Qué hacen con Teresa

En una España donde la cultura cristiana y el conocimiento de la fe católica no andan muy boyantes –porque la ignorancia es muy atrevida- salen libros que pretenden, al parecer, poner la santa al día.

Hay cosas que no se discuten: su gran personalidad, su categoría literaria (escribió la primera autobiografía en lengua no latina, mucho antes que Rousseau), su capacidad para salir adelante en medio de todo tipo de dificultades. Pero lo de su santidad no acaba de entenderse.

Una escritora la compara con Frida Kahlo, que es comparar un erizo con un clavel. Otra, de la que la editorial presume de sus “profundas convicciones marxistas”, pretende presentar a Teresa como “debeladora de los dogmas” y algunas simplezas más.

Es como si yo, al escribir sobre Antonio Machado, no lo hiciera como hombre y poeta, sino como lepidóptero.

¿Han leído acaso Las Moradas? ¿Saben el tiempo y la importancia que Teresa concede a la oración, es decir, al trato asiduo con Dios. ¿Se desea un conocimiento rápido e inmediato del alma de Teresa? Basta la primera estrofa de una de sus poesías: “Nada te turbe/, 
nada te espante/, 
todo se pasa,/
Dios no se muda;
/la paciencia/ 
todo lo alcanza;/ 
quien a Dios tiene/ 
nada le falta,/
Solo Dios basta”.

Se puede o no estar de acuerdo con eso, pero Teresa era eso.

No quiero quitar mérito al esfuerzo de algunos y algunas por presentar a Teresa como feminista, heterodoxa y qué sé yo más: es un esfuezo ímprobo porque su mundo era otro. Por eso, la mejor manera de celebrar este quinto centenario es ir a la fuente: leer lo que ella escribió magníficamente, con un castellano que está vivo y salta como el agua de un manantial.

 
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