La deriva nacional-totalitaria del Estado de Israel complica la paz en Oriente

Obuses autopropulsados M109 israelíes disparando proyectiles.
Obuses autopropulsados M109 israelíes disparando proyectiles.

El pasado 19 de julio se aprobaba en la Kneset –cámara de diputados del Estado de Israel- un controvertido proyecto de ley sobre el carácter nacional del país, que reconoce el derecho a la autodeterminación sólo para los judíos. 

Define una nación-estado del pueblo judío en la que realiza su “derecho natural, cultural, histórico y religioso a la autodeterminación”. El texto salió adelante con 62 votos a favor, 55 en contra y dos abstenciones.

            Una vez más se confirma que las decisiones de la mayoría no son necesariamente democráticas, por mucho que el primer ministro haya prometido seguir garantizando el respeto de los derechos civiles. Pero entiende que “la mayoría también tiene derechos y la mayoría decide: una mayoría absoluta quiere garantizar el carácter judío de nuestro Estado para las generaciones venideras”. Para Benjamin Netanyahu, es un momento decisivo en los anales del sionismo y en la historia del Estado de Israel.

            Lógicamente, discrepan radicalmente los diputados árabes, que no han ocultado su indignación. Como declaró uno de ellos, “anuncio con asombro y tristeza la muerte de la democracia”. No es para menos cuando, entre otras cosas, el idioma árabe pierde su condición de lengua oficial junto con el hebreo, aunque recibirá un “estatuto especial”, que permitirá continuar usándolo dentro de la administración. Y los asentamientos –contrarios al vigente derecho internacional- quedan avalorados, con el compromiso estatal de fomentarlos.

            Tenía muchas dudas sobre escribir sobre este tema, por el riesgo de que mis palabras –críticas contra los nacionalismos- se asimilen injustamente al antisemitismo. Pero me decidí, al leer en la edición digital de El País el 24 de julio el duro comentario de Daniel Barenboim, titulado “Por qué hoy me avergüenzo de ser israelí”.

            Recuerda un discurso que pronunció en 2004 ante el parlamento, en que glosó la declaración de independencia de Israel, que expresaba en 1948 un claro compromiso del Estado: “se consagrará al desarrollo de este país en beneficio de todos sus pueblos; se fundamentará en los principios de libertad, justicia y paz, guiado por las visiones de los profetas de Israel; reconocerá la plena igualdad de derechos sociales y políticos a todos sus ciudadanos, con independencia de su religión, raza o sexo; garantizará la libertad religiosa, de conciencia, idioma, educación y cultura”.

            “Setenta años después, el Gobierno israelí acaba de aprobar una nueva ley que sustituye el principio de igualdad y valores universales por el nacionalismo y el racismo”, se lamenta el conocido músico quien, por cierto, nacido en Argentina, tiene también la nacionalidad española. La población árabe recibirá un trato injusto –ciudadanos de segunda-, que se atreve a calificar como apartheid.

            Aparte del daño efectivo a ese 20% de los ciudadanos de Israel, la nueva ley crea un clima muy poco favorable para la efectiva paz en una región con demasiados conflictos, no sólo en territorio palestino. La concordia no puede fundamentarse de ningún modo en el desconocimiento de los derechos de los demás: “¿Puede el pueblo judío, cuya historia es una crónica de sufrimiento continuo y persecución implacable, consentir la indiferencia hacia los derechos y el padecimiento de un pueblo vecino?”, se pregunta Barenboim. Y responde que la nueva ley convierte al Estado de Israel “en el opresor que somete a los demás a sus crueldades”. De ahí el título de su artículo: “hoy me avergüenzo de ser israelí”.

            El texto final de la ley no ha incorporado propuestas más radicales sobre la grave cuestión de los asentamientos. Pero otorga valor constitucional al establecimiento de municipios poblados solo por judíos, mientras que los colonos judíos que compran casas en los barrios árabes de Jerusalén oriental reivindican el derecho a vivir libremente en todas partes.

            La visión nacionalista de Netanyahu -y de quienes le apoyan- se asemeja mucho a las tesis xenófobas de la extrema derecha de varios países de Europa, como recuerda el editorial de Le Monde del 26 de julio. Pero no tiene sentido renunciar a valores esenciales en occidente so capa de frenar la amenaza islamista. Así se aleja de Europa, en insólita coincidencia con los ataques de Donald Trump al viejo continente.

 
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