El espíritu de Munich planea sobre Hong Kong

Hong Kong.
Hong Kong.

La crisis de liderazgo en el mundo occidental inquieta mucho, en una coyuntura llena de incertidumbre, y no sólo por la pandemia vírica. Hay demasiados silencios y no pocas mentiras, exigencias ilógicas de lo políticamente impuesto (antes correcto). Está pasando factura la primacía de lo emocional, en gran medida consecuencia del predominio de los medios de comunicación audiovisuales. Pero la raíz es más honda, y aparece y reaparece en la multitud de ramas de un árbol frondosísimo.

         No sirve de nada lamentarse. Pero hay casos, como el de Hong Kong, que merecen alertar del peligro, justamente para evitar lamentaciones en el futuro, como sucedió con la miopía occidental, especialmente francesa y británica, apenas un año antes de la segunda guerra mundial.

         No sé por qué, pero la anexión antijurídica de Hong Kong por parte de Pekín, me recuerda la invasión de Polonia, que acabó desencadenando la demoledora conflagración mundial. La comunidad internacional cuenta hoy con más medios que entonces, gracias a la ONU y, a pesar de su peculiaridad, a los procesos de Núremberg. Pero es preciso activar esos instrumentos antes de que sea demasiado tarde.

         Lo he pensado al leer en Le Monde la entrevista a lord Chris Patten, el último gobernador británico de la antigua colonia, rector hoy de la universidad de Oxford: con cierta nostalgia, quien gestionó el traspaso de la colonia considera que el Reino Unido subestimó la fuerza de su posición respecto de Pekín. La imposición de la ley de seguridad demuestra que no se puede confiar en las autoridades de China. Desde entonces, se han sucedido las operaciones policiales represivas, la última el 21 de julio, para impedir los actos conmemorativos de la manifestación pro democracia del año precedente, atacada violentamente por grupos pro-gubernamentales.

         En 1997, año de la retrocesión, lord Patten confiaba, a pesar de las dificultades, en un rasgo clásico de la cultura china: el cumplimiento de la palabra dada. Pensaba que no habría cambios en lo pactado durante cincuenta años, de acuerdo con la declaración conjunta depositada en la ONU. Todo fue bien hasta 2003, con el primer intento de Pekín de imponer una ley de seguridad nacional. No esperaba China que medio millón de personas bloquearan las calles de Hong Kong, un fenómeno inédito e inesperado para Pekín. Fue el comienzo de un ambiente de suspicacia y protesta, que se aceleró con las medidas represivas, y dio lugar a la conocida revuelta de los paraguas.

         La situación se ha ido deteriorando y radicalizando, por el endurecimiento de la posición del régimen comunista contra la autonomía de la antigua colonia, y la libertad en la elección de los representantes populares. Desde que Xi Jinping llegó en 2013 a la cúpula del poder se han sucedido decisiones contra toda disidencia, y no digamos contra los musulmanes de Xinjiang. No está dispuesto a ceder la supremacía del partido comunista chino, en gran medida, para evitar lo sucedido en la URSS. A juicio de Patten, lo sucedido en Hong Kong muestra la escasa fiabilidad de China, y el casi irreductible conflicto entre la democracia liberal y el autoritarismo en el siglo XXI.

         No parece suficiente el endurecimiento de Londres con medidas como la  suspensión del tratado de extradición con Hong Kong –también lo ha hecho Australia- o la de prohibir la difusión de las redes 5G de Huawei. Sin duda, con el Brexit, su posición internacional se ha debilitado. El presidente americano, Donald Trump, por su parte, pondrá fin al régimen económico preferencial que se había concedido a la isla. Pero este tipo de sanción económica contra países totalitarios no suele hacer efecto en sus dirigentes; más bien es un castigo para los súbditos.

         La gran diferencia respecto de 1938 es la realidad de que muchos estados occidentales dependen demasiado de las inversiones chinas, así como de la exportación hacia oriente de productos de calidad. Muchas veces se ha reprochado a líderes europeos que cerrasen sus ojos en materia de derechos humanos, supeditándolos a la necesidad de vender aviones, buques o tantos otros productos. No es casual, como recuerda Patten, que China dejase de comprar salmón a Noruega –era su principal cliente- como consecuencia de la concesión en 2010 del premio Nobel de la paz a Liu Xiaobo, conocido escritor militante de los derechos humanos...

            Lo tiene más fácil como rector de Oxford, aun a riesgo de perder ingresos por la disminución de estudiantes chinos. Los alumnos extranjeros son indispensables para la financiación de esta universidad, como de tantas otras. Y hoy está en dificultad por la pandemia y las restricciones en la movilidad. Patten espera que Oxford siga atrayendo a universitarios de todo el mundo. Pero subraya claramente que la institución debe seguir oponiéndose a todas las formas de racismo y sinofobia, y continuar defendiendo firmemente los valores de la democracia liberal.

 
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