¿Una victoria pírrica en Egipto?

El calendario de reforma constitucional, referéndum, y elecciones legislativas y presidenciales en el plazo de un año resulta demasiado optimista para ser creíble. Después de la revolución de 2011 que derrocó a Mubarak, y que desembocó a los dieciséis meses en una nueva defenestración política, habría que decir que nunca segundas transiciones fueron buenas. Si el objetivo de una transición es la convocatoria de elecciones libres, los resultados en Egipto serán un reflejo de la polarización de la sociedad entre la Hermanos Musulmanes y los secularistas liberales, por no hablar de los salafistas, fundamentalistas que también aplaudieron la caída de Morsi, o de aquellos nacionalistas que echan de menos la “estabilidad” de las décadas pasadas. Nada nuevo a lo que hemos visto en el último año.

Hay que hacerse una cierta violencia mental para presentar las manifestaciones anti-Morsi como un ejemplo de la acción de la sociedad civil que hace uso de su derecho de resistencia a la opresión, aplicando la teoría de Locke como los colonos americanos en el siglo XVIII. No estamos ante un George Washington o un Simón Bolívar egipcios que derrocan al tirano y luego construyen un proceso político secundado por la gran mayoría de su pueblo. No cabe desconocer que una gran mayoría de egipcios sigue siendo partidaria del islamismo político, sobre todo porque el poder establecido, bien fuera la monarquía del rey Faruk o los gobiernos controlados por los militares que la siguieron, persiguieron encarnizadamente a los Hermanos Musulmanes, y toda persecución contribuye a dar a los perseguidos la aureola del martirio. Es lo mismo que está sucediendo ahora, derramamiento de sangre incluido. Por tanto, resulta muy apresurado decir, como hacía un columnista del semanario Al Ahram, que estamos ante el fin del Islam político y el comienzo de un Estado para todos los ciudadanos basado en el imperio de la ley, la justicia, la igualdad y la libertad. Es lo deseable para la nueva transición, pero no se ajusta a la realidad actual.

Pero no es menos cierto que el gobierno de los Hermanos ha decepcionado a muchos de los que les votaron. Estos electores terminaron por descubrir que no existen soluciones mágicas para los problemas de la miseria y del desempleo de los jóvenes, y que el país está al borde del colapso económico. La acumulación de poderes por los gobernantes no ha sido percibida por la opinión pública como el efecto de una situación de emergencia a la que hay que hacer frente sino como una ruptura de la legitimidad alcanzada en las urnas. El Egipto de Morsi parecía convertirse en un paradigma de lo que el analista Fareed Zakaria llama las “democracias no liberales”, aunque no está claro que la evolución del proceso político, a corto plazo, desemboque en una auténtica democracia, una democracia que no lleve adjetivos añadidos porque sí los lleva, no es un régimen democrático y de libertades.

La segunda transición egipcia tendrá que contar con los Hermanos Musulmanes, y éstos habrán de reconocer, aunque sea implícitamente, que no cabe un retorno a la situación anterior al 30 de junio, lo que hace de Morsi un político amortizado. Una transición al margen de los islamistas es un riesgo que los militares no deberían correr, pues ahondaría en la fractura de la sociedad egipcia, algo que también estaba haciendo un presidente que había asumido unos poderes faraónicos. Una verdadera transición pasa porque no existan ni vencedores ni vencidos.

La clase política egipcia debería aprender de los errores de los dos últimos años y medio. Pero también sería aconsejable que los Hermanos demostraran una mayor prudencia si los resultados electorales les favorecen, pues siguen siendo el grupo político-religioso mejor organizado de Egipto, pese a la decepción que ha supuesto Morsi. Los partidos secularistas están divididos y el movimiento Tamarrod, que convocó las protestas contra los Hermanos, no está concebido para trasvasar a las urnas su poder de convocatoria en las redes sociales y en la calle. En tales circunstancias, el golpe militar, apoyado por los secularistas, puede desembocar en una victoria pírrica.

 
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