Güevinarios

Webinar.

“Acabo de asistir a un genial webinar sobre mindfulness”, me comenta entusiasmada una conocida refiriéndose a una videoconferencia sobre cómo combatir el estrés. Han proliferado mucho estas convocatorias por internet para tratar de lo más variopinto, al igual que esos tutoriales para explicar cómo se hace la o con un canuto. Cualquier joven de hoy acude raudo a dichos recursos en lugar de intentar comprender por si solo un párrafo que lo exponga, lo que pronto les convertirá en personas manipulables hasta extremos inimaginables por lo audiovisual. No sé cómo se las arreglarán para leer el día de mañana el prospecto de un medicamento.

Hasta ahora, los seminarios eran reuniones de académicos alrededor de un erudito que compartía sus hallazgos con cierto aire de suficiencia. Con los años, fueron decayendo en favor de los congresos o conferencias aisladas de cada disciplina, en los que el formato no permitía tan estrecho contacto entre público y orador. El declive de estas convenciones o conversatorios, como los llaman en América, con filas de butacas vacías en regios auditorios, presagiaba el final de cualquier convocatoria de este tipo, a la que ni los alumnos universitarios parecían interesar ya en determinados ámbitos del saber.

Y en esas estábamos cuando llegó el webinar.

Aunque sea pronto para predecir su futuro, algunos elementos aconsejan ser cautos con esta nueva herramienta digital, al menos en el contexto formativo o de contenido intelectual. No dudo de su efectividad para otros menesteres comerciales, profesionales o políticos de consumo rápido, pero tal vez encuentren algún que otro inconveniente en el entorno cultural.

Sin caer en la visión apocalíptica de Vargas Llosa en su civilización del espectáculo, nunca como hoy la materia educativa había tenido la necesidad de ser entretenida o impactante de conformidad con los infantiles cánones actuales, bastando con su esencialidad para la cabal comprensión del mundo. Ahora, en cambio, no es preciso leer los dos tomos de Mommsen porque la historia de Roma te la cuenta en veinte minutos cualquier influencer en Youtube, relegando el lento proceso de asimilación de los conocimientos al cuarto oscuro.

Esta youtuberización cultural, además, no siempre está protagonizada por quienes dominan un asunto, porque habitualmente carecen de la compostura propia de las estrellas rutilantes de estos nuevos medios, con alta presencia de botarates. Aunque a algunos nos encante consultar documentos videográficos de eximios personajes ya desaparecidos, no creo que seamos muchos ni que se mantengan colgados demasiado tiempo, porque lo que manda aquí es el número de visitas a esa página, y nunca el interés objetivo del material subido a la red.

La ciencia es ciencia y la cultura es la cultura, sin precisar de la diversión para serlo. Aunque para la enseñanza de los niños puedan ayudar estos canales de comunicación, no puede ser que se extiendan al resto de la población madura, trivializando con ello los cimientos de nuestra civilización y transformándolos en una monumental gansada.

El porvenir nos dirá si estos webinar nos ayudan a dignificar a la cultura con mayúsculas, la de verdad, la seria y responsable, extendiéndola a todos los rincones con el rigor que es propio a todo seminario de altura. O si en cambio se convierten en frívolos güevinarios adolescentes de olvido instantáneo, que tanto contribuyen a llenar nuestras mentes de materia inservible.

 
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