Aurelio Ruiz Enebral

¡Qué escándalo, aquí se acosa!

Independentistas boicotean el acto de S'ha Acabat.
Independentistas boicotean el acto de S'ha Acabat.

La intentona secesionista en Cataluña del otoño de 2017 tuvo sus consecuencias positivas. No hay mal que por bien no venga, que dijo el inspirador de todos esos alcaldes franquistas que se pasaron a Convergència Democràtica (arrepentidos los quiere Dios) de Catalunya en las primeras elecciones municipales tras la dictadura: la alerta antifascistas aún no funcionaba.

Decía que la fase aguda del proceso secesionista tuvo sus resultados positivos. Uno de ellos fue que a muchos medios de comunicación, de pronto, se les abrieron los ojos. Llevaban años ignorando por completo a las entidades no nacionalistas que sufrían la violencia (sí, violencia, para escándalo los equidistantes) de los independentistas más radicales.

De pronto, los episodios de acoso de septiembre y octubre de 2017 consiguieron el milagro. Las cámaras de los programas de actualidad de las televisiones nacionales y los reporteros de los grandes diarios empezaron a informar de actos reventados por masas de encapuchados con esteladas, pintadas de amenazas (dianas incluidas) a políticos no independentistas, ataques a sedes de partidos, escraches a carpas y mesas, acoso a catalanes miembros de las Fuerzas de Seguridad... todo acompañado de agresiones físicas, un goteo en los últimos años.

Como colofón, la Cataluña post-procés ofreció este 11 de abril de 2019 las imágenes -ahora sí en directo- de decenas o cientos de radicales independentistas de izquierda ejerciendo la costumbre ancestral de acosar al discrepante.

Pero hasta llegar a esas imágenes de Cayetana Álvarez de Toledo, José Bou, Alejandro Fernández y decenas de asistentes a una conferencia agredidos y zarandeados, de Maite Pagazaurtundúa increpada como “fascista” (consejo a quienes lo hicieron: lavaos la boca), hubo en Cataluña todo un reguero de episodios de violencia, intimidación que a casi nadie le importaron.

Muchos ocurrieron allí mismo, en el campus de Bellaterra de la Universidad Autónoma de Barcelona. ¿No interesaba?, ¿no vendía?, pero casi ninguno de los medios y periodistas que ahora pone el grito en el cielo dedicaron 30 segundos, o un breve escondido en una página par, a lo que ya sucedía entonces.

Las víctimas (de nuevo sí, víctimas) del acoso violento del independentismo radical han sido muchas en estos años. Pero valen como ejemplo los mismos organizadores de este último acto reventado.

Muchos de los impulsores de S’ha Acabat! fueron antes los responsables de Joves SCC, la sectorial juvenil de Societat Civil Catalana. Durante años -y a casi nadie le importó- trataron de difundir en universidades, y sobre todo en la Universidad Autónoma de Barcelona, su ideario contra la independencia.

Lo hicieron montando carpas informativas, organizando charlas, conferencias y debates. Entonces no abrían telediarios, pero cada vez que decidían mostrarse en público como asociación, la respuesta era implacable: “¡Alerta antifeixista!”.

 

Entonces decenas de escuadristas, a veces encapuchados y otras a cara descubierta (la desvergüenza de la impunidad, ya se sabe), acudían en orden de batalla a combatir al “fascismo” de una asociación estudiantil y juvenil que cometía el pecado mortal de ondear, en una universidad pública catalana, la bandera de España y la senyera de Cataluña.

No pasó alguna vez. Les pasó todas. 100% de efectividad. Cada vez que colocaron una carpa, se la boicotearon. Cada conferencia convocada atraía (como en esta última ocasión) a los escamots de orcos. Éstos reventaban las carpas, agredían a los miembros de Joves SCC y a los de otras asociaciones como Barcelona con la Selección, hacían pintadas amenazantes con los nombres de los estudiantes que lideraban estas asociaciones... pero a casi nadie le importaba.

Una de las consignas más repetidas por los independentistas radicales en ese otoño de 2017 fue “¡Els carrers serán sempre nostres!”. Sólo podría estar equivocado el tiempo verbal... ya se verá si “serán”, pero desde luego, las calles, las universidades y todo lo que se les antoja, son suyos.

Ellos, como la mafia, deciden quién puede y quién no puede hablar, expresarse, opinar y actuar. Por eso no toleran sin excepciones que alguien cometa el imperdonable pecado de no someterse a la omertá que ellos imponen. Cada acto público discrepante es una blasfemia, una herejía, una falta de respeta a la mafia independentista violenta que manda en algunas parte de Cataluña.

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