La contradicción cultural del dopaje en las competiciones internacionales

El organismo nació bajo su mandato, aunque era un antiguo deseo de Juan Antonio Samaranch. Rogge amenazó a las federaciones o gobiernos que no aceptasen esa regulación con excluirlos de las Olimpiadas.

Mucho han cambiado las cosas, después de affaires como el de Lance Armstrong, hasta la reciente suspensión de la federación rusa de atletismo, acusada de prácticas de dopaje y de ocultación de positivos de atletas de aquel país.
El propio Armstrong afirmó en su día con cierto cinismo, cuando comenzaba el Tour de Francia de 2013: “es imposible ganarlo sin recurrir al dopaje”. Porque las exigencias de competitividad en los deportes profesionalizados resultan en gran medida contradictorias con los principios del juego limpio propio del amateurismo.

“Un deporte que no dé bien en televisión, tiene un porvenir bastante oscuro”. Esta frase no es de un pragmático y digital ejecutivo, sino de Juan Antonio Samaranch. Lo afirmó hacia 1996, cuando presidía aún el COI, a propósito de la posible admisión futura de nuevas especialidades en las Olimpiadas.

Las competiciones deportivas –también los grandes encuentros veraniegos del atletismo internacional han ido perdiendo carga de romanticismo más o menos nacionalista, para convertirse en un gran espectáculo de nuestro tiempo, medio de esparcimiento y descanso liberador del estrés: con la participación directa en los eventos, o como espectadores de las cada vez más asombrosas transmisiones audiovisuales. Basta pensar en los reiterados combates jurídicos –no sólo en España para hacerse con los derechos correspondientes por parte de clubs, federaciones y emisoras. O en cómo la televisión ha cambiado reglas de juego clásicas: la muerte súbita del tenis, o los tiempos muertos publicitarios en el baloncesto.

Aunque el deporte exceda con mucho el derecho mercantil, las exigencias del businesssometen a los atletas a tales exigencias competitivas y mediáticas que resulta inevitable poner en riesgo su salud, presente y futura. Por eso, existe ya una medicina deportiva, que aplica estímulos y cuida, pero contribuye también al descubrimiento de nuevos modos de dopaje y de los consiguientes controles. Todo contribuye a ese espectáculo, que exige triunfos y superar marcas, también las aparentemente imbatibles.

En la práctica, los Estados Unidos han sido pioneros en la creación de asociaciones responsables de los espectáculos deportivos con normas propias, diversas de las federaciones reservadas a lo aficionado. En algún caso, como la conocida NBA, aplican también criterios en materia de consumo de drogas, pero al margen de la agencia internacional. Algo semejante, mutatis mutandis, a la actitud de EEUU respecto del Tribunal penal internacional, creado también a finales del siglo pasado por el tratado de Roma.

Sin duda, tras los escándalos en la FIFA y la UEFA, y las noticias más recientes sobre el atletismo ruso, se impone superar la crisis, en parte motivada por la contradicción cultural entre los diversos criterios aplicables a una realidad humana tan antigua como la confrontación deportiva. Hasta ahora, los espectadores asistían impertérritos a una desmedida profesionalización, aunque no llegaba a los extremos de las viejas escuelas de gladiadores en Roma. Pero querían creer en un juego limpio, sometido a controles y decisiones a posteriori, pare evitar el uso de sustancias prohibidas. Las sanciones aparejaban la anulación de medallas conseguidas por atletas o equipos determinados, algo cada vez más frecuente tras cualquier competición, Juegos Olímpicos incluidos. Por eso, denotan ingenuidad las declaraciones de un antiguo atleta africano, desde la actual federación internacional: “Estamos enojados por el daño causado a la reputación y la credibilidad del atletismo y estamos junto a nuestro presidente para no rehuir los principales desafíos a los que se enfrenta nuestro deporte. Los atletas trabajan juntos para continuar el proceso de limpieza de atletismo para garantizar que aquellos atletas que se entrenan y compiten limpiamente no estén contaminados por una minoría”.

Tal vez todo pueda seguir como hasta aquí, con el control y posibles sanciones a los dopados. Pero quizá sea necesaria una revisión a fondo, para armonizar con nuevos planteamientos las contradicciones reales entre exigencias mercantiles, razones de Estado y la propia imagen del deporte. La clave está quizá más en la difusión de valores personales y colectivos que en la actualización y aplicación de las normas. Puede ser una gran alegoría para el conjunto de la vida pública en el planeta, aquejada de tantas dolencias éticas.

 
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