Javier Fumero

Fernando Simón está achicharrado

Fernando Simón, durante una rueda de prensa el 17 de junio de 2020
Fernando Simón, durante una rueda de prensa el 17 de junio de 2020

No es que esté quemado: está achicharrado. Por eso Fernando Simón no debe seguir un minuto más como portavoz del Gobierno para la pandemia. Su principal debe: ha perdido toda credibilidad. Y eso es gravísimo.

Simón no parece mala persona. Incluso puede que hasta sea un buen gestor del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias (CCAES). Sin embargo, para ejercer como responsable de comunicación de un organismo durante una grave crisis (sanitaria o de cualquier tipo, en el fondo) es preciso reunir una serie de condiciones, que explico más abajo. Pero en cualquier caso, Fernando Simón ha cometido varios errores de comunicación de libro.

Por ejemplo, su primera valoración sobre el impacto de la pandemia fue un patinazo en toda regla: “Me sorprende –dijo en febrero- la excesiva preocupación”. “Creemos que España como mucho va a tener algún caso diagnosticado”. Resbaló también con las mascarillas: “No es necesario que la población utilice mascarillas” (lo que abrió la puerta a las especulaciones: no era una verdad científica sino un modo de proteger al gobierno que no disponía de existencias).

También se ha equivocado con la información sobre las vacunas. Y ahora, con la dichosa cepa británica: primero dijo que apenas iba a afectar a la población española y más recientemente, que quizás en marzo empecemos a notar alguna cosa. Lo último ha sido culpar a los españoles de todos los males, por habérselo “pasado mejor” de lo que debían en Navidad.

Hay un hilo que une todas estas afirmaciones: la imprudencia. Al vocero que da la cara durante un cataclismo no se le pide infalibilidad (porque nadie la tiene) sino prudencia. Su recurso a algunas bromas o su posado con una chupa de cuero y una moto en verano tampoco se entendieron: su misión no era caer simpático sino informar con sensibilidad y eficacia sobre un drama brutal.

Se trata de un tema muy sensible para el Gobierno. Porque dicen los expertos en comunicación de crisis que parte de la solución es dotar a la organización que sufre esa situación extraordinaria de un portavoz a la altura. Eso refleja preocupación y compromiso con los afectados. Y lo contrario: el desapego que demuestra ahora Moncloa sobre la persona que sale todas las tardes a explicar cómo evoluciona la pandemia genera mucho rechazo.

Es verdad que durante una crisis de carácter técnico, como una pandemia, lo recomendado es que la voz cantante no la lleve el presidente, un consejero delegado o un director general, sino un experto. Pero este debe reunir al menos tres requisitos:

a) Ser capaz de articular el mensaje de la organización. b) Ser capaz de transmitir credibilidad y confianza (por su personalidad y por la responsabilidad que tiene en el organigrama de la institución). c) Ser capaz de transmitir serenidad y empatía, que esté capacitado para manifestar compasión, calor humano, paciencia. Que sepa escuchar y percibir las preocupaciones de sus interlocutores. Para ello, se requiere un temperamento calmado, que no se desanime ni se altere frente a un público airado.

Debe tener autoridad, insisten también los expertos. Porque los periodistas y los ciudadanos se dan cuenta inmediatamente de si el portavoz es solo un parachoques para cubrir a sus superiores. En ese caso, la institución perderá la confianza de su público por intentar eludir responsabilidades.

 

Fernando Simón ha perdido todo el crédito en los aspectos que acabamos de mencionar: no es creíble, no genera confianza, no transmite serenidad. Parece sobrepasado, algo atolondrado, como si se hubiera convertido en un simple muro de contención para evitar que otros se quemen. Parece que Moncloa es el único que no se ha dado cuenta.

Más en twitter: @javierfumero

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