Javier Fumero

Será sinvergüenza

Tengo una tesis. Existe una sutil conexión entre el empeño que demuestran algunos por liberar a los ciudadanos del rubor y la vergüenza, y los casos de corrupción que vamos conociendo. Me explico.

Los formatos de telerrealidad como ‘Gran Hermano’ o ‘Supervivientes’, y sus primos como ‘Mujeres, hombres y viceversa’, ‘Firsts Dates’ o ‘Casados a primera vista’ son un canto a la desvergüenza. Aunque la pista central de este show business sea probablemente 'Sálvame'.

Se mercadea con la propia interioridad a tanto el kilo. Según sus promotores, no hay nada que merezca la pena ocultar. Todo vale.

Compensa hacer negocio con la propia intimidad, desnudar tu alma a cambio de mucha pasta. Es rentable y güay. Te haces famosete y obtienes un pasaporte que da derecho a otras prebendas. Puedes cobrar un sueldo por asistir a fiestas de verano como estrella invitada, por ejemplo. Y así todo.

En el fondo, la vergüenza –aseguran- es un convencionalismo, un cliché impuesto por la sociedad. Lo que aquí escandaliza, en una tribu africana es lo normal. Antes enseñabas un tobillo y era pecado. Hoy han cambiado las cosas y se llevan los gayumbos calados a media asta.

No es verdad. Puede haber diferencias culturales pero sentir vergüenza es algo natural y, además, muy positivo: es como una señal de alerta que nos permite detectar cuando algo no va bien en asuntos de gran entidad. De hecho, alude a lo más importante. Se está protegiendo algo muy valioso: el buen comportamiento, la honestidad, el pudor, lo más íntimo…

Sentir vergüenza quiere decir que hay un debate en marcha, algo esencial que se está dirimiendo. No es bueno cercenar ese aviso a navegantes.

¿Convención social? Esta es la tesis de quienes viven de explotar la vida privada de los demás, de quienes consideran que no debe haber límites éticos o morales. De quienes amasan su fortuna bebiendo de esas charcas: la curiosidad, el morbo, los chismes, las pasiones.

Claro, después pasa lo que pasa. Ahora hay un clamor popular contra… por ejemplo, Francisco Granados. Ya saben: el del hotel de 27.000 euros, la donación de 12,6 euros a Unicef, los coches de lujo con chofer y las ‘putitas de confianza’, todo pagado por un empresario que obtenía a cambio prebendas políticas.

 

¿Nos indigna este comportamiento? ¿Nos enfada la corrupción? Sí. De hecho, si pidiéramos opinión a la gente de la calle escucharíamos expresiones como las siguientes: “Debería darle vergüenza”, “es un desvergonzado”, “menudo sinvergüenza”…

¿En qué quedamos?

Más en twitter: @javierfumero

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