El difícil futuro de Ucrania después de Ginebra

            De las conversaciones de Ginebra surgió un comunicado conjunto, firmado por la propia Ucrania, con Rusia, EEUU y la UE. Las declaraciones previas y posteriores del presidente Putin, así como las diversas incidencias en día siguientes, confirman la dificultad de encontrar una salida pacífica a la crisis, que evite la guerra civil. Porque, a los planteamientos estratégicos de Moscú, se une el crecimiento de las mentalidades nacionalistas de uno y otro signo.

            De momento, se confirma la debilidad de Kiev y de sus aliados, así como el predominio de Moscú. De la celebración de las reuniones puede extraerse el dato positivo de que es la primera vez que Rusia reconoce –al menos, admite‑ al actual gobierno de Ucrania. Pero el preciso es alto: el texto final no menciona Crimea, lo que supone implícitamente la aceptación internacional de la soberanía rusa sobre la península.

            Los puntos fuertes del documento se inclinan más bien ante intereses de Putin, aunque se propugne el desarme de las milicias irregulares. De momento siguen actuando, y no se ha producido el efectivo abandono de las sedes institucionales de la región de Donetsk ocupadas por rusos o pro-rusos. El núcleo del trabajo inmediato corresponderá a observadores internacionales de la OSCE.

            Por otra parte, el actual gobierno –provisional hasta las elecciones del 25 de mayo‑ se ha comprometido a conceder una mayor autonomía a las regiones orientales de habla rusa. Sin embargo, Rusia pretende aún más: una reforma constitucional de Ucrania que la transforme en Estado federal. Pero no menciona para nada la estructura futura de Crimea, anexionada de hecho por la Federación rusa, con modificación del huso horario y de la moneda. Aceptar sin más esa ocupación militar fáctica en un país que desea formar parte de la Unión Europea, parece un precedente muy peligroso para el mantenimiento de la paz en la zona. Si una devolución a Ucrania sería hoy poco realista, no está tan claro que se tenga en cuenta ante la posible reforma constitucional.

            Casi a la vez que se celebraba la reunión a cuatro de Ginebra, el presidente ruso, Vladimir Putin, admitía en su conferencia de prensa anual lo que había negado antes sobre los intereses en Crimea y su participación en la anexión de la que considera ya parte de Rusia. Su descripción de las regiones orientales y meridionales de Ucrania como una “pequeña Rusia” le distancia de lo aprobado en Suiza, también por su insistencia en calificar como un error histórico de los bolcheviques la decisión de incorporarlas a la república socialista soviética de Ucrania. En ese contexto, ¿cómo fiarse de su afirmación de que no empleará sus fuerzas militares?: más aún si continúan acantonados en las fronteras en torno a 40.000 soldados.

            Putin ha demostrado ser maestro en desinformación y guerra psicológica, tan importante en el caso de Ucrania, como se comprueba estos días. Un confuso tiroteo en Sloviansk, podría haber sido cometido, no por extremistas ucranianos, sino por pro-rusos, para provocar la intervención militar de Moscú. De hecho, las autoridades de hecho han impedido el acceso de periodistas a la morgue y a hospitales. Son demasiados los rumores que tratan de acentuar la tensión. Tampoco la paz sale ganando con el abuso de insultos contra el Kiev “fascista” o los pro-rusos “terroristas”.

            Menos mal que parece despejarse la cuestión del antisemitismo surgida en torno a la secesión de la región de Donetsk. Se difundió la noticia –con fotos incluidas‑ de la aplicación de una orden oficial contra los judíos, previa a su expulsión y a la confiscación de sus bienes. Pero la Liga Anti-Difamación, asociación que coordina la lucha contra el antisemitismo en el mundo, dudó de la veracidad de esa información e invitó a extremar la prudencia. De hecho, el rabino local considera todo una provocación en intento de implicar a la comunidad hebrea de Donetsk en el conflicto.

            Por lo demás, como escribe Stefano Magni, parece importante evitar que en esas provincias ucranianas se creen otros “agujeros negros postsoviéticos”, independientes de hecho, no de derecho; controlados por el ejército ruso, pero abandonados por Moscú: así sucede en Transnistria, Abjasia y Osetia del Sur, regiones aisladas, inestables, terreno propicio para mafias y traficantes de armas.

            Se trata de riesgos reales, que justifican la presión diplomática de las potencias occidentales, sin excluir lógicamente la adopción, por endebles que sean, de otras sanciones financieras que Vladimir Putin no podría despreciar, ante la progresiva debilidad económica de Rusia. Por su parte, Barack Obama se ha declarado ya partidario de esas medidas, si los acuerdos alcanzados en Ginebra no se llevan a la práctica.

 
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato