La grave internacionalización del conflicto de Siria

Pasó por Madrid en plena canícula John F. Coverdale, conocido hispanista español, que trabajó en el equipo, si no recuerdo mal, de Hugh Thomas. Me acordé de su importante tesis doctoral sobre la intervención de Italia en la guerra civil de España. Para muchos, el conflicto se alargó en gran medida por la cooperación extranjera con ambos bandos, incluida la de las mitificadas Brigadas Internacionales.

Algo de esto comienza a suceder en Siria, aunque las causas de la contienda y las partes en acción son muy distintas. La impotencia de la ONU, especialmente por el veto de Rusia y China ante decisiones capitales, está dejando paso, tras el fracaso de la mediación de Kofi Annan y la retirada de observadores, a una progresiva intervención de países próximos en favor de los contendientes. Irán envía ahora abundantes medios militares en apoyo del presidente Bachar Al Asad. Y cada día crece la ayuda en armamento para los rebeldes, que distan de constituir aún un ejército organizado.

Ésta es una de las grandes diferencias con la Guerra de España. De hecho, potencias occidentales, como Francia, piden a los rebeldes que traten de unirse y formar un gobierno de concentración, pensando también en la orientación futura de Siria si se consiguiera el derrocamiento del presidente. Se superaría así la imagen actual de un “todos contra todos”, que sufren especialmente las minorías, como kurdos o cristianos.

El caso de los cristianos resulta patético. Asentados pacíficamente en Siria desde tiempo inmemorial, son amantes de la paz. Por eso, los radicales sunitas les acusan de connivencia con el poder. Y no les falta alguna razón, puesto que de hecho Al Asad ha respetado hasta ahora el pluralismo religioso, aun a riesgo de falta de opciones democráticas. Se convierte así en excusa para la violencia que sufren por parte de facciones rebeldes, en especial, las dirigidas por sunitas y salafistas.

En ese contexto, el apoyo de Occidente a las aspiraciones democráticas de la oposición puede determinar ‑junto con la reacción a las sanciones externas‑ un fortalecimiento de otro tipo de dictadura, ayudada por el actual líder de Al Qaeda Ayman Al Zawahiri, y netamente partidaria de la Yihad, formalmente declarada el pasado mes de enero.

Antes del verano, suscitó mucho interés el movimiento por la paz y la reconciliación (preferiti “Mussalaha”): una iniciativa espontánea de la sociedad civil, lanzada por miembros de las diversas comunidades étnicas y religiosas, cansados ​​de la guerra y partidarios de evitar la intervención militar extranjera. En las reuniones participado alauitas, sunitas, drusos, cristianos, chiitas, árabe, dispuestos a un “diálogo nacional auténtico”. Pero no ha habido soluciones políticas prácticas.

Es más, existe el riesgo de trasladar el conflicto a naciones vecinas, de modo particular, a Líbano. Crece exponencialmente el número de refugiados: su presencia azuza a las comunidades correspondientes de ambos países, y agravan, por ejemplo, la cuestión de los kurdos en Turquía. Se ha llegado a hablar de la suspensión del viaje de Benedicto XVI a Beirut, aunque de momento ya está allí el papamóvil, y los portavoces del Vaticano insisten en mantener el plan previsto a partir del próximo 14 de septiembre.

Entretanto crece día a día la desinformación, que recuerda también los tiempos de la Guerra española: los mensajes de portavoces de la oposición suelen valorarse como fidedignos, y se contraponen a la “propaganda” del Régimen. Todo, agravado por las redes sociales, lógicamente sin control, y no siempre fiables ni mucho menos.

Occidente querría que prosperare un Islam moderado, que democratizase las dictaduras y alejara el riesgo del terrorismo. Pero no está nada clara la vigencia de bellas palabras de musulmanes que trabajan en universidades europeas o de personalidades que vivieron años en el exilio, como Rached Ghannouchi, presidente del tunecino Ennahdha (Renacimiento), un movimiento que se presenta como democrático, pacífico, favorable a un Estado civil, enraizado en el Islam y la cultura árabe, pero abierto al mundo, con igualdad de sexos y participación activa de la mujer en la vida pública.

 

Hace unos días declaraba a Jeune Afrique que no hay que tener miedo del islamismo, “porque el Islam es libertad, tolerancia, apertura, modernidad y política (…) Los musulmanes saben bien que el Islam es eminentemente político, pero es preciso distinguir el culto de la acción partidista. A fin de cuentas, el Islam es la vida”.

El problema es que no existe de hecho “un Islam”, menos aún en Siria.

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