El fotoperiodismo libre que reivindica Moreno “es humilde, respetuoso, ético y empático con las personas que sufren. Otro fotoperiodismo no debería existir. Por eso no tiene sentido ningún tipo de censura, sobre todo si hablamos a sociedades maduras. Lo ideal sería que cada medio avise del contenido, y punto, y ya que el lector o el espectador decida si lo ve o no”.

David Airob fue jefe de Fotografía de La Vanguardia entre 1990 y 2018. Y ante la viralización de videos guionizados para alertar sobre las consecuencias de esta pandemia, sentencia: “Todo es tan potente que no hace falta hacer ficción, pero hemos desaprovechado una oportunidad estupenda de crear conciencia. Los medios se han contagiado de ese afán de censurar la realidad. Hay colegas extranjeros que no entienden nada. Lógico, aquí se nos ha tratado como a una sociedad-bebé”.

Él y su cámara han estado en la calle desde las primeras semanas de marzo, y ya desde el origen de este tsunami criticaba entre compañeros “el miedo absurdo a que se contara esta pandemia. ¡Ha sido muy heavy! Es intolerable que se haya relatado con imágenes de gente con panderetas en los balcones. Los negacionistas nos demuestran que ha sido un error”.

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Con muchas experiencias sobre sus espaldas de estos meses con mascarilla, Airob critica que, más allá de las censuras políticas oficiales, “muchos departamentos de comunicación de centros sanitarios y residencias no lo han hecho bien. Es lógico que evitaran convertirse en un circo descontrolado sin restricciones para la prensa, pero se podría haber priorizado y organizado nuestro trabajo. Al final, casi todo lo verdadero que hemos visto ha salido de los móviles de los propios profesionales sanitarios”.

Ante los prohibido-pasar, el veterano fotoperiodista ha buscado sus alternativas, porque cuando te cierran las puertas, el periodista necesita encontrar ventanas. Se trata de revelar lo que ocultan los carretes sin pisar ningún derecho fundamental. Por eso, en estos meses, por ejemplo, ha cubierto tres entierros “con el permiso de los familiares. Es increíble que los que más han sufrido sí hayan querido que lo contemos con todo el respeto del mundo”.

La primera vez que entró en una UCI decidió rodar 103, un documental grabado en el Hospital de Bellvitge. Así lo cuenta él: “La primera vez que entré en una UCI con pacientes contagiados por la covid-19 fue de aquellos días que tardas en olvidar o directamente no olvidas. No fueron muchas horas, pero sí las suficientes para tomar conciencia de lo que suponía que ese bicho maligno decidiera elegir tu cuerpo. No estaba habituado a ver cuerpos desnudos repletos de tubos y pronados, a los sanitarios trabajando a contrarreloj, comiendo en una pequeña habitación con el rostro totalmente desencajado por el cansancio. No lo voy a negar: salí tocado de aquella experiencia. No es cierto que la cámara te sirva de filtro para engullir mejor lo que están viendo tus ojos… Al menos, no lo es en mi caso”.

Entre boxes y EPI, David y José Bautista cuentan en el documental la historia de Fernando, superviviente de este virus mortal, a través de una carta de 18 folios en la que el propio paciente contaba su experiencia durante el ingreso y daba las gracias a los sanitarios que lo habían cuidado. Durante el rodaje, Airob vio con sus ojos “las manos amarillas de los enfermos de coronavirus, y la descamación, y la realidad. A mi hija de 16 años le mostré algunas de las escenas que grabé en una UCI. No me ha hecho falta explicarle más cosas para que entienda la necesidad de extremar precauciones”. Y con eso, lo dice todo.

Ana Palacios es periodista y fotógrafa documental. Su trabajo gira en torno a los “fallos estructurales sostenidos en el tiempo, como la pobreza o las vulneraciones sistemáticas de derechos humanos” que quedan expuestos a la intemperie desde los rincones más difíciles del planeta. Sus fotos son aldabonazos que se han publicado en todo el mundo (Al Jazeera, Stern, Der Spiegel, The Guardian, New Internationalist, Daily Mail, Days Japan, XL Semanal, Papel, de El Mundo; El País, Tiempo…).

No ha estado en la primera línea de la pandemia, “ni he tenido que enfrentarme a la censura editorial de un medio a la hora de publicar mis imágenes”, pero su voz se oye también, porque viene avalada por su sensibilidad y su prestigio: “Soy partidaria de la libertad de prensa y del derecho a la información siempre desde el máximo respeto a los sujetos fotografiados. Como espectadora de esta crisis, quiero que se me trate como público adulto, con capacidad de análisis, y me muestren la realidad en sus 360 grados, desde lo más duro a lo más optimista, para poder desarrollar un criterio y una opinión propia nutriéndome del abanico informativo completo, contrastado y sin sesgo”.

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Las fotos no se tapan

Muchas de las fotografías que se publican en Pandemia, miradas de una tragedia, deberían haber abierto las portadas de los periódicos en estos ocho meses largos de tiranía del coronavirus. Pero no. Aunque las rotativas hayan mirado para otro lado, este libro en busca de mecenas se hace eco de “una prueba que documente nuestra memoria histórica” sobre esta crisis de salud pública que aún condiciona la vida y selecciona las muertes.

24 fotógrafos. 12 españoles y 12 de América Latina. 12 mujeres y 12 hombres. A docena de instantáneas por periodista. Un collage sin filtros en el que participan Gervasio Sánchez, Sandra Balsells, Ricardo Garcia Vilanova, Santi Palacios, y otros profesionales españoles como Cristina García Rodero, Diego Ibarra Sánchez, Andoni Lubaki, Isabel Muñoz, Juan Manuel Castro Prieto, Laura León Gómez, Nuria López Torres y Susana Vera.

Más allá de nuestras fronteras, y en el idioma universal de la fotografía, exponen también en estas páginas Rodrigo Abd (Argentina), Guillermo Arias (México), Óscar B. Castillo (Venezuela), Felipe Dana (Brasil), Fabiola Ferrero (Venezuela), Darcy Padilla, Anita Pouchard Serra (Argentina), Moises Saman (Perú), Jacky Muniello (México), Sylvia Izquierdo (Perú), Víctor Peña (El Salvador) y Lorena Velasco (Colombia).

Entre todas las imágenes, solo aparece explícitamente una persona muerta y con el permiso de la familia. La pandemia que recoge este libro en imágenes cuenta un relato distinto. Además de sortear las censuras y las autocensuras, este compendio de fotoperiodismo busca conseguir fondos para ayudar a las familias de fotógrafos muertos durante la cobertura de la pandemia, sobre todo en Latinoamérica y Asia. Porque el coronavirus, además de infectar la historia del periodismo gráfico, también se ha llevado por delante a muchos periodistas extranjeros que murieron con la cámara puesta.

En el ámbito de los festivales de fotografía, PHotoESPAÑA acaba de otorgar el Premio PHotoESPAÑA 2020 al fotoperiodismo “por el extraordinario desempeño de su labor informativa y social diaria, y especialmente en la cobertura de la crisis del coronavirus durante el confinamiento que vivió España entre los meses de marzo y junio de 2020”.

Claude Bussac, directora de PHotoESPAÑA, destaca que “es la primera vez que se otorga este premio honorífico a un colectivo, pero este año, después de todo lo vivido, era de justicia dárselo a todos los profesionales del fotoperiodismo español, que han estado en el frente de esta pandemia haciendo una labor informativa y social de primera categoría”.

Más allá del guiño social, Bussac resalta “la calidad de las imágenes” consciente de las dificultades que han tenido los fotoperiodistas para ejercer su trabajo en estos meses de zancadillas. De hecho, valorará la posibilidad de organizar una exposición con todas las fotografías que no hemos visto, porque no se han publicado en los medios, aunque no es un tema que esté en la agenda del festival en estos momentos.

Al final, como siempre, aflorará toda la verdad de esta pandemia, también la realidad gráfica. Ya fluyen los primeros documentales, textos envolventes de testimonios personales, libros de fotografías y exposiciones. Letras las hemos leído casi todas, pero todavía no acabamos de ponerle rostro humano a una pandemia que trasciende la ficción. Sucederá. Acabaremos viendo lo que la ceguera oficial quiso esconder, el fotoperiodismo español necesita aflorar y los medios de comunicación ya no están a tiempo de contar, aunque lo hagan con carácter retroactivo, aunque activen un enfoque diferente para explicarnos en serio esta segunda ola. 

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James Natchwey, icono del fotoperiodismo de prestigio mundial, maestro en el arte de hacernos ver imágenes que son bombas de racimo contra el aburguesamiento ante los problemas ajenos, pasó por Madrid hace cinco años. Entre otras muchas lecciones éticas y estéticas del alma humana, dijo: “Cualquier fotografía de la guerra es una protesta contra la guerra”. Hoy, en el hall de su web, explica el fotoperiodismo de las realidades crueles con este sencillo recibimiento: "I have been a witness, and these pictures are my testimony. The events I have recorded should not be forgotten and must not be repeated”.

Testigo, testimonio, no olvidar, no repetir. Los relatos oficiales dicen misas, pero el buen fotoperiodismo siempre dirá la verdad.

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