Ser y hacer

La Dama de Hierro le responde: “en mi época, todos queríamos hacer y nadie quería ser. Hoy, todo el mundo quiere ser y nadie quiere hacer”.

            Esta conclusión sigue siendo aplicable a un buen número de asuntos. Se ha extendido la alergia de un hacer que pueda redundar en avances. O al menos de impedir que las cosas que están mal continúen haciendo daño sin ser abordadas. En su lugar, prima alcanzar la cima guiándose del fin justificador de medios, de la traición o del pisar callos, porque en infinidad de ámbitos lo de menos es cómo se llega.

            Existe una fórmula infalible para detectar a quien está para ser y quien está para hacer. Aquél, acostumbra a blindarse de sus potenciales contrarios, que suelen ser quienes rechazan su falta de legitimidad para obtener el mando, razón por la que no ceja de intentar acabar con ellos de forma misericorde o inmisericorde, que tanto da. Al de hacer, sin embargo, le obsesiona todo lo que sea lograr progresos para el colectivo, porque su único interés se centra en conquistar ese magno objetivo, con perseverancia, sentido del humor y sano orgullo.

             El entorno en que se desenvuelve el primero, además, suele ser el de personas que lo ven venir, lo ven actuar, les pueden llegar a parecer  malas sus artes… pero, ay, contemporizan, que el diccionario define como “acomodarse al gusto o dictamen ajeno por algún respeto o fin particular”, algo que de ordinario se traduce en no meterse en camisas de once varas que afecten a la nómina, como si esa fuera la única forma que existe de poder vivir con unan mínima dignidad. Las víctimas de estos trepas, por costumbre, han de limitarse a la satisfacción íntima de saberse indemnes de sus maquinaciones, pero también de certificar con tristeza que “pocos amigos son de verdad cuanto te halagan si triunfando estás, y si fracasas bien comprenderás que los buenos quedan, los demás se van”, como interpreta soberbiamente desde hace décadas el gran Julio Iglesias.

            En otros ámbitos, también la necesidad de obtener respuestas en términos de hacer, y no de ser, es lo que pudiera estar detrás de determinados resultados electorales que hemos conocido. No es que esté en crisis la democracia: lo que está son las formas de acceder al poder, que han de cambiar. Urge sustituir a los cuadros que ambicionan un puesto por aquellos que lo ansían para poder mejorar a su nación, región, ciudad o barrio, aunque sea con ideas que pudieran no ser del todo compartidas. Y hacerlo sobre todo por quienes hayan demostrado en su vida civil que cuentan con las mejores condiciones para hacerlo, en lugar de los que no han cotizado fuera de la política ni un mísero año, limitándose a escalar en el sistema como si se tratara de un juego de mesa de estrategia.

            Hacer, en fin, es lo propio de los que piensan en grande, de los que tienen la certeza de que ars longa, vita brevis, de los que dejan en evidencia a aquellos otros que persiguen triunfos con trampa, y que cuando arriban a la cumbre nos permiten comprobar a todos sus desnudas miserias.


Javier Junceda


 

Jurista


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