La neotérica relación Madrid/Rabat, el Sáhara y Ceuta y Melilla

Una de las consecuencias centrales de la nueva relación hispano/marroquí es el anuncio de la celebración antes de fin año de la XII RAN, prevista inicialmente para diciembre del 2020. La anterior Reunión de Alto Nivel tuvo lugar en junio del 2015, con el gobierno del PP, y en cuanto elemento clarificador y potencialmente destrabador, resulta fundamental. Cuando se llegue a las negociaciones, en las que España se verá constreñida a una estrategia defensiva en tan proceloso tablero, jugando con las negras, en lugar de rentabilizar el ataque que proporcionan las blancas, entonces procederá nuestro recordatorio una vez más: se impondrá realizar un ejercicio de muy alta diplomacia, que permita compatibilizar el profundizar y antes, el reconducir los contactos con Marruecos, los más históricos, ricos, especiales y complejos en la polícroma globalidad de nuestras vecindades, con el respeto a los principios.

Sobre el Sáhara, se reitera de nuevo, todas las veces que fuera menester que diría el clásico, que la resolución a tan enconado conflicto requiere ineludiblemente la concertación, la entente entre los contendientes. Que la clave radica en llegar al acuerdo entre las partes. Y ni la RASD, ni Argelia, parte más que interesada, aceptan la neotérica posición española, que parece no tener en cuenta elemento tan básico.

Y en relación con las ciudades, islas y peñones, la reivindicación, que forma parte del credo programático e irrenunciable alauita, que es histórica e imprescriptible, está congelada en Naciones Unidas por Marruecos desde el 13 de agosto de 1975, era el momento del Sáhara y Hassan II en buen táctico decide bifurcar los esfuerzos, “pendiendo como espada de Damocles sobre la cabeza del gobierno español hasta el día en que a Rabat le interese reanimarla”, en la frase autorizada aunque un tanto efectista del diplomático Francisco Villar, lo que, siempre teóricamente, reactivado el caso, colocaría el tema ante el Comité de los 24 (Mohamed VI o su sucesor, no irían al TIJ porque a diferencia del Sáhara, sus chances se dirían menores), esto es, incluible en el Estatuto de Territorios no Autónomos. En este punto y como es sabido, las modalidades de la libre autodeterminación son, independencia; libre asociación; integración, o cualquier otro estatuto político. 

Entonces, y estamos repitiendo fundamentalmente las tesis, el catálogo de una veintena de “soluciones”, que escribí hace más de treinta años en Córdoba, Argentina, luego publicadas por el Instituto de Estudios Ceutíes, existiría la posibilidad de que Marruecos “recuperara” las ciudades. Pero se daría también la misma eventualidad, sólo que con visos de mayor probabilidad, de que se desestimara la opción marroquí. No parece haber necesidad de argüir en demasía para concluir que en la disyuntiva integración a España o a Marruecos, las ciudades se decantarían por la alternativa española o en otros términos, que en ninguno de los cuatro supuestos de la autodeterminación, Ceuta y Melilla revertirían a Marruecos. Por lo pronto está el argumento más simple, el numérico (atención, políticos hispánicos) pero hasta en cuotas similares hay datos suficientes para pronosticar que los musulmanes se sienten melillenses y ceutíes lo que les da un nivel de vida político y económico superior al que, a pesar de sus meritorios y sostenidos avances, ofrece el vecino del sur, que necesitaría bastante tiempo, así en genérico, para superar el gap. “Somos melillenses”. Ni españoles ni marroquíes. Melillenses, proclamaban, como tantos otros, en las manifestaciones masivas de finales del 87, los miembros musulmanes del grupo cultural Averroes, colocando la problemática en la nueva dimensión que se deriva de un acendrado particularismo, de un sentido y arraigado localismo, originado como reacción defensiva y en el que podría radicar la solución quizá menos forzada: el reconocimiento del sentimiento melillense y naturalmente, en su caso, del ceutí, como variable potencialmente dirigida a la libre determinación.

Y si se quiere, incluso la misma independencia, solución que aparte de su basamento legal, se inscribiría de forma natural en el contexto de la autodeterminación de los pueblos. Se trata de núcleos poblacionales de cuantía considerable, que llevan establecidos en el territorio secularmente. Situados así, ante la salida independentista, no resultaría inconveniente determinante la exigüidad territorial (Ceuta, 19.300 Kms2; Melilla, 12.300). Recordemos que Mónaco tiene una superficie de 2 kms2.

A partir de aquí, la viabilidad sería otra cuestión, lo que emplaza el tema ante la posibilidad teórica de la libre asociación, en el estado políticamente casi puro de Puerto Rico con Estados Unidos o en los más peculiares pero igualmente operantes de la “amistad protectora” de Francia con Mónaco o de Italia con San Marino, y dentro de esos regímenes interesarían los aspectos económicos, es decir, las uniones aduaneras del tipo Liechtenstein/Suiza o Mónaco/Francia, como recoge todo ello el inolvidable profesor de París, Charles Rousseau.

Sea como fuere, la eventual salida, en tamaña cuestión, sin duda el contencioso más delicado y complicado que tiene España, donde el concepto y la terminología salida resulta más indicado que el de soluciones, pasaría por la voluntad de los habitantes, base incuestionable de cualquier derecho internacional que se proclame moderno.

 
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