Maderal Oleaga: sangre de héroes

Lápida de Juan Maderal Oleaga.
Lápida de Juan Maderal Oleaga.

Hace exactamente 40 años, tal día como hoy 16 de marzo, Bilbao y España fueron testigos de la pérdida de otra vida inocente, la enésima, a manos de tres pistoleros de ETA. Eran años duros, tiempos difíciles en los que civiles, militares o miembros de nuestras fuerzas de orden público se jugaban el tipo a diario en las calles, en sus coches, en el camino a casa, al trabajo o al colegio de sus hijos, convirtiendo cada día y hoja del calendario en una victoria más tras volver a ver un nuevo amanecer.

José María Maderal Oleaga, antiguo caballero legionario, era el presidente de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Vizcaya y, cuando aquella mañana de 1979 se dirigía andando a su puesto de trabajo para cumplir con su rutina laboral, la muerte se cruzó en su camino de manera vil e inesperada, al puro estilo de ETA y sus cachorros del tiro en la nuca. Esa mañana de un invierno que se despedía no dio tregua a la siguiente primavera de José María, a otra jornada más en el almacen de la empresa eléctrica para la que trabajaba.

Noticia del asesinato por ETA de José María Maderal Oleaga.

Desde el principio de aquel trágico final, nadie tuvo dudas sobre la autoría de los hechos. Todo apuntaba a los del hacha y la serpiente. Y no podía ser de otra manera conociendo la "gesta" de los tres gudaris que, por la espalda, pusieron una cabeza y un tórax en el punto de mira de sus pistolas llenas de odio. Los siete disparos descerrajados por aquellos "valientes" encapuchados silenciaron al héroe y, como en otras demostraciones de su particular e ignominioso concepto de askatasuna, la astucia y la lucha armada quedaron mancilladas por la cobarde indignidad de los ejecutores que huyeron por el Puente de la Merced. Ni merced ni piedad formaban parte de la jerga de los que se sentían más cómodos con el tiro de gracia o los múltiples disparos a bocajarro. Cuestión de tara genética.  

Y aquel infausto alba tampoco tuvo piedad de José María, cuya sangre derramada en el suelo parecía el reflejo de aquel otro héroe familiar que, dos décadas antes, le había precedido al encuentro con su novia, la Muerte. Era la imagen de Juan Maderal Oleaga, su hermano fallecido en el Combate de Edchera el 13 de enero de 1958 durante la Guerra de Ifni; donde, cumpliendo con los espíritus del Credo Legionario, había acudido a la llamada del fuego redentor mientras, poseído de ardor guerrero e instinto fraternal, protegía la retirada de sus compañeros de sección junto al brigada Francisco Fadrique Castromonte. Por esta acción, ambos se harían merecedores de la última Cruz Laureada de San Fernando lograda de manera individual por componentes de La Legión.

Juan Maderal Oleaga.

La calle Bilbao la Vieja, aquel reloj que marcaba las 7.45h de la mañana y el eco de un desesperado "¡A mi La Legión!" fueron los últimos testigos de un injusto adiós, el del también propietario del bar "El Legionario", donde habitualmente se reunían decenas de "legías" vascos  para contar sus batallas del Tercio, las vivencias de aquellos inolvidables años y el recuerdo de la gloriosa historia de su unidad, eternamente ligada al sentimiento de morir en el combate como el mayor honor. 

Pero de manera paradójica, José María no tuvo opción ante el comando armado que le asaltó por sorpresa, ese trio cuyo más honorable triunfo había sido apretar el gatillo de la infamia e indignidad. y amenazar a punta de pistola a varios testigos de su macabra acción. El honor, la valentía y el respeto a la vida nunca estuvieron presentes en el ADN de ETA. 

Sus pistoleros no hablaban el mismo idioma que los Maderal Oleaga, héroes auténticos y vascos de pura cepa, como D. Blas de Lezo; legionarios orgullosos de su Erandio natal, de su "vega grande" erandiotarra. Los asesinos sólo se hacían entender con las armas, la única forma de expresarse en los denominados "años de plomo" de las Vascongadas, ante la repulsa de una sociedad vasca que huía del hedor socio-político que desprendían acciones como la emprendida contra uno de sus vecinos. 

 

Ahora, 40 años después, centenares de víctimas del 9 mm parabellum etarra han quedado en el olvido, como muchos de los asesinatos de la banda terrorista, más acostumbrada en estos tiempos a ocupar poltronas consistoriales para recoger la cosecha de aquellas semillas del odio, la tortura y la amenaza que sus cartuchos sembraron con la ayuda de sangre inocente. Ahora, esa omisión se ha convertido en la mayor traición de unos gobernantes, locales y nacionales, que han visto como hay héroes que ganan batallas a pesar de estar muertos. Ahora, su asombro observa perplejo que el Parque Maderal sigue en boca de sus paisanos, de los vascos de bien, de aquellos que opusieron resistencia a las ovejas descarriadas del rebaño mafioso. Ahora, honor y valor resplandecen en la estatua de un héroe del Tercio, en esos casi 800 kilos de homenaje que, si cabe, cobraron mayor majestuosidad tras "resurgir", mutilada y vejada, de la ría de Bilbao. Ahora, 40 años después, es hora de rendir tributo a la sangre derramada por unos héroes vascos, los hermanos Maderal Oleaga, referentes del amor infinito, el sacrificio desinteresado y la entrega absoluta a la Patria.

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