Javier Fumero

Por qué el vicepresidente discrepa tanto

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tras firmar el acuerdo para un Gobierno de coalición
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tras firmar el acuerdo para un Gobierno de coalición

En esto todo es nuevo. No había precedentes. En la España del bipartidismo que rigió en este país tantos años jamás se pudo experimentar esta fórmula de compartir gobierno. Quizás por esa falta de experiencia, los partidos políticos sufren ahora las tensiones propias de quienes deben gestionar una coalición. No es fácil.

No lo es para el binomio Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Y no lo es tampoco para Isabel Díaz Ayuso e Ignacio Aguado en Madrid. Cada cierto tiempo saltan chispas, ajustan cuentas, se roban protagonismo, airean en público gruesas discrepancias… Todo eso sin dejar, eso sí, que la sangre llegue al río. 

¿Por qué sucede esto? Porque hay mucho en juego: el futuro político de cada formación. El riesgo es dejar que el partido rival rentabilice mejor que tú, en imagen y valoración, esos años al frente del Ejecutivo. Algo que puede suponer tu muerte política.

Lo dice la experiencia: quien más difícil lo tiene es el que actúa de vicepresidente. El número dos suele pagar en las urnas hasta un buen comportamiento del gobierno que comparte con el presidente. La formación política que ejerce de muleta de otra mayor puede ser percibida, con el tiempo, como innecesaria por los votantes: para esto elijo al otro, al que lidera. 

Si el partido con más apoyos de la coalición pasaba por un momento de debilidad, de zozobra –de ahí que no consiguiera los apoyos para liderar de forma autónoma- tú le permites rehacerse. No hay que olvidar que gobernar esel mejor bálsamo para políticos y partidos. Y su contrario: la oposición es muy dura y desgasta.

Pero el partido coaligado al líder puede sufrir una crítica peor: durante esos años mandando te has desnaturalizado, has traicionado nuestros principios… todo para pillar cacho, lo has hecho para pisar moqueta. Eso provoca una desmovilización evidente, cuando no un trasvase directo de votos al partido vecino, que gana protagonismo.

Todo esto explica el afán de Pablo Iglesias e Ignacio Aguado por desmarcarse de Pedro Sánchez y de Isabel Díaz Ayuso, respectivamente. Buscan tener voz propia. Es un intento constante por demostrar su utilidad, por convencer a sus seguidores de que no es lo mismo: ellos suponen un contrapeso fundamental al partido que lidera.

En ese proceso son capaces de forzar al límite la situación, hasta provocar choques durísimos y graves con sus presidentes. No es un afán tonto por discrepar, un deseo de buscar una simple foto. Les va el futuro en ello.

Sin embargo, hay gobiernos que suponen una extraña excepcionalidad a todo lo dicho. Me refiero concretamente al gobierno de Andalucía. Allí la coalición entre Juan Manuel Moreno (PP) y Juan Marín (Ciudadanos) goza de una excelente salud y la relación parece –al menos vista desde Madrid- una balsa de aceite. Curioso.

 

Más en twitter: @javierfumero

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