Todo opinable

De la mano del relativismo y una curiosa interpretación de la libertad, se ha instalado entre nosotros el reino de lo opinable. Incluso comienza a abrirse camino en ámbitos en los que hasta ahora no había penetrado, como el científico. La reciente polémica protagonizada por los enemigos de las vacunas es una muestra de este fenómeno, al que le traen sin cuidado las certidumbres apodícticas, sustituidas ahora por la conjetura, el engaño o la realidad imaginada. La doxa platónica ha triunfado finalmente sobre la episteme, y en la caverna ingeniada por el gran ateniense quedan pocos que salgan a ver el sol y retornen para contarlo, manteniéndose la verdad cada vez más inexplorada en infinidad de terrenos. Dentro de poco la ley de la gravedad se convertirá en algo cuestionable y la manzana de Newton en una pera limonera.

La razón cuenta hoy con menos espacio, ocupando su lugar esa locuacidad fácil que huye del serio conocimiento de las cosas. Esto sucede en buena medida por la deliberada postergación de cualquier certeza, física y no digamos metafísica, y su conversión de un mundo virtual tipo Matrix en el que da igual que algo sea cierto o falso, porque lo importante es que las palabras o la imagen vayan más rápidas que el pensamiento, y que la vana apariencia lo presida todo.

En la actualidad, hasta las mayores evidencias son materia de opinión. Ni el test del pato sirve ahora, porque aunque veamos a un pájaro que nade o grazne como él, o cuente con su pico y sus plumas, siempre habrá quien sostenga que es discutible que se trate de un pato. Esta inmadura forma de entender la vida se extiende a cualesquiera asuntos, desde los más prosaicos a los más relevantes, configurando calles repletas de osados ignorantes que pontifican a la ligera sobre lo último que han escuchado o visto en internet, exigiendo además respeto a su estulticia, porque hoy existe el derecho a decir simplezas con ropaje de erudición.

Este eclipse del raciocinio por la mera opinión se suele asentar sobre un libre albedrío que ninguna relación guarda con lo que aquí nos ocupa. Por supuesto que existen materias opinables, sobre las que cada quien puede expresarse como considere, pero incluso en ellas existen patrones que contribuyen a formarse un criterio certero. Aunque para gustos haya colores y todo sea según el color del cristal con que se mira, contamos con especialistas que se dedican a estudiar el pigmento más apropiado para cada aplicación, de modo que hasta en lo que menos nos imaginamos la opinión cuenta con instrumentos a su servicio para encauzarse en torno a la racionalidad, porque una cosa es hablar y otra opinar.

Quienes, en legítimo uso de su libertad, opinen sin saber de algo o entiendan que una certeza irrefutable es opinable, deberán por pura lógica respetar la libertad ajena de considerarles unos genuinos patanes, aunque quizá estimen hasta esto dudoso, en ese bucle infantil y relativista en el que se desenvuelven y que tanto cálido acogimiento les ofrecen nuestras sociedades contemporáneas.

 
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