José Apezarena

El pobre ministro Illa

Rueda de prensa de Salvador Illa (21/04/20)
Rueda de prensa de Salvador Illa (21/04/20)

Salvador Illa, ministro de Sanidad, nunca imaginó que le iba a caer encima tal hecatombe, una pandemia de coronavirus, cuando le propusieron entrar en el Gobierno de Pedro Sánchez.

Según la biografía de Moncloa, no le falta experiencia de gestión. Con veintiún años fue concejal de su pueblo, La Roca del Vallés, y después alcalde durante diez años. Los cuatro siguientes ocupó el cargo de director general de Gestión de Infraestructuras del Departamento de Justicia de la Generalitat de Cataluña.

​En 2009 pasó al sector privado, como director general de la productora audiovisual Cromosoma, cargo que ocupó durante nueve meses, para convertirse después en director de Gestión Económica del Ayuntamiento de Barcelona. En 2016 le nombraron gerente de la empresa municipal Cultura e Innovación.

Y tampoco le falta preparación. Es licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona, ha hecho el máster en Economía y Dirección de Empresas del IESE, y ha sido profesor asociado de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales Blanquerna.

Llegó al Gobierno como parte de la cuota catalana, de la mano de Miquel Iceta, su mentor político, que en 2016 le había nombrado secretario de Organización del PSC. Illa asistió, el 8 de octubre de 2017 a la manifestación anti independentista de Barcelona convocada por Sociedad Civil Catalana.

Tiene fama de negociador, tras haber participado en el acuerdo que permitió al PSC hacerse con la Diputación de Barcelona, en el que condujo al gobierno de coalición en el Ayuntamiento de la Ciudad Condal, y, junto con Adriana Lastra y José Luis Ábalos, en las conversaciones con ERC para la investidura de Pedro Sánchez. ​

Illa es persona educada y tiene, además, cara de buena gente. Dicen que no parece ambicioso, que es un hombre tranquilo, muy contenido, y que participa en las reuniones con mucha serenidad y más bien escucha.

Llegó a Sanidad sin saber nada de esos temas, pero con la tranquilidad de que se trataba de un ministerio menor, ya que las competencias han sido transferidas a las comunidades autónomas.

Cometió un error: no hacerse con un equipo suficiente y propio. Pero, en principio tampoco había motivo.

 

Sanidad carece incluso de secretario de Estado. Dispone solo de una secretaría general, de la que dependen tres direcciones generales.

Y entonces llegó la peor catástrofe que podía imaginar, que le ha tenido sin dormir, apagando fuegos, tratando de explicar en público asuntos que desconocía, de los que nunca antes había oído hablar, y dando la cara diariamente para que se la partieran.

Illa ha estado aguantando el tipo, aunque más de una vez habrá pensado por qué le habrá tocado a él semejante trago. Y la cosa no ha terminado.

En plena tormenta por la pandemia de Covid-19, hace apenas una semana, el 5 de mayo, cumplió 54 años.

Digo el pobre Illa no con intención despectiva, ni mucho menos, sino por conmiseración, por compasión, por solidaridad con él y hasta con aprecio. Es, por así decirlo, otra víctima del coronavirus.

Dan ganas de decirle que lo deje. Y, con lo que le ha tocado, no creo que le apetezca mucho volver a ser ministro. Pienso que Pedro Sánchez tampoco se lo propondrá. A pesar de que le tiene que estarle agradecido por el enorme peso que ha llevado y el desgaste personal sufrido en estos meses terribles.

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