La partitocracia amenaza seriamente la vida democrática

            El problema no es sólo español, aunque se ha agudizado con motivo de la elección de candidatos para las próximas elecciones europeas, o de la renovación de organismos directivos de partidos en diversos niveles. Cualquier asomo de discusión o debate se valora como división, que daña la imagen del partido. ¿Pero no es peor aún la sensación de monolitismo? ¿O el carácter de cementerio de elefantes que algunos apuntan para la Eurocámara?

            Estas últimas semanas se ha planteado con viveza en Francia, tras la asunción por François Hollande de opciones cada vez más alejadas de presupuestos socialdemócratas. Incluso, ante la fuerte oposición popular, decidió retrasar proyectos de ley en materias familiares y sociales, donde el socialismo suele buscar cobijo cuando no mejora la realidad económica.

            En España, en cambio, no pasa nada, de momento… Aunque los dirigentes políticos parecen confabularse en contrariar programas y promesas electorales. Así sucede, por ejemplo, con medidas fiscales que podrían ser mucho más confiscatorias de lo que habría osado un gobierno de izquierda.

            En el país vecino, se habla sobre todo de “pacto de responsabilidad”, la gran propuesta del presidente de la República a los empresarios, para intentar salir de la situación de un desempleo creciente. Desde la izquierda de su partido, se considera un regalo a la patronal, que acepta encantada todo estímulo a la actividad industrial que signifique disminuir cargas sociales y coste del trabajo, como camino de retorno al crecimiento.

            En el fondo, no se acepta el viraje “liberal” del gobierno de François Hollande, incoado aun antes de lanzar ese pacto: el acuerdo interprofesional sobre empleo, de mayo de 2013, disminuía ya sensiblemente la rigidez del régimen jurídico laboral francés.

            En la práctica, aunque los contactos de François Hollande con Angela Merkel no son tan frecuentes y amistosos como los de Nicolas Sarkozy, su gobierno sigue aceptando el pacto fiscal europeo y la política de austeridad. En síntesis, lo contrario de lo prometido en campaña electoral.

            Más grave resulta quizá, en el plano social, la utilización partidista de la inmigración. Aquí, ante los sucesos de Ceuta y Melilla, se han podido observar actitudes de algunos partidos poco fundadas; incluso, distintas de las que adoptaron cuando tenían responsabilidad de gobierno. De modo semejante, en Francia, se han olvidado las críticas a la praxis de Sarkozy, ahora corregida y aumentada.

            Se explica, en parte, por la fuerza con que la extrema derecha de Marine Le Pen defiende la identidad francesa, aun a costa de posiciones próximas a la xenofobia. El Frente Nacional podría adelantar al PS en los próximos comicios, si se confirma la tendencia de los sondeos. De hecho, la evacuación de campamentos y la expulsión en 2013 de 21.500 “roms” (gitanos rumanos) es más del doble que años precedentes. No es paradoja que contribuya a la popularidad de Manuel Valls, ministro del interior, que hace electoralismo amparado en el riguroso cumplimiento de la ley…

            Estos cambios de criterio han producido muchas críticas por parte de los ecologistas que están y apoyan el gobierno. Pero también han causado movimientos dentro del propio socialismo, valorados por la cúpula como “división”, contraria a la unidad del partido. Resulta inevitable pensar en el relativo carácter sacral con que los líderes miran sus militantes, como si de una iglesia se tratase. No por azar en Francia utilizan la expresión “grand-messe” para referirse a las reuniones políticas importantes.

 

            Si se prima la uniformidad que rechaza la diversidad de criterios, pierde la democracia, aunque aparentemente ganen los partidos. En realidad, los deteriora, porque muestra su deficiente capacidad de análisis de los problemas. Muchas veces la decisión se toma en las alturas, incluso, sin contar con la opinión de ministros y secretarios de estado, y menos aún de diputados y senadores. En el fondo, prevalecen dudosas necesidades de comunicación, por encima de la búsqueda de soluciones a medio y largo plazo. Y se abona la tendencia a la abstención electoral, auténtica pesadilla para los partidos mayoritarios.

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