Nostalgia de políticos normales

Felipe González y Pedro Sánchez.
Felipe González y Pedro Sánchez.

En cuanto alguien, aunque sea desde el retiro, alza la voz para hablar con un mínimo de sentido común de los problemas que aquejan a nuestra clase política y a la sociedad en general, los ciudadanos se debaten entre la nostalgia y el ansia de ser gobernados por gentes simplemente normales.

Ni hay que aspirar a grandes estadistas, ni a generosos dirigentes, ni a individuos con cierta categoría personal intelectual o política, ni a sesudos ideólogos, ni a líderes carismáticos. Dadas las circunstancias los españoles, además de añorar épocas no demasiado lejanas y nombres de todas las ideologías que están en la mente de todos, se conformarían con políticos cuyas actuaciones no dieran paso a la incertidumbre, a la ausencia de fiabilidad y a gestiones desastrosas y fueran simplemente normales. Gentes del común, veraces, honrados, decentes, trabajadores y con alguna idea en la cabeza.

En cuanto alguien, aunque sea desde el retiro, alza la voz para hablar con un mínimo de sentido común de los problemas que aquejan a nuestra clase política y a la sociedad en general, los ciudadanos se debaten entre la nostalgia y el ansia de ser gobernados por gentes simplemente normales.

No hace demasiadas fechas unas declaraciones de Felipe González a un medio argentino, han despertado viejos recuerdos de cuando la vida política transcurría por derroteros que -aunque no exentos de diatribas, encontronazos y hasta de serias discrepancias- hacían posible pactos y consensos en cuestiones fundamentales y prosperidad social y económica, lejos de batallas estériles que, sin el menor rigor ideológico, son el gran obstáculo para el devenir de una sociedad que ha visto interrumpido el camino trazado, por una política en la que prima el navajeo, el insulto y hasta la traición a instituciones y leyes que deberían ser respetadas por todos en cuanto son la columna vertebral de nuestra sociedad.

Que declaraciones como las de Felipe Gonzáles, acertadísimas por otra parte, sean recibidas con alivio, con satisfacción y hasta con esperanza por  los españoles, sea cual sea su ideología, solamente muestra la soledad y el desasosiego en el que se encuentra una sociedad que ve atónita la marcha de la vida política, del devenir parlamentario, de la inanidad del ejecutivo y del divorcio de gobiernos autonómicos entre sí y con el Gobierno de la Nación.

Y que nadie se justifique en la pandemia ni mucho menos se refugie el los muertos. Episodios como el que se está viviendo en Madrid son solamente una muestra de una situación alarmante que está reclamando a gritos personas sensatas, libres de prejuicios, de ataduras partidistas y de intereses personales.

Lo ocurrido con la ausencia del Rey en Barcelona es otra muestra  de la indigencia neuronal de presidentes, ministros, dirigentes de partidos, de asesores y de la enorme cantidad de mangantes que pululan por nuestro espectro político. 

También mangantes, porque la cortedad mental es perfectamente compatible con la cualidad de la mangancia y hay demasiados personajes, también en el Gobierno, que simultanean ambas características.

 
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