José Apezarena

Juan Carlos I, un rey “no ejemplar”

El rey Felipe junto a don Juan Carlos.
El rey Felipe junto a don Juan Carlos.

La primera ‘condena’ a Iñaki Urdangarín por sus negocios en Nóos no la dictaron los tribunales, sino la mismísima Zarzuela, cuando, en diciembre de 2011, el entonces jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, calificó de “no ejemplar” la conducta del marido de la infanta Cristina.

Después vendría todo lo demás, el procesamiento, el juicio, la condena y el ingreso en prisión del yerno del entonces rey, Juan Carlos I.

El comunicado que ha difundido ahora la Casa del Rey, anunciando que Felipe VI se desvincula totalmente de cualquier negocio de su padre y le retira su asignación del Presupuesto del Estado, esconde el mismo calificativo: Juan Carlos I ha sido un rey “no ejemplar”.

Es la principal conclusión que se extrae de la lectura atenta de esa nota, excepcionalmente dura con el padre del actual monarca. La Zarzuela podía haber optado por un comunicado menos directo, menos incisivo y rotundo, más general, pero no: ha apuntado directamente, y casi sin piedad, contra el rey emérito.

El preámbulo, recordando el discurso de proclamación de Felipe VI, el 19 de junio de 2014, cuando dijo que la Corona debe velar “por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social”, añadiendo que “solo de esa manera, se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones”, lleva a la conclusión de que todo eso es lo que no ha sido guardado por Juan Carlos I.

“Hoy, más que nunca –añadió entonces Felipe VI-, los ciudadanos demandan con toda razón que los principios morales y éticos inspiren –y la ejemplaridad presida– nuestra vida pública. Y el rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de los ciudadanos”.

Si La Zarzuela, es decir, el rey, ha salido a la palestra anunciando esas decisiones respecto a la herencia de don Juan Carlos, es porque entiende que, por parte del anterior rey, no se han seguido todos esos requisitos: ni principios morales y éticos, ni ejemplaridad.

Lo remacha la nota oficial, cuando explica que tales decisiones se toman “con la finalidad de preservar la ejemplaridad de la Corona”.

Una ejemplaridad –concluyo por mi parte- que no se ha cumplido en lo que se refiere a Juan Carlos I.

 

El rey renuncia a la herencia, y a “cualquier activo, inversión o estructura financiera cuyo origen, características o finalidad puedan no estar en consonancia con la legalidad o con los criterios de rectitud e integridad que rigen su actividad institucional y privada y que deben informar la actividad de la Corona”.

Al renunciar, por así decirlo se da por supuesto que la actuación del anterior rey no ha estado en consonancia con la legalidad o los criterios de rectitud e integridad institucional y privada. Más dura no puede ser la nota.

Se ve que Felipe VI, junto con su equipo, han dado excepcional relevancia a las informaciones sobre los dineros de Juan Carlos I y su procedencia.

Por eso, deja claro que la renuncia a esas fundaciones la ha comunicado a su padre por escrito, por carta, de modo que quede constancia física.

Se lo ha tomado tan en serio, que había firmado una declaración notarial manifestando "no haber tenido conocimiento ni prestado consentimiento a participar, en nombre propio o en representación de terceros, en particular de su hija, en ningún activo, inversión o estructura financiera cuyo origen, características o finalidad pudieran no estar en plena y estricta consonancia con la legalidad o con los criterios de transparencia, integridad y ejemplaridad que informan su actividad institucional y privada”.

Tan en serio, que ha logrado que se diga que el propio don Juan Carlos “ha pedido” a la Casa del Rey que se haga público que nunca informó a su hijo sobre las citadas fundaciones.

Aparte del escándalo de las cuentas en el extranjero, la retirada de la asignación que recibía de la Casa del Rey tiene su lógica: tarde o temprano iba a ocurrir, por lo mismo que, en mayo de 2019, don Juan Carlos puso fin a toda actividad institucional, y se retiró completamente de la vida pública.

Conociendo al rey, no dudo que la difusión de esa nota ha sido una decisión que ha meditado con calma y que ha tenido que costarle mucho. Se trata de su padre, al que admira por el papel decisivo en la llegada de la democracia a España.

Pero, una vez más, como ocurrió con el caso de su hermana Cristina, ha tenido que elegir entre los vínculos familiares y el interés de la monarquía.

Y hasta ahora, siempre que Felipe de Borbón ha debido optar entre una opción personal, por muy importante que fuera, y la institución, siempre ha elegido la institución. Lo hizo cuando se discutió su compromiso con Letizia Ortiz y estuvo dispuesto a renunciar a ella. Lo ha vuelto a hacer ahora.

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