La represión en China se proyecta sobre Hong Kong

Seguirán aplicando políticas favorables a una mayor economía de mercado, pero sin soltar las riendas del poder, ni renunciar a la confusión entre partido y Estado, aun con alguna débil concesión. Sucede con la connivencia de las potencias occidentales, que cierran los ojos ante las violaciones de derechos humanos elementales, porque necesitan del enorme mercado de China para tantos productos y, sobre todo, que participen en la compra de títulos de deuda pública.

Acaba de comprobarse con la condena por un tribunal de Pekín de una veterana periodista, Gao Yu, de 71 años: deberá cumplir siete años de prisión, acusada de filtrar secretos de Estado al extranjero. Concretamente, habría proporcionado el llamado “documento nº 9” al Mirror Media Group, medio de comunicación chino domiciliado en Estados Unidos. Ese documento fue aprobado por el partido en la primavera de 2013, para advertir a sus cuadros de "siete peligros" graves, y mantener una campaña permanente en contra “ideas equivocadas”, como la democracia constitucional occidental, la sociedad civil, o la mercantilización total de la economía. Desde entonces, se ha hecho patente una especial ofensiva contra defensores de los derechos humanos, periodistas y profesores universitarios, ONG y activistas medioambientales.

Como es natural, Gao Yu se declara inocente, y sus abogados presentarán apelación contra un veredicto, que confirma la determinación del presidente Xi Jinping de reprimir la disidencia y hacer ver a los periodistas de las consecuencias de desafiar el monopolio del partido, como señalaba en su editorial del pasado 22 washingtonpost.com; recordabatambién que China es el único país en el mundo con un premio Nobel, Liu Xiaobo, encarcelado por delitos de opinión. No es casual que la víctima elegida como vía de ejemplarización sea una mujer que ha mostrado plena fidelidad a sus principios profesionales. Estuvo ya años en la cárcel después de las protestas de la Plaza de Tiananmen en 1989. Ha osado, incluso, escribir sobre Xi: negó a comienzos de 2013 su imagen de reformador, y afirmó lo contrario: restauraría el modelo de autoridad de Mao para el Partido comunista chino. Los hechos confirman su diagnóstico.

Lógicamente, esa política tiene una versión específica para Hong Kong. Pekín aplicó su clásica paciencia, con ayuda de policías y jueces, para vencer la resistencia cívica y los movimientos estudiantiles. La llama de la protesta puede ser vacilante, pero no se ha extinguido. Una parte muy significativa de la población de la ex colonia británica no parece dispuesta a rendirse ante los jerarcas del Partido, que buscan bloquear la elección del jefe del ejecutivo local por sufragio universal, prevista para un 2017 cada vez menos lejano. Los más partidarios de la democracia directa temen que la clase media se decante a favor de las propuestas del actual gobierno: para designar al jefe del ejecutivo de Hong Kong a través de un colegio electoral compuesto de figuras elegidas o afines al partido. Supondría la renuncia al modelo "un país, dos sistemas", cacareado por Deng Xiaoping en 1997 en el contexto del traspaso de poderes.

El actual ejecutivo, tras acallar el movimiento del otoño pasado  Occupy Central , lanza una gran campaña, a partir del 25 de abril, para convencer a los ciudadanos de las bondades del proyecto oficial para el futuro de una región administrativa especial, que perdería de hecho especificidad. Como resume Le Monde, en su editorial del 24, “Hong Kong es un poco menos Hong Kong”. El ejecutivo se cierra a la negociación, y no hace la menor concesión a las protestas más bien pacíficas de años anteriores: ¿una sequía demoledora que haría innecesarios ya aquellos paraguas símbolo de la rebeldía?

Pero se espera que el movimiento ciudadano “Scholarism” no permanezca inactivo, aun sin contar con los medios del partido gubernamental, pro Pekín, con un nombre a tono con la neolingua orwelliana que oculta su dependencia del PCCh: Alianza Democrática para la Mejora y el Progreso de Hong Kong. Tiene implantación en las barriadas-dormitorios y entre los inmigrantes de China continental.

De momento, el gobernador C.Y. Leung no alcanza la necesaria mayoría de dos tercios en el parlamento de Hong Kong. Necesita convencer al menos a cuatro diputados ajenos. En la presentación al Parlamento de la reforma, la oposición abandonó la sala. Sus representantes vestían una camiseta negra con una gran cruz amarilla en la espalda, signo de su desacuerdo.

Margaret Thatcher confiaba en que la retrocesión influiría en la democratización del continente. No podía imaginar que un líder chino del siglo XXI volvería a aplicar esquemas maoístas, y su influjo negativo para las libertades se impondría en la antigua colonia. Pero habrá que seguir esperando, también contra toda esperanza, sin dejar de apoyar a los disidentes.

 
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