Pero ¿en qué manos estamos?

Que lo que más esté dando que hablar en las pocas semanas que lleva en La Moncloa Pedro Sánchez, sean sus posados fotográficos, no deja de ser un índice inquietante de lo que nos espera.

Que una de sus primeras decisiones inamovible, empecinada y hasta con visos trascendentes, sea remover los restos de un dictador tras más de cuarenta años de su muerte, también debería ser motivo de preocupación en cuanto a los proyectos de futuro de este gobernante.

Que tras los apoyos que obtuvo Pedro Sánchez para alzarse con la Presidencia del Gobierno, se muestre proclive a conceder a separatistas vascos y catalanes sus deseos en materia penitenciaria, desasosiega en cuanto que es solamente, una muestra de hasta dónde puede llegar alguien en el ejercicio del poder con tal de lograrlo y mantenerlo.

A la vista del reportaje fotográfico con las manos del presidente en primer plano hay que conjeturar que alguien en La Moncloa flojea en cuanto a neuronas. Bien sea el que asesora o el que se deja asesorar.

La obsesión por dar buena imagen no deja de ser una muestra de soberbia infantil o de narcisismo adolescente. Cuando se da en un personaje público que, además tiene en sus manos (nunca mejor dicho) los destinos de un país, hay que empezar a sospechar que, además de fallar algo en el engranaje de su entorno, anida en ese personaje una clara inseguridad en sí mismo y en lo que hace.

Manos, gafas, perro, avión... todo en una línea juvenil, progre y desenfadada, propia de un gran almacén con los probadores repletos de adolescentes.

Pero donde de verdad la imagen de Pedro Sánchez alcanza su cenit es cuando aparece disfrazado de Jefe del Gobierno de España. En su visita a Macron, en los apretones de manos con Merkel y hasta en sus rifirrafes parlamentarios con Rufián, el terno impecable, la camisa de color, la corbata escogida con mimo y anudada por manos expertas, constituyen un indudable signo de seriedad, de pericia en el manejo del poder y de un evidente poso de estadista, ese poso que dan las sesudas reflexiones sobre la tumba de Franco, la eutanasia, el acercamiento de presos, el cambio de nombre del Consejo de Ministros y de Ministras, los cabreos de Torra, las declaraciones de los ministros y ministras o las dimisiones relámpago de algún ministro. Corbata y seriedad que tranquilicen a las altas esferas de la banca y de la economía y a los lobbies europeos.

Pero lo más importante son las manos que 'marcan la determinación del Gobierno'.

El problema es que, puestos a los juegos de manos, igual hay gente que prefiere que nos gobierne Juan Tamarit.

 
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