¿Me estarán utilizando?

Que nadie se me enfade porque yo siga a lo mío. Como Umbral cuando gritaba indignado ante Merceditas Milá aquello de “yo he venido a hablar de mi libro”, uno también tiene sus fijaciones. En mi caso, ‘mi libro’ es lo dañino que resulta para una sociedad la mentira.

Una sociedad sana y fértil está sustentada sobre la confianza mutua. Sin ella la vida sería un infierno. Confiamos en que nos paguen las deudas, nadie se salte el semáforo en rojo cuando nosotros pasamos, el autobús siga la ruta establecida, los alimentos cumplan los criterios de salubridad que prometen, la policía detenga a los malos, el jefe nos abone el sueldo a final de mes… Y así todo.

Por eso, cada vez que te engañan muere un gatito. Te vuelves más suspicaz, menos confiado. Te pones a la defensiva. Eso nos separa. La mentira favorece el individualismo, el aislamiento. Es un acto de violencia.

Hay mentirosos compulsivos y personas que simplemente no saben ser honrados. Pero la peor mentira es la que abusa de la buena fe de otros para satisfacer un deseo personal o para alcanzar un beneficio aprovechándose de los demás. Eso es dinamita.

Es el caso del padre de esa niña llamada Nadia y de ese señor que acaba de ser detenido tras embaucar a famosos y ciudadanos corrientes con sus múltiples padecimientos de pega. El daño que hacen estas personas es brutal porque abusaron de la credulidad de personajes públicos y hombres de bien que, cuando han conocido la falacia, se han llevado un desengaño tremendo.

Pero la gente de la calle también habrá tomado nota. ¿Le vuelvo a dar al pobre de la esquina? ¿Mantengo mi ayuda mensual a esa ONG? ¿Sigo repartiendo ropa? ¿Hago una donación a esa escuela en dificultad? ¿Apadrino de nuevo a un niño de Haití? ¿Apoyo con mi firma esta campaña contra la malaria? ¿Me estarán engañando? ¿Me estarán utilizando?

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