Israel, los islamistas y el enemigo común

El Estado de Israel cumple 65 años en medio de vertiginosos cambios geopolíticos en Oriente Medio. Se ha alejado hace tiempo la posibilidad de una guerra entre los israelíes y sus vecinos árabes, y el conflicto israelo-palestino ha entrado en una fase de estancamiento en la que no se adivina una salida realista para la solución de dos Estados que puedan convivir entre sí. Las revueltas de la Primavera Árabe y la inestabilidad de los nuevos regímenes, la guerra civil siria o la amenaza del programa nuclear iraní son factores que dejan en un segundo plano las habitualmente tensas relaciones entre Israel y los árabes. Además estos hechos traen el efecto de diseñar extrañas alianzas, o al menos entendimientos, entre adversarios que se sienten amenazados por un enemigo común.

Oriente Medio parece asistir a una guerra no declarada entre suníes y chiíes. Lo vemos en Irak, donde los salvajes atentados terroristas responden a la etiqueta de una violencia sectaria, y en Siria, con una rebelión encabezada por los suníes enfrentados a una minoría alauí representada por el clan de los Asad, apoyada por el régimen fundamentalista chií de Teherán, que también cuenta entre sus aliados a la milicia libanesa chií de Hezbolá, que mantuvo una guerra con Israel en el verano de 2006. El eje chií (Siria, Irán y Hezbolá) es ahora el principal enemigo de los israelíes, pero también supone una preocupación, pese a los gestos diplomáticos y las visitas oficiales, para el Egipto del presidente Morsi, miembro de los Hermanos Musulmanes, y sobre todo, para la Turquía del primer ministro Erdogan, dirigente del islamista moderado AKP, que irritó a Teherán cuando Ankara se prestó a formar parte del escudo antimisiles americano o accedió a desplegar misiles Patriot de la OTAN en la frontera con Siria. Además resulta llamativo el cese del lanzamiento de misiles desde la franja de Gaza contra el territorio israelí, lo que indica que los islamistas de Hamás, hasta hace poco identificado con el eje chií, han pospuesto por el momento su encarnizada oposición a Israel. Si Hamás esperaba tener en Egipto un aliado de peso contra Israel, ha errado en sus cálculos, pues Morsi, acuciado por la inestabilidad política interna y la necesidad de seguir contando con el apoyo económico de Washington, ha demostrado ser un pragmático y no ha denunciado, como algunos hubieran querido, el tratado egipcio-israelí de 1979, que supuso la devolución del Sinaí, ni tampoco ha roto las relaciones diplomáticas, e incluso en el pasado mes de julio, designó un nuevo embajador egipcio en Tel Aviv, al tiempo que enviaba una carta cordial de salutación al presidente Shimon Peres. La misivafue divulgada por los medios israelíes, si bien en algunos medios egipcios se dijo que era una falsificación o, en el mejor de los casos, se ajustaba únicamente a los procedimientos de cortesía habituales en estos casos y propios de cualquier Ministerio de Asuntos Exteriores. Por lo demás, Morsi no suele mencionar en sus discursos al Estado hebreo.

La reconciliación de la Turquía de Erdogan con Israel, aceptando compensaciones económicas por el asalto al Mavi Marmara a pesar de que los israelíes no han levantado el bloqueo de Gaza, parece inscribirse en la misma dinámica de distensión con Israel de otro país que tiene también por enemigos a los chiíes iraníes, los salafistas y los yihadistas suníes. Washington ha auspiciado la reconciliación turco-israelí, pero también espera una mejora de las relaciones entre los gobiernos de Ankara y Bagdad, donde dominan los chiíes, pues las tensiones entre ambos sólo pueden contribuir al aumento de la influencia iraní en Irak. Turquía seguirá teniendo una relación privilegiada, sobre todo por sus necesidades energéticas, con el gobierno autónomo kurdo del norte de Irak, pero debe ser la primera interesada en salvaguardar la integridad territorial iraquí y no alterar el frágil statu quo de la región.

Hay, por tanto, un cauce para el entendimiento entre Israel y los islamistas de Egipto y Turquía, pero la situación sobre el terreno sigue siendo volátil. En la evolución de los acontecimientos, habrá que tener en cuenta el desenlace de la guerra en Siria, con un Asad cada vez más acorralado, y si asistiremos a una intensificación del programa nuclear iraní que puede poner a prueba la paciencia israelí y la credibilidad norteamericana.

 
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