José Apezarena

De madre a suegra (o la maldad de la política)

Me lo relataba recientemente un viejo amigo, sabio periodista y compañero.

Resulta que, cuando cursaba bachillerato en el Instituto Ximénez de Rada, en Pamplona (por cierto, el mismo donde también estudié yo), ofrecieron a los alumnos de último curso un ciclo de encuentros con profesionales para que les hablaran de las distintas carreras, con el fin de orientarles de cara al inminente futuro.

De esa forma, por allí fueron pasando economistas, abogados, periodistas, ingenieros... De ninguno de ellos recuerda mi amigo nada de lo que comentaron.

Se acuerda solamente de que también habló a los estudiantes el entonces gobernador civil, una figura, por cierto, que en Navarra no era precisamente bien vista entonces.

Pues bien, el gobernador civil se mostró muy contundente en su intervención. "No os hagáis políticos", les aconsejó. A pesar de ser él mismo un político.

Argumentó que la política es cosa muy mala, malísima. Tan mala, continuó, que si le ponéis ese adjetivo a una palabra tan amable y hermosa como es "madre" (madre "política") se convierte en "suegra".

Al margen de la anécdota, yo no creo que la política sea una actividad reprobable. Más bien todo lo contrario.

Y pienso que, en la medida en que se imponga masivamente una opinión negativa, considerándolo oficio de pillos, truhanes, ladrones, engañadores, traidores, hipócritas, interesados, incapaces y personajes sin escrúpulos... serán muy pocos los ciudadanos preparados y valiosos que deseen dedicarse a la cosa pública.

Y, si huyen de la actividad política los personajes más capacitados, quienes tienen espíritu de servicio, los que desean ayudar a otros, quienes aspiran a construir una sociedad mejor para todos y están dispuestos a algún sacrificio por conseguirlo... si eso ocurre, tenemos un problema. Y grave.

 

No se me ocultan, por supuesto, las tropelías, corrupciones, incapacidades, ignorancia, estulticia, hasta la mala voluntad, de no pocos de quienes se dedican a la vida pública. Ahí están. Muchos de ellos aparecen (o aparecerán) en los periódicos. Pero son muchísimos más los que se dedican a eso por ideales, afán de servicio y sentido de responsabilidad. Aunque casi nunca se lo reconozcamos.

¿Que soy un soñador, un ingenuo? Yo creo que no.

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