La pérdida de autoridad por falta de valía, injusticia, disimulo…

Jurado o prometido el cargo, o simplemento incorporado a él, su auctoritas  (todavía no ganada) quedará a la espera de que en su desempeño se haga acreedor de ella.

La distinción entre el potestas (poder) y el auctoritas (autoridad), reconocida ya en el Derecho Romano, resulta esencial a la hora de comprender el profundo significado de lo que implica dirigir de forma adecuada los derroteros de una nación, comunidad, alcaldía, empresa… El hecho de que ambos conceptos se empleen de forma sinónima invita a confusión; confusión, que pondría de relieve la falta de entendimiento del proceso por el cual una persona sigue con mejor o peor agrado las ”órdenes” dadas por  otra.

“El poder se ejerce” desde  la “imposición” en un intento de que bajo la expectativa de premio o amenaza se materialice lo que  desea se haga quien dirige. Se basa en lo extrínseco, en lo que desde situación ajena al individuo se puede hacer por él (premiarlo o castigarlo).

“La autoridad se gana” desde el “ejemplo” de una conducta que, teniendo por referente principios de justicia, servicio, bien común…, no se siente con derechos ni prebendas sobre los demás. Se basa en lo intrínseco. En la libertad interior de cada cual.

La autoridad implica que el “otro” -invadido por su ejemplo, y sabedor de su conocimiento y recta condición- quiera  hacer lo que quien habiéndosela ganado con anterioridad desea que se haga .

El poder, viniendo de serie con el cargo, no puede garantizar lo que está en manos de terceros dar: la autoridad. El poder se posee; la autoridad se gana o pierde según sea el caso.

Se pierde autoridad cuando desde el poder se permite atentar contra la ley. Cuando no se ejerce lo que por obligación corresponde y se disimula la falta. Cuando se permite ocupar la propiedad de titularidad pública o privada, agraviar a los símbolos que por común tenemos todos, apropiarse de la idea que no siendo propia daña a su legítimo propietario, cuando se permiten los vacios de poder…

Se pierde autoridad cuando desde el poder se actúa injustamente. Cuando se retuercen las leyes maniqueamente en busca de la arcadia feliz. ¡Exprópiese! Dirán unos, ¡Contrólese la prensa! Dirán otros. Se premia, y castiga también, al que no corresponde.

Se pierde autoridad cuando se hace un uso inútil del poder. Parecer que se hace algo cuando nada que no sea postureo se hace, se concreta como el mejor de los ejemplos.

 

Se pierde autoridad cuando la valía  (ética) y  conocimiento de quien ostenta el poder es escaso. No valen sofismos tales como que malemplearse fuera de la “jornada laboral” (ser grosero, “manguis” o meon) no desmerece cargo público. Se es, en todo momento, lugar y condición o no se es.

En definitiva, se pierde autoridad cuando no se actúa desde el ejemplo de una conducta que no solo persigue mostrarse como uno más, sino que también intenta ser referente en el conocimiento, en el decoro personal (indumentaria incluida), en la intencionalidad de buscar el bien común, en la huida de recetas facilonas que a nada conducen o que si  a algo llevan no es a nada bueno. Se pierde autoridad cuando…para qué continuar.


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