Javier Fumero

Lo sienten mucho, se han equivocado, no volverá a ocurrir

Imagen de la detención de Rodrigo Rato a la salida de su domicilio.
Imagen de la detención de Rodrigo Rato a la salida de su domicilio.

La semana pasada concluyó con sorpresa. Se produjeron algunas intervenciones públicas muy poco frecuentes. Me refiero a las solicitudes de perdón a la sociedad española y a sus ciudadanos protagonizadas por Carlos Lesmes y Rodrigo Rato.

El presidente del Tribunal Supremo pidió perdón por la confusión creada en torno a las hipotecas. “Esto no lo hemos gestionado bien, sin duda –dijo Lesmes-, lamentablemente no lo hemos gestionado bien. Se ha provocado una desconfianza indebida en el alto tribunal y no puedo más que sentirlo, lo sentimos todos”. Y añadió: “pido disculpas a aquellos ciudadanos que se hayan sentido perjudicados en esta deficiente gestión”.

Rodrigo Rato, por su parte, se dirigió a los periodistas justo antes de su entrada en la prisión madrileña de Soto del Real, donde ingresó el jueves para cumplir la pena de cuatro años y medio de prisión que le impuso la Audiencia Nacional, y confirmó el Supremo, por el uso de las ‘tarjetas black’.

-- “Acepto mis obligaciones con la sociedad y asumo los errores que haya cometido. Pido perdón a la sociedad y a aquellas personas que se hayan podido sentir decepcionadas. En nombre mío y de mi familia doy las gracias a todos los que nos han apoyado en estos momentos”, dijo el ex vicepresidente del Gobierno.

Este caso es especialmente llamativo. Rodrigo Rato se había caracterizado durante todos estos años por adoptar una actitud displicente, fría y hasta áspera. Siempre se declaró una víctima del sistema judicial que sentenciaba por anticipado y de un Partido Popular que le dejó en la estacada cuando más lo necesitaba.

He decidido escribir hoy sobre esto porque me parece importante poner en valor lo que ha sucedido.

Hace falta coraje, valentía y arrestos para arrepentirse públicamente. Es un reconocimiento de culpa realizado de forma voluntaria, que implica además una cierta asunción del daño causado.

En cierto modo se rompe con el pasado, con el hecho en cuestión. Se admite ante la sociedad que lo sucedido es una torpeza, una equivocación. No se debe volver a repetir. En ese sentido, se puede decir que la disculpa pública actúa de elemento regenerador. De un mal se puede extraer un beneficio. Gracias al arrepentimiento.

Hay quienes han marcado distancia con estas declaraciones. Quienes ven estos posicionamientos como operaciones meramente cosméticas. A estos se les podría decir que si hace falta valor para pedir perdón, también hay que tener gallardía para perdonar.

Lo natural es concebir la pena como castigo. Pero ante la contrición del ofensor, el perdón es también un modo de cicatrizar las heridas. A corto plazo puede parecer una cesión, una pérdida. Pero a la larga, aporta beneficios para quien lo concede.

 

Perdonar es dar una segunda oportunidad a la que, en justicia, todo el mundo parece tener derecho. La querríamos sin duda para nosotros mismos. Por eso, quien accede a permitir que otros reemprendan un nuevo camino en sus vidas actúa con magnanimidad, con corazón grande. Y pasa lo que pasa con los actos virtuosos: que uno incorpora ese modo de ser a su 'sistema operativo'. En este caso, el que perdona se vuelve generoso, espléndido. Es decir, mejor persona y por tanto, más feliz. Parece que merece la pena.

Más en twitter: @javierfumero

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