Los sindicatos del norte se rebelan contra la posible injerencia de Bruselas

Pedro Sánchez y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
Pedro Sánchez y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

Desde los tiempos en que algunos defendíamos la libertad sindical, con gran oposición del sistema, encarnado en el diario Pueblo, nos interesaba mucho, además de las convenciones de la Organización Internacional del Trabajo, el modelo de los países del norte de Europa: la afiliación a los sindicatos no era obligatoria, pero alcanzaba cifras por encima de las tres cuartas partes de los trabajadores. Gracias a los gobiernos estatales y, sobre todo, a sindicatos y patronales –a través de la negociación colectiva-, se establecía un derecho del trabajo tuitivo que alcanzaba prácticamente a los diversos ámbitos de la relación laboral.

Todo estaba tan previsto y organizado, que se produjeron las “huelgas salvajes”, casi como un grito a favor de la libertad, en contra del agobiante encorsetamiento social. Sin perder fuerza, la evolución ha sido positiva, hasta el punto de que hoy Dinamarca es admirada por su “flexiseguridad”, que combina con cierta armonía las exigencias de las transformaciones técnicas con la protección de los trabajadores.

En cualquier caso, la realidad social muestra la buena experiencia de que tantas decisiones se tomen lo más cerca posible de los protagonistas, para evitar fórmulas abstractas que acaban creando más problemas de los que intentan resolver. Quizá por esto, los sindicatos del norte se oponen a un salario mínimo interprofesional europeo, una figura que no han necesitado en sus países, por la pujanza de la negociación colectiva. Lógicamente, los convenios se aplican a todos, también a los no afiliados. En modo alguno ven necesaria la propuesta de Bruselas, dirigida a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, cuando éstos gozan de unos salarios notoriamente superiores a los de los demás países de la Unión Europea, especialmente Dinamarca y Suecia.

Al principio, los líderes sindicales manifestaron su temor a que la unificación de criterios sociales en Europa pudiera justificar una reducción de salarios: los empresarios ganarían con la directiva de Bruselas. Pero también las patronales defienden el actual modelo y rechazan injerencias. Piden a los gobiernos que se muevan para evitar males mayores.

Este debate manifiesta la fragilidad del actual derecho del trabajo, ante el peso y la aceleración de las transformaciones técnicas. El carácter manifiestamente tuitivo del derecho laboral, protector de lo existente, entra en crisis cuando cambian radicalmente las circunstancias de empleo y desempleo.

Por eso, soluciones típicas de la que se llamó inicialmente “economía colaborativa”, encuentran difícil acomodo en la praxis del laboralismo nacido básicamente para paliar los extremismos de la revolución industrial.

Así sucede, por ejemplo, respecto de la condición jurídica de los repartidores, controvertida en muchos países, con reiteración de sentencias judiciales, como la reciente en Francia contra la plataforma Deliveroo: la vieja distinción entre contratos de obra y de servicio puede ser cauce de fraudes de ley, tanto en el aspecto estrictamente laboral como respecto de las cotizaciones a la seguridad social.

Es un ejemplo entre tantos de la transformación actual del trabajo profesional, que sigue regido en gran parte por criterios nacidos en el siglo XIX, cuando se generalizó el trabajo fuera del propio hogar. Antes estaban muy vinculados: en la agricultura, los servicios clásicos –incluido el comercio- y la industria artesana. El trabajo dejó de estar ligado preferentemente al perfeccionamiento ético de la persona, porque la remuneración se situó en el centro de su configuración jurídica; a partir de ahí, se sucederán las disposiciones para aumentar la retribución y mejorar las condiciones laborales, en el sentido más amplio de estos términos.

Mucho más va a cambiar ahora con los avances técnicos. No parece realista pensar que, gracias a la llamada impropiamente inteligencia artificial, los robots podrán sustituir máximamente a las personas, pero sí se advierten ya –también por la tendencia a la paridad- modificaciones significativas, que diversifican y flexibilizan las prestaciones. Hace muchísimos años, cuando éramos jóvenes y buscábamos agendas prácticas, un buen amigo comentaba que la mejor agenda es una secretaria eficiente. Pero, con el avance de portátiles y móviles, cada uno viene a ser secretario de sí mismo, lo que supone un aumento de actividad no remunerada...

 

Se trata sólo de ejemplos, de entidad muy diversa, que indican la necesidad de olvidar antiguas soluciones para abordar con criterios nuevos los actuales problemas y los que se avecinan. Tal vez, la creciente desilusión ciudadana ante los sistemas de gobierno derive de ese empeño en fórmulas gastadas, que se aplican, con notoria ineficacia, por impulsos ideológicos más bien trasnochados. Más bien se engañan consolándose en los apoyos populares que reciben: a mi juicio, reflejan sólo indignación, y llevará tiempo rectificar los errores, como en Grecia.

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