Javier Fumero

Naturalizar las asquerosas manadas

Cuando Pablo Iglesias alude a la “naturalización del insulto” abre la puerta de forma sibilina a los escraches, las manadas y a la violencia doméstica

Pablo Iglesias se desmelenó este martes. Lo digo literalmente –porque menuda coleta se apretó- pero también de forma figurada: decidió convertirse en centro de todos los comentarios… amedrentando, plantando cara, desafiando a los periodistas críticos. En plan macho alfa, dejó para la posteridad este curioso propósito: su deseo de “naturalizar el insulto”. No sólo de la crítica, sino también de la injuria. Es bueno que nos vayamos acostumbrando a ser infamados.

Claro, los psicólogos se han echado las manos a la cabeza. Les parece una barbaridad. Consideran una “irresponsabilidad” las afirmaciones realizadas por el vicepresidente segundo del Gobierno porque la normalización de los insultos, explican, favorecen los actos de quienes no son capaces de controlar su propensión a la ira y con ello, la violencia física.

No es tema menor. Porque ¿qué es la violencia? El otro día me encontré en las redes sociales el vídeo de un oso sentado a la vera de un río, con las zarpas en alto. En un momento dado, con una rapidez impropia de su talla, metió las garras en el agua y sacó un pez de notable tamaño y se lo empezó a comer. La escena se veía con agrado, por lo espectacular del movimiento, y no generaba rechazo: es la fuerza al servicio de la vida.

Pero si este mismo oso enloqueciera y comenzara a sembrar de cadáveres la pradera, aniquilando a cientos de animales a su paso, en una espiral de furia y saña sin la menor referencia a un gesto de supervivencia, su acción sería ya violenta: no estaría al servicio de la vida, sino de la muerte y la destrucción. Esto repugna.

Basta mirar a nuestro alrededor para entender que la fuerza vital que alimenta la existencia es buena (nos conserva, nos hace fuertes, nos multiplica) pero necesita de medida. Y la medida es la razón. Cuando el ser humano renuncia a la ley que armoniza su existencia, se torna violento, se hace malo, acaba en el triunfo de la fuerza bruta. Ha prescindido de lo que en él era regla y medida de sí mismo y de los demás: la razón.

Por eso se puede decir que la violencia es el imperio de la irracionalidad, es el embrutecimiento derivado del derrocamiento de la razón del lugar que le es propio. De ahí que los sucesos de violencia machista, las palizas a los vagabundos, las asquerosas manadas abusonas o la quema de contenedores por las calles nos remitan a esas otras violencias más gruesas: la insensatez de las guerras que asolan países del tercer mundo, a las distintas formas de terrorismo que subsisten en todo el planeta, al aumento de la inseguridad ciudadana y a la desprotección de los débiles, los pobres y los niños.

Son vasos comunicantes. Cualquier incidente violento es una alusión directa a esas otras brutalidades carentes de tino: la explotación de los pobres e ignorantes a manos de los embaucadores y aprovechados, la supresión de las libertades, el atropello del competidor en las relaciones económicas, el ejercicio despótico de la autoridad… y también la crispación como forma de vida en la política o social y la manipulación de la opinión pública por parte de los poderosos.

Esto es lo que quieren decir los sicólogos. Cuando Pablo Iglesias alude a la “naturalización del insulto” abre la puerta de forma sibilina a los escraches violentos contra el discrepante, al atropello del tirano que somete a sus súbditos privándoles de libertad, al cierre de empresas de comunicación que resultan incómodas.

Mucho cuidado con naturalizar a las asquerosas manadas.

 

Más en twitter: @javierfumero

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