Ucrania, ¿revolución o revuelta?

La caída del presidente Yanukovich ha sorprendido por haberse producido a las pocas horas de haberse firmado un acuerdo político en Ucrania que trataba de sosegar los ánimos tras los sangrientos sucesos de días anteriores. Pese a las apariencias, no estamos ante una segunda edición de la “revolución naranja” de 2004. Más bien se trata de una revuelta, y no de una revolución, como acostumbraba a decir Octavio Paz cuyo centenario celebramos en este año.

Hay quien dice que la partida geopolítica la ha ganado Occidente y la ha perdido Rusia. En 2004 no fue así y tampoco lo es ahora, diez años después. Ciertos medios de comunicación, analistas y políticos occidentales caen a veces en la tentación de comparar a las multitudes de Kiev con las que hace un cuarto de siglo llenaban las calles de la Europa del Este tras la caída del comunismo. Pero en Ucrania no hay Havels ni Walesas sino políticos nacionalistas, pro-rusos y anti-rusos, y  partidarios de un capitalismo burocrático que no sabe distinguir el interés privado del interés público. Como en otros sistemas políticos similares y de la misma área geográfica, los ex comunistas se han reconvertido en los nuevos nacionalistas. Muchos han recorrido el camino de Damasco de la distancia que separa a Lenin de Adam Smith, al menos en el plano teórico. De ahí que el desenlace de los acontecimientos no conduzca a un cambio revolucionario en el que Ucrania encuentre su camino hacia Europa, como lo hicieron en su día Polonia, Hungría o la República Checa. Estamos ante una revuelta que desea ajustar cuentas con el pasado reciente y que hace despliegue de símbolos e imágenes, en la  que no faltan los de tipo religioso, ortodoxos o grecocatólicos, aunque también se exhibe al líder carismático. Este carisma lo aporta Yulia Timoshenko, víctima de la persecución política de Yanukovich, y que se mantiene en un plano discreto sobre sus ambiciones presidenciales, frustradas en 2010 por el hasta ahora presidente ucraniano. Un analista político francés señalaba con agudeza que Timoshenko ha funcionado mejor hasta ahora como icono que como gobernante, pero en esta hora de tácticas, más que de estrategias, cuenta más la princesa rubia que se dirige a la multitud en Kiev y sabe galvanizar las emociones colectivas. ¿Quién recuerda que la ex primera ministra era morena cuando se dedicaba a los negocios del gas antes de entrar en el parlamento en 1996?

Conforme pasen los días veremos que Ucrania se caracteriza por una frágil estabilidad y que sus problemas no se resuelven con una mera elección presidencial. El motivo principal la división del país entre una Ucrania occidental, que formó parte del imperio austrohúngaro y de la primera república de Polonia, y una Ucrania oriental, con mayoría ruso parlante y vinculada a la siderurgia y la minería, actividades priorizadas por Stalin. Pero un problema mayor es el de la península de Crimea, que perteneció siempre a Rusia, hasta que el secretario general del PCUS, el ucraniano Nikita Jruschov, favoreció su inserción en Ucrania en 1954. No es casual que ese mismo año se cumplieran tres siglos de la anexión de Ucrania por el imperio zarista. ¿Quería dar Jruschov algún tipo de compasión a un nacionalismo ucraniano que no se había extinguido del todo, pese a lo proclamado por la doctrina oficial soviética? Crimea, y en concreto el puerto de Sebastopol, es vital para la flota rusa en el mar Negro, pero sus habitantes son mayoritariamente rusos. Esos habitantes conocen el apoyo que Moscú ha dado a las poblaciones rusas en el Transdniester (Moldavia), y sobre todo a las repúblicas de Abjasia y Osetia del sur, separadas de Georgia tras un breve conflicto con Rusia en 2008. ¿Se iniciará en Crimea una secesión que pedirá ayuda a los rusos? Un escenario peligroso que aconseja la prudencia tanto en Moscú como en Kiev.

El presidente ucraniano que salga de las urnas debería mantener el equilibrio entre Rusia y Europa que se han visto obligados a mantener anteriores mandatarios como el propio Yanukovich. El ex presidente incomodó a los rusos por anunciar que firmaría un acuerdo de libre comercio con la UE, aunque al querer volverse atrás y echarse en brazos de Moscú, firmó su sentencia de muerte política. En este sentido, Yulia Timonshenko, al ser originaria de Dnipropetrovsk, al este del país, debería tener la prudencia de no apostar únicamente a la carta occidental y satisfacer de alguna manera ciertos intereses rusos.  Cuando era primera ministra, su relación con Putin fue mucho más cordial que la de Yanukovich. Sin embargo, no estamos de acuerdo con Zbigniew Brzezinski, el ex consejero de seguridad de Jimmy Carter, al preconizar que Finlandia debería ser un modelo para Ucrania, pues es miembro de la UE y tiene buena relación con Rusia desde la época soviética. Es un loable propósito, aunque el inconveniente es que Finlandia tiene una cohesión nacional que no posee Ucrania.

Antonio R. Rubio Plo es analista de política internacional y profesor de política comparada

 
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