Europa necesita redescubrir sus grandes valores

Parlamento europeo.
Parlamento europeo.

Vamos hacia un 2019 con elecciones europeas, en un contexto nada fácil para la UE, y no sólo por el Brexit. Hay demasiada miopía en los gobernantes y escasa visión de futuro y de conjunto. Prevalece el interés electoral más inmediato, sea en Sevilla, en Barcelona o en Berlín. En tiempo de crisis provocada por nacionalismos o por la mediocridad de los líderes, se plantean reformas de la Constitución –española o comunitaria-, como si fuera la responsable de los problemas. No están en los campos de labranza, sino en las yuntas que las aran.

En esa línea se inscribe, a mi entender, el manifiesto lanzado en Francia por el díscolo Thomas Piketty, a la cabeza de un amplio colectivo de intelectuales, investigadores y políticos procedentes de dieciséis países, con inspiración en conjunto izquierdista. Típico de mesianismos transformadores de la condición humana ¿cómo olvidar la ilusión del “hombre nuevo” soviético?-, plantean un proyecto de tratado y de presupuestos, para refundar la Unión.

El manifiesto Piketty –por resumir- propone crear instituciones más democráticas, comenzando por el diseño de una asamblea europea soberana, y convertir a la UE en una verdadera potencia, con un presupuesto cuatro veces mayor que el actual. Representaría el 4% del PIB y se financiaría con los impuestos que gravan los beneficios de las empresas, las rentas altas, los grandes patrimonios y las emisiones de carbono. No sé si, ante el movimiento de los “chalecos amarillos”, revisarán algunos de estos planteamientos. En todo caso, en el sitio Tdem.eu se pueden consultar las propuestas, junto con el nombre de los firmantes, también disponible en la página de Le Monde, con fecha 10-12-2018.

Se aplican a la UE las categorías clásicas del Estado soberano, en quien se deposita plena confianza –antes que en los ciudadanos o en sus libres asociaciones, descritas ahí en términos negativos, como si fueran mera manifestación de una concurrencia generalizada por el puro y duro liberalismo-, para encauzar la solución de tantas cuestiones: el déficit de inversión pública estructural, especialmente en formación e investigación, el aumento de las desigualdades sociales, la aceleración del calentamiento global y la crisis en la acogida de inmigrantes y refugiados.

Para superar el evidente riesgo tecnocrático de las propuestas, plantean la integración de parlamentos nacionales y la posible asamblea europea. El 80% de sus miembros serían diputados de los países que se adhieran al tratado (en proporción a las respectivas poblaciones y grupos políticos), y otro 20% procedería de los miembros del actual Parlamento Europeo (en proporción a los grupos políticos).

Mi impresión es que la crisis es de valores y no de instituciones representativas. Lo confirmo al leer discurso y entrevistas a Julia Kristeva - lingüista, filósofa, escritora y psicoanalista, profesora emérita de Semiología en París-VII y Nueva York- con motivo de su doctorado honoris causa por una universidad no estatal de Milán. En síntesis, "Europa está en crisis, pero si sabe cómo reforzar las identidades nacionales y volver a dar respuesta a la necesidad de creer de la gente, que con demasiada frecuencia nuestras sociedades secularizadas han tratado de borrar y ocultar, podrá convertirse en protagonista en la escena mundial”.

Esta "ciudadana europea de nacionalidad francesa, de origen búlgaro y americano por adopción", no cree en Dios, pero se muestra abierta a la trascendencia. Considera que la identidad europea resulta inseparable de una idea de libertad que no es sólo "subjetividad emprendedora, capacidad de iniciativa", sino "liberación del Ser de la palabra que cuestiona y se entrega al otro y se refleja en poesía, deseo, revuelta".

Europa está ahora en peligro, porque se intentó "reducir las identidades nacionales en nombre de un universalismo mal entendido", lo que llevó a muchos políticos a uniformar toda diferencia en una "nueva versión de la banalidad del mal" descrita por Hannah Arendt. Algo de eso se atisba, a mi juicio, en las descalificaciones rituales de las políticas mayoritarias en Hungría y Polonia, y casi en Austria.

Por otro lado –reitera Kristova-, Europa se ha apoyado en la sociedad secularizada y "ha negado lo que yo llamaría la ‘necesidad de creer’, que para mí es universal, pre-religiosa y pre-política". Lleva al nihilismo -drogadicción, anorexia, vandalismo- y al "idealismo fundamentalista del extremismo religioso".

 

El desierto espiritual –la ausencia de valores- puede dar lugar a crispaciones y odios destructivos. La tecnocracia más bien ampliará la crisis, como se observa hoy en tantos países próximos.

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