El festival de Benidorm

En su época, allá por los años 60 del pasado siglo, era el no va más de la canción española; algo así como el Festival de San Remo para los italianos. Incluso un año lo ganó Julio Iglesias y ahí comenzó su fulgurante carrera como intérprete de primera fila en todo el mundo.

Que se sepa ni Leire Pajín ni sus familiares se dedican a la canción, por más que en Benidorm hayan dado el cante y montado un festival con la moción de censura que ha defenestrado al Partido Popular de la alcaldía de la ciudad turística por excelencia, pero lo cierto es que ‘la niña de Zapatero’ está en horas bajas e incluso ya se especula con aquello de que está perdiendo el favor del líder socialista.

Mientras que no se reforme la Ley Electoral –seguro que se reforma un siglo de estos- y se pongan encima de las mesas electorales las listas abiertas, el transfuguismo, en sus varias modalidades, va a estar a la orden del día y por muchas comisiones y comités que se monten para erradicarlo, será el pan nuestro de cada día sobre todo en los ayuntamientos. Se discutirá, una y otra vez, de quién es el escaño: si del partido que presentó al candidato blindado en sus listas o del propio político que dio su nombre para que fuera integrado en la papeleta; pero será una discusión inútil. Después de cada caso, seguiremos asistiendo al rosario de acusaciones entre partidos, porque en eso del transfuguismo todos tienen vergüenzas que tapar y olores que camuflar. Y vuelta a empezar.

Lo que de verdad está en juego es la honradez política de cada quien. El concepto del compromiso, de la honorabilidad y hasta de la propia estima que cada concejal, cada diputado o cada hombre público, tenga y ponga a contribución en un momento concreto de su trayectoria. Lo demás, si vuelven o no vuelven, sin son estrategias más o menos teatrales, si lo hacen por el bien o por el mal de sus conciudadanos e incluso las peleas familiares más o menos aparentes, se quedarán en agua de borrajas.

Al final lo que importa y lo que queda es la seriedad, la honradez y la confianza que ciertas actuaciones merezcan a los ciudadanos y dónde y cómo queda el prestigio, no sólo de la clase política –que allá ellos- sino del sistema, de la convivencia en común y del sentido de esa democracia tan traída, llevada y manoseada por unos y por otros.

 
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