José Apezarena

Sangre y sudor sí, pero paz no (los Ongi Etorri)

Agentes de la Guardia Civil.
Agentes de la Guardia Civil

La batalla del relato sobre la pesadilla vivida en el País Vasco, y en toda España, como consecuencia del terrorismo de ETA sigue librándose. Y, por el momento, sin que haya alcanzado un resultado esperanzador, que deje definitivamente en claro la realidad de lo ocurrido.

Un interesante paso, en esa búsqueda, es la estupenda novela de Fernando Aramburu, Patria, cuya lectura resulta indispensable para cualquier persona que rastree un poco de luz en la oscuridad que todavía reina sobre la citada pesadilla.

En esa dirección se sitúa también “Sangre, sudor y paz: la Guardia Civil contra ETA”, el libro escrito por Lorenzo Silva, Gonzalo Araluce y Manuel Sánchez Corbí, una obra que por fin he podido leer despacio, aprovechando los días tranquilos del verano.

Como indica el título, y se detalla en el prólogo, aborda “el nacimiento, auge, caída y extinción forzada de uno de los grupos terroristas más letales y persistentes del último siglo en Europa Occidental”. Es decir, de ETA.

Una historia de éxito, añade. El relato de un logro policial sin parangón “conseguido a partir del sudor y la sangre que en las coyunturas adversas forman parte del precio de la paz”. Sobre todo la sangre (y el éxito) de los miembros de la Guardia Civil, como se insiste en el libro.

Aconsejo la lectura de esa obra, como un escalón más en el objetivo de forjar el relato auténtico de los años de plomo del terrorismo etarra, sin que nos vendan mentiras y falsedades.

Me voy a permitir discrepar del título, sin embargo. Y en concreto del resumen de que la historia ha terminado con la llegada de la paz. Resulta verdad, si nos atenemos al hecho de que las pistolas y la dinamita han desaparecido. Y es cierto que los etarras han dejado de matar. Pero en Euskadi (y en Navarra) todavía no ha llegado la paz.

Basta recordar los sucesos de Alsasua, para asumir que para la real pacificación queda largo trecho.

Una confirmación más de que la paz sigue pendiente se concreta en los Ongi Etorri, las bienvenidas y homenajes a etarras que se están registrando este verano, que no dejan de sucederse en localidades del País Vasco y de Navarra.

 

La semana pasada, decenas de personas, entre pancartas y consignas a favor de los presos de ETA, recibieron en Bilbao a Joseba Enbeita Ortuondo 'Gorri', que ha cumplido 23 años de cárcel como colaborador del comando que asesinó al sargento mayor de la Ertzaintza Joseba Goikoetxea.

En lo que llevamos de año, los recibimientos a presos de ETA igualan ya a los registrados a lo largo de todo 2017.

El Observatorio de la Radicalización, impulsado por el Colectivo de Victimas del Terrorismo, detalla que en el año pasado se produjeron 48 homenajes a presos de la banda que habían cumplido condena, mientras que en lo que llevábamos de 2018 se han contabilizado ya 45: 26 en Guipúzcoa, 12 en Vizcaya, 4 en Álava, 3 en Navarra.

Los Ongi Etorri constituyen, sin duda, una humillación a las víctimas del terrorismo. Y un insulto al sentido de la justicia.

"El culto al terrorista en el País Vasco y en Navarra es constante", ha dicho la presidenta de Covite, Consuelo Ordóñez, que ha denunciado la pasividad de la Justicia. Porque que la Audiencia Nacional ha ido archivando sistemáticamente las denuncias de asociaciones de víctimas, o del Gobierno, contra los recibimientos a miembros de ETA.

Han callado las pistolas, pero quienes las utilizaron, quienes mataron, siguen siendo aclamados como héroes.

No hay paz. No la hay todavía. Es una paz mentirosa la que exalta a los asesinos.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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