“Seréis como dioses”

"La creación de Adán", de Miguel Ángel.
"La creación de Adán", de Miguel Ángel.

Esta cita del libro del Génesis es la que se me viene a la mente de manera recurrente desde hace diez días. Cuando toda esta crisis del coronavirus se convertía en una realidad que invadía nuestra vida.

Hemos sido como Adán y Eva. Caímos en la tentación de querer ser como Dios. Y hemos sido “adanistas”, hemos actuado como si todo empezara con nosotros, como si la historia no contuviera episodios como éste de modo recurrente. 

En mi opinión, y sin querer cargar las tintas contra nosotros mismos, hemos querido ser como dioses porque quisimos ordenar todo a nuestro alrededor conforme a nuestros criterios. Imponer nuestra voluntad de manera arbitraria y cortoplacista. Quisimos imponernos a la Naturaleza, entendida ésta en su sentido más amplio. 

Hemos creado nuestros becerros de oro. Patrones de vida que momentos como éste lo someten a una luz nada cómoda y los revela como inservibles. 

Nos hemos inyectado en vena un capitalismo salvaje, donde solo tiene cabida aquello que da un beneficio económico palpable. Un capitalismo que entiende la palabra beneficio solo como el suyo propio, y no el de los demás.

Un individualismo exacerbado que ha puesto por delante el “yo” ante las más dramáticas situaciones, me viene ahora a la mente la crisis migratoria en el Mar Mediterráneo. Un concepto del individuo que nos esclaviza y nos señala con el dedo sino cumplimos sus estándares de éxito basados en un materialismo burdo. Una sociedad entregada al carpe diem mal entendido, un carpe diem destructivo y sin futuro. 

Los medios de comunicación, una de las herramientas de control básico en democracia, conniven en muchas ocasiones con el poder político y económico. Y no solo eso, sino que además, hijos de nuestro tiempo, se han entregado a lógicas mercantilistas, lo que les ha llevado a ponerse en manos del sensacionalismo y el amarillismo, que llevados al extremo han derivado en la desinformación (las ya tan manidas “fake news” y todo lo demás). Y ahora resulta que la información, elemento básico para la toma de decisiones correctas, está entregada a otros menesteres. Y aquí tenemos una paradoja, tenemos todo para acceder a la información, pero ésta se ha acabado convirtiendo en una herramienta de desconcierto y disgregación de la sociedad. 

Nos hemos puesto en manos de la tecnología y de los tecnócratas, confiando en que ellos nos “salvarán”, que nos evitarán cualquier dolor y sufrimiento, idea recurrente en la historia de la humanidad. Incluso coqueteamos con la idea de la inmortalidad. 

Hemos querido ser como dioses, sin darnos cuenta de que nos estábamos poniendo nosotros mismos la soga al cuello. Encantados de la vida, anhelando ese deseo de ser dioses y olvidando que ése ha sido uno de los deseos más recurrentes del hombre pero que nunca se cumplió. ¿Cuántos prometieron el paraíso en la tierra? ¿Cuántos desastres les siguieron? 

 

Y de repente empezaron a llegarnos noticias del lejano Oriente. Un insospechado virus, parecido a la gripe decían, se ha convertido hoy en una pandemia que nos ha replegado a todos en nuestras casas como máximo remedio para intentar frenar su incontestable avance. Y yo me pregunto, ¿dónde quedan ahora nuestros “ídolos”? Esos que salían a diario en la prensa y ocupaban los primeros puestos en nuestras adoradas listas y rankings. Aquellos que eran un supuesto ejemplo del modelo de vida que proponíamos, ¿dónde están ahora? Me he llegado a preguntar en algún momento si no estará la naturaleza intentando poner de nuevo orden en las cosas.

Sin embargo, y aquí está para mi la gran paradoja, esos mismos que hemos creado esta civilización un tanto “surrealista” (todos nosotros), somos la gran esperanza para resolver esta situación. Somos nosotros mismos los que podemos sacar una lección positiva, una cura de humildad que nos devuelva a la realidad y nos lleve a estar más en armonía con nuestro entorno, físico y social. 

Hay millones de personas anónimas que, a diario, cumpliendo su deber, sin hacer aspavientos, representan nuestra máxima esperanza. Lo son todos aquellos por los que salimos a aplaudir por las ventanas todos los días a las 8, por supuesto que sí. Pero lo son también todos aquellos que hacen lo que deben. Cuidan de sus hijos, de sus padres y hermanos. Son todos ellos los que nos hacen más humanos, los que nos devuelven la esperanza de que esto mejore y que al final merezca la pena tanto sacrificio. 

Nosotros mismos, muchos de los cuales no saldremos nunca en un telediario ni ocuparemos conversaciones interminables en nuestros ahora añorados bares, somos los que podemos poner remedio. Ahora siguiendo las indicaciones. Siendo pacientes, cuidando de nosotros y de los que nos rodean. Y en un futuro no muy lejano, seremos nosotros los que tendremos que sacar un aprendizaje de todo este mal sueño. Y no solo un aprendizaje sobre cómo evitar pandemias y comunicarlas. Espero que la mayor lección que aprendamos vaya enfocada a valorar las cosas importantes en la vida. Nuestra familia, nuestros amigos y seres queridos. La inmensa suerte que tenemos de vivir en un país como España y compartirlo con sus gentes. Valorar lo que hemos conseguido hasta aquí en términos de bienestar y libertad. No dar nunca por sentado nada de lo que se disfruta, ni olvidar que imperios más grandes han caído. 

Ojalá que toda esta historia del coronavirus sea para nosotros esa Historia, que es maestra para todos, y nos ayude a volver a ser y construir una sociedad más humana, centrada en las personas.

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