Dos países africanos en el ojo del huracán: Congo y Sudán del Sur

Hace unos días, el 8 de este mes, se celebró su memoria, canonizada en 2000. Todo un ejemplo de esperanza para el papa Benedicto XVI, que relató su vida con un detalle poco habitual en un documento doctrinal, como la encíclica Spes salvi, de 2007.

El conflicto de Darfur batió al final del siglo pasado el récord de muertos y, sobre todo, de desplazados en todo el mundo, no sólo en el continente africano. No está cerrado. Y se complicó tras la división de Sudán en dos estados: no ha sido la solución superadora de las contiendas civiles, que se mantienen ante la relativa indiferencia mundial. No es el caso del papa Francisco, que menciona este país, junto con la República del Congo, como objeto de su inquietud ante el día de oración y ayuno al que invita a católicos y a la humanidad entera el próximo 23 de febrero.

Sudán del sur tiene la puntuación más alta en el Índice de Estados Frágiles, por delante de Somalia. Las tensiones con el norte –por diferencias étnicas y religiosas- dieron lugar a la primera guerra civil desde 1955 hasta 1972. Se recrudeció diez años después, tras el intento del entonces presidente sudanés de aplicar la sharía en todo el territorio: otro ejemplo de violencia islamista, ejercida en este caso desde el poder. El acuerdo de paz no llegó hasta 2005: el presidente Omar al-Bashir -inculpado por el Tribunal Penal Internacional de crímenes contra la humanidad en Darfur- aceptó un régimen de autonomía, que llegó en 2011 a la división del estado. Pero no han cesado los conflictos tribales, derivados también de la escasez y pobreza, unidos también a tensiones religiosas.

Estas tensiones afloran también en el Congo, como consecuencia de la firme postura de la conferencia episcopal, que se siente traicionada por el despótico presidente Joseph Kabila, que sucedió a su padre Laurent-Désiré, asesinado en 2001 (había llegado al poder por el golpe militar de 1997): su segundo y último mandato caducó legalmente en diciembre de 2016, sin convocar elecciones; y no parece dispuesto a hacerlo, a pesar del compromiso que asumió en los acuerdos de san Silvestre (por firmarse el último día del año), conseguidos gracias a la mediación de los obispos. Luego se desdijo.

En Kinshasa, como en Caracas, los autócratas no dejan el poder y su represión genera tensiones sociales y violencias. Kabila ha actuado con extrema dureza ante las recientes manifestaciones populares partidarias de las elecciones. La represión -principalmente en la capital- provocó la muerte de decenas de personas, sobre todo, por disparos de los servicios de seguridad, a veces incluso dentro de iglesias católicas. La ONU juzgó desproporcionado ese uso de la fuerza.

El gobierno ha insistido en diversas ocasiones en la imposibilidad técnica y económica de convocar elecciones generales y presidenciales. Pero no es cuestión de pobreza, como en Sudán, sino de corrupción. Desde la presidencia se ha montado toda una red en los sectores ricos de la economía congoleña: minería, agricultura y alimentación, banca, telecomunicaciones, urbanismo y propiedades.

De todos modos, aunque la desconfianza general es grande, la Comisión Electoral Nacional Independiente ha anunciado elecciones presidenciales, legislativas y regionales ad kalendas graecas: para el 23 de diciembre... Podrían volver a retrasarse e, incluso, convocar un referéndum para modificar la constitución y permitir la reelección de Kabila, a pesar de que esta posibilidad se excluyó expresamente en los acuerdos. Incluso, el portavoz oficial de la mayoría, de paso por París, se curó en salud señalando a Le Monde que la propia oposición querría el retraso, porque no está preparada...

Terrible sería que la no resuelta conflictividad en las provincias del este del Congo se difundiera por todo el país.

 
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