El coste de la tolerancia social con la pereza

Las crisis del bienestar se suelen atribuir sólo a causas económicas; no se considera la posible relación con las crisis de valores, que conllevan tolerancia social con diferentes antivalores o vicios. Por ejemplo, la corrupción política, el consumismo de alcohol y la pereza crónica.

¿Cuál es el coste de la tolerancia social con la pereza en el trabajo? Pensemos en las tareas aplazadas o mal acabadas, en el descuido de los detalles, en la sucesión de “puentes” que unen unas fiestas con otras, en la utilización innecesaria del teléfono móvil, en la impuntualidad, en las bajas laborales sin motivo suficiente, etc.

Una viñeta de Forges retrata magistralmente esa situación: un grupo de profesionales veteranos se dirigen eufóricos a la puerta de salida de la oficina, despidiéndose de un joven que sigue en su mesa de trabajo sobre la que hay una montaña de carpetas, con estas palabras: “Nos vamos de puente, becario. Luego no digas que no te damos responsabilidades”.

El envidioso procura que los demás no descubran su defecto, porque está mal visto socialmente. En cambio, existen muchos perezosos que hablan en público de su condición y que incluso presumen de serlo: “Nadie se avergüenza de levantarse tarde y, por el contrario, se ironiza sobre el que lo hace a las ocho de la “madrugada,” con el lechero (…). El cansancio es algo tan aborrecido por el español, que cuando alguien sufre por un amor no correspondido, se dice de él que pasa fatigas.” (F. Diaz Plaja: El español y los siete pecados capitales).

Mientras algunos jóvenes perezosos esperan sentados y relajados una oportunidad en su vida, otros, más diligentes, ya la han buscado y encontrado. Esto se viene cumpliendo al menos desde que Esopo publicó la fábula de la cigarra y la hormiga. La orgullosa y perezosa cigarra acabó pidiendo limosna a la diligente y humilde hormiga.

La pereza crónica es un camino ancho que desemboca en el pozo de los perdedores. Por otra parte, ser perezoso debe de ser agotador, porque exige estar siempre buscando la forma de no hacer lo que se debe hacer.

La pereza es una de las plagas de la sociedad actual. Afecta especialmente a quienes se pasan las “horas muertas” divirtiéndose en las pantallas digitales, que son incompatibles con el esfuerzo.

La pereza es un antivalor contrario a valores positivos, como la diligencia y la responsabilidad. Si no se corrige a tiempo siempre irá a más, con riesgo de convertirse en una adicción. ¿Qué empresa admitiría a un candidato con síndrome de adicción a la pereza?

Sorprende que se hayan publicado libros con estos títulos: Elogio de la ociosidad; Elogio de la pereza; El derecho a la pereza. De forma irónica, sus autores elogian la “pereza” para –por contraste- criticar el activismo y la vida agitada de hoy. Proponen más tiempo para el ocio creativo y para el necesario reposo.

 

Jacques Leclercq en su obra Elogio de la pereza (2014) responde a esta pregunta retórica: ¿Por qué elogiar hoy la pereza?

Esta es su respuesta: “porque nuestro siglo se ufana de ser el de la vida intensa, y esa vida intensa no es sino una vida agitada, porque el signo de nuestro siglo es la carrera, y los más bellos descubrimientos de que se enorgullece no son descubrimientos de sabiduría, sino de velocidad. Nuestra vida no es propiamente humana más que si en ella hay lentitud, sin que esto quiera decir que haya de ser del todo ociosa; también puede hacerse un elogio del trabajo, pero el trabajo, el esfuerzo, ha de partir de un reposo y desembocar en un reposo. Las grandes obras y los grandes gozos no se saborean corriendo”.

Esa vida agitada no es lo que se esperaba tras la revolución tecnológica (trabajar menos y disponer así de más tiempo para el ocio). Por ello, ya no se habla de la soñada “civilización del ocio”, sino solamente de “la cultura del esfuerzo”, entendida no como un medio, sino como fin en sí mismo (el esfuerzo por el esfuerzo).

Contra la pereza, la prevención más eficaz sigue siendo crecer en diligencia (del latín diligere, que significa amar); es una virtud que forma parte de la caridad. Se opone al descuido, a la impuntualidad, a la desidia y a la desgana.

La diligencia es hacer cualquier tarea con entusiasmo, prontitud de ánimo, esmero, cuidado de los detalles y gozo. Juan Ramón Jiménez la incluía en lo que llamaba “el trabajo gustoso (opuesto al trabajo penoso), propio de cualquier ser humano capaz de poner en su oficio la atención y el deseo suficientes.

Gerardo Castillo Ceballos

Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra

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