La cultura audiovisual espera soluciones simples ante problemas complejos

De nuevo la sociedad española se prepara para elegir a sus representantes parlamentarios, con una mezcla de esperanza y escepticismo, ante la incapacidad de encontrar soluciones prácticas a los problemas de y en los últimos tiempos. Si la política se entendía como arte de lo posible, la terquedad de los imposibles no parece llevar a los ciudadanos a renunciar a soluciones extraordinarias o inesperadas, casi taumatúrgicas. Da la impresión de que resucita el antiguo arbitrismo español en tantos ámbitos de la existencia: hasta un chaval de primaria habla hoy de lo que deberían hacer Zidane o Valverde para resolver la crisis de sus equipos.

España ya no es diferente. Mi impresión es que en el mundo, al menos en occidente, se buscan desesperadamente soluciones rápidas y elementales a problemas muy complejos. La cultura audiovisual, acelerada con las continuas innovaciones técnicas, lleva al predominio del sentimiento sobre la razón, como tantas veces se ha escrito. La inmediatez y rapidez de las sensaciones, casi como las crecidas tras la gota fría, anega la paciente capacidad de esperar. Hacen falta soluciones ¡ya!

Tal vez por ahí se explica la difusión de actitudes políticas más o menos populistas, como un remedo en otra dirección de los mesianismos políticos letales del siglo XX. Nazis y comunistas, aliados incluso en un relativamente breve período, provocaron una catástrofe universal. En las cunetas, millones de cadáveres. Poco a poco se restablecieron los grandes principios democráticos alumbrados con la Ilustración. Parecía haber llegado el tantas veces citado “fin de la historia”. Pero, en torno al cambio de milenio, comenzó a manifestarse la crisis de civilización, escondida tras la mitología del progreso perenne e irreversible. Incluso, los problemas medioambientales, el redescubrimiento de la naturaleza creada, el riesgo del cambio climático, conducían a la necesidad de replanteamientos de fondo, de una renovación de la filosofía política y social. El riesgo es que todo se quede en movimientos de masas y huelgas a lo Greta Thunberg. Y que, en la vida pública de las naciones, se opte por líderes atrayentes, quizá sin fundamento.

La opinión pública de Estados Unidos está desconcertada y dividida en torno al presidente y a las primarias demócratas hacia la elección del 2020. Así lo deduzco de la lectura de los titulares de artículos y editoriales recogidos a diario en las síntesis de RealClearPolitics: continuos escándalos contra Donald Trump –desde Ucrania a los jueces nombrados para el Tribunal Supremo-, junto al desconcierto ante las propuestas cambiantes de Biden, Warren o los demás presidenciables demócratas. Los medios, en conjunto, no perdonan al presidente la que consideran “guerra contra la cultura liberal”, mientras él los desprestigio y trata de conectar en directo con los ciudadanos, sin intermediarios.

En cierto modo, es una carta de presentación semejante a la usada por el actual presidente de Brasil, al que se le acusa de casi todo, incluidos los incendios forestales en la Amazonia. Aquella gran nación, uno de los países emergentes a finales del siglo XX, sucumbió a los encantos de un socialismo mesiánico pero corrupto, hasta llegar a lo que ahora los críticos de Jair Bolsonaro desprecian como neoliberalismo autoritario.

No se libran del desencanto ni siquiera países tan serios como Alemania, según los resultados electorales de los populismos de extrema derecha; por cierto, no es casual que esa reacción crezca sobre todo en la antigua república “democrática”.

Tampoco es fácil reducir a este esquema la actual situación italiana, que podría haber superado a corto plazo la crisis, tras la experiencia fallida del gobierno de coalición entre dos populismos de diverso signo, como la antes Liga del norte y el movimiento cinco estrellas…

Curiosamente, algunos dirigen su mirada con cierta envidia hacia la Rusia de Vladimir Putin, quien, incluso, se permite dar consejos a los líderes occidentales para que no pierdan su “identidad”; por contraste, en aquel auténtico continente crece la pobreza y disminuye la población, mientras abundan las noticias de represión política, incluidas purgas a la antigua usanza.

Las amplias y variadas secuelas de la crisis nihilista, reflejadas a diario en las redes sociales, invitan quizá a un serio examen de conciencia por parte de intelectuales y líderes políticos: aceptar la gravedad de la situación derivada de la destrucción de valores esenciales de la convivencia democrática no debería llevar a populismos arbitristas, sino a entender que, en algunos momentos históricos, es más importante la reconstrucción de cimientos que promesas de nuevos futuros en el aire.

 
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