Que vuelva Garcilaso - La escuela de la delicadeza

Petrarca se echa a llorar, a Ronsard se le van las salaces manos tras las ninfas; Garcilaso será fiero en la guerra como un Marte, amigo de los infinitos de la melancolía que dejan los libros y -ante todo- amante capaz de toda vulneración y delicadeza. Él siempre hará vibrar de significación al tópico en unos versos de factura de cristal, temblorosos del "dolorido sentir" que los recorre. También es capaz de contener a Grecia y Roma en giros donde resuena Virgilio de un siglo a tantos siglos después. Para tantos, Garcilaso fue la puerta de entrada en elegancia de la poesía. La poesía española, después de él, casi siempre buscará una expresividad más gruesa.

Cada año, en primavera, algún adolescente desatento en clase encontrará la linfa de su propio dolor al dejar caer los ojos sobre los versos de aquel caballero toledano: "Con mi llorar las piedras enternecen / su natural dureza y la quebrantan". La naturaleza amplifica su dolor como el dolor del mundo que experimenta el amante sin correspondencia. Son las quejas de amor embridadas en la contención tan dificultosa del endecasílabo que se importó de Italia y que refrescó de arte la respiración octosilábica de la lengua castellana. La elegancia de Castilla estará ahí, del siglo XV al XVI, del Marqués de Santillana al Garcilaso desterrado. "Se quejaba tan dulce y blandamente" que podía alimentar de lágrimas un río sin perder la contención. Garcilaso nunca suena a escuela. Lenes palabras del amante que se reconoce obligado: "por vos he de morir, y por vos muero".

Ayer y hoy de Garcilaso, escuela de sensibilidad que Azorín, otro gran delicado, supo retomar. Azorín tiene algo garcilasiano, pontífice de poesía a prosa. Habrá que hacer ese elogio de la delicadeza que parcialmente ya hiciera Sainte-Beuve al reconocerse con pena como "el último de los delicados". Garcilaso será a la vez agreste y esmaltado, con el punto de "maniera" de la voluntad de arte. Se trata de versos sabrosos del venero más puro, que punzan por su precisión y por su capacidad evocativa pero aún punzan más cuando adivinamos el continuo de expresión lírica que alberga el corazón del hombre y que, en el hombre occidental, dio en pastores y ninfas, gozos de mayo y mitos de primavera. Apolo sigue persiguiendo a Dafne. Eso se ve en Rafael o en Poussin y suena en Garcilaso. No es irresponsable dejar a la poesía la formación del sentir: ese fue su papel por tantos siglos.

 
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