Javier Fumero

Dialogar

Estos tiempos parecen reclamar una mayor capacidad de diálogo
Estos tiempos parecen reclamar una mayor capacidad de diálogo

Para que a todos nos vaya mejor estos nuevos tiempos requieren de una actitud dialogante. Lo pienso sinceramente. Basta echar un vistazo a nuestro alrededor y comprobar qué asuntos y cuestiones están saltando al debate público: todas ellas reclaman mayor capacidad de diálogo entre los ciudadanos.

La vida política nunca ha estado tan fragmentada como ahora en este país. Hay temas transversales, como la defensa de la vida, la protección del medioambiente, la erradicación del hambre en el mundo o la regulación del derecho de opinión, que nos afectan a todos y deberíamos ser capaces de entendernos.

La globalización es un hecho y nos lleva a ‘rozarnos’ en mayor medida con personas muy distintas a uno mismo, en cultura, en formación, en principios y creencias. Eso no es malo. Todo lo contrario: puede suponer un caudal de riqueza… a poco que uno sepa apreciar al distinto.

Pero esta realidad, insisto, nos interpela. ¿Estamos a la altura? ¿Somos capaces de entendernos con los que piensan de otro modo? ¿O lejos de acercarnos, estos nuevos tiempos nos están volviendo más fanáticos, más cerriles, más asilvestrados?

Para responder a estas preguntas quizás sea bueno analizar algunas condiciones que exige cualquier diálogo. A mí se me ocurren las siguientes:

a) Verdadero amor al pluralismo. Cualquier realidad compleja no puede ser abordada desde un solo punto de vista. Eso provoca errores. El cuento de aquellos seis ciegos que, tocando cada uno sólo una parte del elefante, definían al bicho equivocadamente (¡es una trompa! ¡es una pata gigante! …) es paradigmático. Todos tenían razón y ninguna: porque el animal es la suma de aquellas percepciones parciales pero complementarias. Este convencimiento demanda un verdadero interés por escuchar y colaborar con otros.

b) Afán por alcanzar la verdad. Sin embargo, lo dicho anteriormente (tenemos percepciones parciales) podría ser utilizado para negar que exista una verdad objetiva sobre la mayoría de las cosas. Sería un error grave que impediría cualquier puesta en común constructiva. Lo contrario (el relativismo) aboca a un diálogo de sordos. ¿Para qué intentar convencer a nadie de algo si cada uno tiene su verdad?

Pero es que esto no es cierto. Hay verdades incontrovertibles: matar a un inocente es malo; repartir justicia es bueno; castigar al malvado es conveniente; ayudar al menesteroso nos hace mejores… ¿Alguien lo puede negar? Se dialoga precisamente porque hay un verdadero afán y esperanza de acceder a la verdad por medio de la inteligencia. Alcanzar la verdad de las cosas es posible aunque algunas veces no resulte sencillo.

c) Apertura a los demás y al cambio. Conversar con interés exige respeto al diferente y estar abiertos a evolucionar, ser piedras porosas capaces de admitir verdad, bondad y belleza en quién tenemos enfrente. Esa actitud es capaz de derribar muros, tender puentes, solucionar problemas, cambiar una sociedad y el mundo entero. Hay un buen puñado de ejemplos en la historia de la humanidad.

 

d) Modestia. Para lograr consensos se requiere también, y no es nada sencillo estar dotado de este rasgo, capacidad para admitir que es posible que uno no lo sepa todo: hay cosas que se me escapan, quizás no tenga razón en esto, no pierdo nada por escuchar a quien piensa distinto. Y llegado el momento, no veo un problema en ceder tras admitir que mi visión no era completa o la mejor de todas.

Más en twitter: @javierfumero

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