La Legión: pasado, presente y futuro

La Legión.
La Legión.
El añorado Centenario de la Legión ya es realidad. Era cuestión de años, de contemplar el inescrutable paso del tiempo, y éste, implacable, no perdona ni detiene sus segundos, minutos u horas para que el pasado se mantenga en forma pretérita y, desde nuestra atalaya en el presente, contemplemos su llegada a nuestra más rabiosa actualidad. 

Vuela, el tiempo vuela, nuestras vidas corren y se precipitan en esa actualidad que, de manera incierta y repentina, arrebata los primeros tramos temporales del futuro. Éstos son parte de la abstracción, de una nebulosa temporal por la que hombres, naciones o instituciones caminarán con paso firme para seguir disfrutando de los caprichos y avatares de la vida.

Y de caprichos o avatares, la azarosa vida del legionario, independientemente de la época, puede dar fe. Sin duda; siempre supo, sabe y sabrá de esos inesperados y tortuosos derroteros que el Destino, épico o infausto, ha ido poniendo a disposición de la heroicidad de la Legión.

Por fin, aunque con alguna que otra cuenta pendiente en sus bien merecidos fastos o por la espera al ansiado reconocimiento de sus gestas en forma de Laureada, ese siglo de vida e historia militar están a escasas horas de cerrar el último capítulo de las páginas de una centenaria historia de valor, honor y gloria; las recogidas por los que, enfundados en ese distintivo verde sarga legionario desde 1920, han escrito con letras de oro en renglones teñidos de sangre y orgullo.

Se trata de 100 años, se dice pronto, de miles y miles de locos aventureros a los que la penuria, el amor, el despecho, la aventura o una simple apuesta llevaron al banderín de enganche más próximo para cumplir una promesa, saldar deudas personales o aquellas contraídas con su prójimo sin temor al frío aliento que desprendía su nueva compañera de viaje, la amada y redentora Muerte.

La Legión, guste o no, es HISTORIA de España; con mayúsculas, pura y dura, auténtica y genuina, sin trampa ni cartón. Y para seguir sumando años, no precisa de aderezos, ornamentos, postureos, parabienes o un atrezzo al uso que conviertan en gestos heroicos esa infinidad de situaciones en las que, desde hace un siglo, aquel primigenio Tercio de Extranjeros ha estado involucrado tras echar a rodar ante el aliviado suspiro de miles de familias de la Península. 

Aquellos padres cuyos hijos conseguían permanecer en casa y evitar casi una muerte segura en tierras africanas agradecieron el arrojo, la valentía y el firme paso al frente de los que se postulaban como primeros "Novios de la Muerte" cumpliendo con el dictado de los espíritus del Credo Legionario. Y todo fue obra de un visionario, el entonces teniente coronel Millán-Astray.

No hubo clases ni distinciones, ni siquiera exclusiones por condición alguna. La Legión fue ese crisol de ricos y pobres, fuertes y débiles, altos y bajos, blancos y negros, orientales y occidentales, unidos por un código de honor inspirado en el Bushido japonés que, como bravos guerreros o en su posterior condición civil, marcaría el devenir de unas vidas inicialmente oscuras, dispersas o descarriadas. Allí, en cualquier Tercio o Bandera, hallaron respeto y disciplina, encontraron el recto camino de la caballerosidad a través del mando que supo tratar a sus hombres como hombres, no como despojos de una sociedad que, en muchos casos, les había paradójicamente estigmatizado por razones varias. 

La psicología del entonces héroe de Filipinas y Marruecos dio sus frutos; su aprendizaje y experiencias vitales de niño en el trato con los presos de cárceles dirigidas por su padre también forjarían el carácter, ejemplaridad y capacidad de liderazgo de aquel gallego.

Su ejemplo, el de un oficial literalmente curtido en mil batallas, se tradujo en trabajo, esfuerzo, disponibilidad y servicio de unos "legías" expuestos a continuos riesgos o, peor aún, un fatal desenlace. Y estos condicionantes se convirtieron en ingredientes indispensables para portar el "sagrado" chapiri con orgullo y gallardía.

Hoy, este cóctel sigue definiendo a los legionarios del presente, herederos de una impronta, unos valores, unas costumbres, una historia y un pasado con el que, sin complejos, se sienten solidarios ante  sospechosas insinuaciones de los nuevos gestores de la historia.

La ausencia de rigor, la obcecación por el pasado, el despiadado sectarismo y la presencia del odio se han convertido en adalides de la infamia y la indignidad con daños ocasionalmente colaterales a una unidad que, como plasmó su fundador en "La Legión" (1923), deja las ideas políticas al margen, a la puerta del Tercio, esperando que el espíritu legionario sirva de bálsamo unitario, que buena falta hace ante los excesos de fracción social del presente, para todos y cada uno de los españoles.

Emilio Domínguez Díaz 
Doctor Europeus en Humanidades
Antiguo Caballero Legionario

La Legión.

Cartel de La Legión.

 

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