Entendiendo a nuestros nuevos amos

Entiendo que mucha gente vea una bola de humo cuando se habla de "valores occidentales", sobretodo ahora cuando en un amplio sector de la sociedad se pretende alertar sobre el peligro que corren éstos, pero en realidad es muy sencillo. Uno de los valores occidentales más elementales que soportan nuestra civilización es el hecho de tener - y no sólo de tener, sino de haber patentado en la historia- leyes, Constituciones, instituciones judiciales serias e independientes a las que uno puede acudir para protegerse de la sed de poder de un tirano populista cualquiera. Esto da lugar a que Occidente puede ser llamado como "El Imperio de la Ley", porque la Ley es el fundamento de la civilización, es el escudo para salvaguardar la integridad, el árbitro al que se exige imparcialidad. La ley tiene un papel activo y sustancial en la regulación de la sociedad, encarnando así una voluntad de entendimiento, de contrato (en sentido liberal clásico), o de Logos (en sentido grecolatino). En los regímenes totalitarios la ley es irrelevante. Existe, ciertamente, pero los problemas se acaban resolviendo por el designio arbitrario de los poderosos. Entonces, dicho esto, ¿por qué hay unos "valores occidentales" en peligro? Porque el hecho de que el respeto a la ley sea lo que sustente las sociedades está siendo sustituido por el relato de los medios de masas. Dicho de otro modo, la guerra informativa que es perceptible por todos nosotros se está librando contra "El Imperio del Relato".

El modelo chino es el buque insignia de este Imperio. Como ya hemos empezado a catar, éste consiste en un corporacionismo totalitario que da la batuta de la información a los medios de comunicación. Éstos tienen la potestad de decir qué ha ocurrido y qué no ha ocurrido, ellos pueden desafiar un testimonio particular o colectivo sobre una situación. En definitiva, ellos pueden decir si lo que has visto con tus propios ojos es real o no. Además, una gran novedad aportada por este modelo corporacionista es el uso de los ya habituales fact-checkers, que son un refuerzo complementario para quien ose cuestionar una información. Estamos, por tanto, en la tiranía de los medios de masas, porque lo que éstos poseen de manera automática, es nada menos que la verdad. Si algo no aparece en un medio o no es verificado por un fact-checker, entonces nunca ha ocurrido. El ejemplo a mi juicio más paradigmático de esta nueva situación pudo verse claramente con la tensa situación de Donald Trump y el presunto fraude en las elecciones. Vaya por delante que ya es del todo insólito que el presidente de los Estados Unidos no recibiese prácticamente cobertura mediática sobre lo que andaba haciendo (litigios, firma de decretos, comunicados, etc) ya que realmente si uno quería enterarse de sus movimientos tenía que acudir expresamente a sus canales propios de difusión en YT y Twitter. Hubo un ejemplo que a mi juicio fue paradigmático sobre el asunto, en el que la cadena MSNBC interrumpió una retransmisión del ex-presidente en plena rueda de prensa, arguyendo que éste estaba mintiendo y que por tanto, no podían tolerarlo. En momentos como ese es donde se demuestra que los medios de masas, que si bien ya eran suficientemente poderosos en la era capitalista de hegemonía americana, ahora han ganado un nuevo nivel de poder, con el que se arrogan la capacidad de juzgar la información y de decidir si es bueno o no transmitirla.

Es por eso por lo que cabe pensar que pese a que Trump hubiera tenido los recursos necesarios para obtener una victoria legal, ¿habría importado algo? Los medios han decretado que no ha existido fraude, de modo que podía depender de ellos el cubrir o no una supuesta victoria jurídica de los republicanos. En el caso de que hubieran decidido no cubrirlo dicho resultado no habría ocurrido. Se dejaría entonces a la imaginación de la masa -a modo de “sugerencia”-  que Trump y sus acólitos estarían boicoteando las instituciones y cargando contra la democracia, simplemente porque tiene “mal perder”. Y de hecho, no es algo muy lejano a lo que realmente sucedió con el incidente del Capitolio, donde la narrativa solamente apuntaba al “autoritarismo” de un mal perdedor, y no en el trasfondo de irregularidades que fueron desvelándose durante esos meses. ¿De qué sirve demostrar un fraude si o bien nadie se entera o bien ya ha sido determinada la dirección moral a la que el mundo tiene que someterse? ¿Con qué cuajo van a desafiar unos legisladores al relato oficial? Este es el asunto de fondo, lo que diga la ley puede quedar en una irrelevancia absoluta, y por tanto, muerta la ley, muerta la imparcialidad.

De hecho ni siquiera hay discreción a la hora de expresar esta voluntad de cambio hegemónico. Otro suceso ejemplar de esta situación fue el ocurrido tras el pedido de informes a los demócratas por parte del juez supremo Samuel Alito con motivo de la demanda interpuesta por el republicano Mike Kelly. Los demócratas emitieron una respuesta alegando que la Corte Suprema (SCOTUS) debería mantenerse al margen del asunto electoral. De este modo, sí, pudo haber existido el fraude, pero de todos modos los jueces y las leyes no deberían entrometerse. Es un desafío, una invitación a que la ley abandone la verdad y ésta pase a ser propiedad exclusiva de los creadores de relato, que son los grandes medios y las redes sociales.

Ya lo dijo Lord Varys, "el poder reside donde los hombres creen que reside". Ahora mismo, de manera implícita, los ciudadanos creen en los medios de masas, y por tanto, ahí reside el poder. Y si no creyeran, si la credibilidad de los medios fuera mínima, daría igual en este punto, porque la única realidad que existe es la que figura en un medio. Si alguien quiere observar una realidad no cubierta por los medios tiene que moverse, a sabiendas, además, de que lo que descubra probablemente no salga a la luz y difícilmente pueda ser compartido, porque los medios se encargarán de negar que has visto lo que has visto. En realidad esto va más allá del mero control de la información, sino que también modifica el modo en que uno hace carrera de la política. Es decir, hasta ahora el ser político exigía tener un cierto manejo de la ley, de hecho históricamente muchos políticos han sido abogados o juristas. Bajo el Imperio del Relato ya no es necesario, tan sólo hace falta tener el suficiente potencial como para entablar la complicidad con los medios propia de este sistema. Como conclusión, tenemos una élite de gobernantes que no quieren regular con la ley, y unas corporaciones que quieren ahorrarse el tener que competir en un mercado. El precedente de Estados Unidos invita a la percepción de que los grandes medios (entre otras muchas entidades supranacionales) son quienes quitan y ponen a los presidentes. No es absolutamente así, pero evidentemente sí ha quedado patente que las grandes corporaciones mediáticas no han tenido reparo en decantarse por una opción ideológica concreta (reconocido por la propia revista TIME) y no sólo eso, sino en prestar cuantiosos apoyos económicos. Quiero decir, que haya medios afines a un partido o a otro, que se le "vea el plumero" a un medio no es una cosa novedosa, siempre ha existido en mayor o menor medida. Ahora bien, que veamos a medios de comunicación aplicando la censura a ciertas informaciones es un punto de inflexión, porque hasta ahora dentro de la rama que puede ser el periodismo no ha habido mayor compromiso que el de sencillamente, informar acerca de un suceso. Ahora ya no es así, porque ha entrado en juego el juicio sobre el suceso mismo.

Como siempre sucede en el mundo, la batalla es entre dos concepciones filosóficas acerca de la vida política y la vida a secas. El conflicto es plenamente reducible a esa dicotomía tan célebre en Occidente, que desde los griegos empezó a dar guerra en el espíritu humano, la apariencia y la realidad. En un lado está la pretensión de sumisión del mundo a la huella humana, a su capacidad de contar el relato y de distribuir verdades y mentiras al gusto, y por otro, está la humildad de la sumisión al mundo, el reconocimiento de la finitud y de una verdad que excede la presencia del hombre en la Tierra. Los mas media son la arrogancia del trilero, que cree que con un par de trucos posee un control total sobre lo verdadero y lo falso, pero lo cierto es que al final, la realidad generalmente da un golpe sobre la mesa y se le acaba pillando.

 

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