Francia: la decepción política como estado de ánimo

Emmanuel Macron.
Emmanuel Macron.

El gobierno francés ha hecho público un primer balance del debate nacional lanzado a comienzos de año por el presidente Emmanuel Macron, como comenté en su día. El país vecino está a la espera de su comparecencia ante las cámaras para señalar su respuesta a los ciudadanos. De momento, según las opiniones que he recogido en la prensa francesa, temo que las cosas siguen igual, también porque las amplísimas discusiones –con intervención de millón y medio de personas- no parecen responder a las inquietudes del principal movimiento popular de protesta de los “chalecos amarillos”.

De hecho, parecía que sus movilizaciones recibían un menor respaldo, en parte por la dura reacción oficial ante los brotes de violencia que acompañaron a las manifestaciones. Pero este último sábado se ha producido un repunte, quizá como confirmación de que sus problemas siguen sin ser atendidos.

Los líderes políticos españoles, agotados quizá por una campaña electoral que empezó hace tiempo, deberían quizá estudiar el fenómeno del país vecino, al que no somos demasiado ajenos. No he encontrado una explicación convincente a ese 40% de indecisos que reflejaba uno de los últimos sondeos de opinión. Temo que no sean indecisos, sino indiferentes, aunque reconozco el riesgo de trasladar al conjunto las propias sensaciones. Detecto un cansancio ciudadano ante el actual sistema, más partitocrático que democrático en sentido estricto. La campaña puede agudizar la fatiga, en vez de promover la participación. En todo caso, no es fácil predecir el cui prodest de la abstención.

En Francia, se observa un serio crecimiento –rechazado por los principales líderes, incluido el primer ministro Edouard Philippe- del deseo de participación política a través de referéndums. Se comprende la suspicacia de los dirigentes, porque no han olvidado el de 2005, que estuvo a punto de dar al traste con la constitución de la Unión Europea. Y muchos siguen pensando que fue un inmenso error la consulta británica que –sin una mayoría cualificada- ha llevado al Brexit. Otros tantos añoran, en cambio, el comportamiento habitual de Suiza o de los Estados Unidos, donde el referéndum forma parte de la vida política habitual.

El drama surge cuando los ciudadanos no se sienten representados por las asambleas legislativas, configuradas teóricamente como “sede de la soberanía popular”. El bonapartismo tiene riesgos bien conocidos, aunque sigue presente en la mente de cuantos añoran un salvador: puede ser la causa principal del avance de los populismos en Europa, más aún que las consideraciones identitarias que llevan a cierta xenofobia o, al menos, rechazo de la inmigración. Pero pueden ser flor de un día, como se advierte en la profunda crisis política de Italia, o acaba de comprobarse en la derrota –aun mínima- de la extrema derecha en Finlandia.

Se comprende que la ansiedad ciudadana se apunte a soluciones sencillas a problemas complejos. Con frecuencia, la obsesión por encontrar una salida hace olvidar las contradicciones, o pone entre paréntesis el sentido crítico. No parece lógico acentuar las ventajas –mejorar servicios públicos, reducir impuestos-, sin considerar los inconvenientes –el crecimiento de los números rojos, que acaba neutralizando las esperanzas en un estado del bienestar cada vez menos sostenible, con la cuestión de las pensiones en una sociedad envejecida.

Parece necesario plantearse –aunque pueda parecer impopular- la realidad de la transformación social sin precedentes, que exige quizá revisar los fundamentos del sistema. Quizá lo más importante sea renunciar al gran criterio de valor de los últimos tiempos: el rendimiento económico de los comportamientos humanos, con la aceptación bobalicona de la globalización.

Tenía que ser un profesor de lenguas clásicas, François Bayrou, quien recordase a sus conciudadanos que la inquietud del país “no se resume en una bajada de impuestos” (pero no estaría de más plantearse en serio la fiscalidad –el IVA- de los productos de primera necesidad, aunque suponga para el fisco miles de millones de euros). Tampoco Macron debería quedarse en medidas sólo simbólicas, del tipo de la decisión del presidente de México Andrés Manuel López Obrador de vender el avión presidencial y no utilizar como residencia el palacio oficial…

Está por ver si el presidente Macron superará el impasse, a pesar de la expectación con que se espera su alocución al atardecer del lunes 15. No podré comentarlo, porque estaré lejos de Madrid… y sin wifi: la Semana Santa se lo merece.

 
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