Que se abochornen ellos

Ana Pastor –que desempeña magníficamente la presidencia de las Cortes- acaba de decir a los diputados, en una de sus habituales parrafadas de reconvención, que están abochornando a los ciudadanos. Tiene razón la presidenta en cuanto a la denominación de bochorno, pero se equivoca en cuanto al sujeto del bochorno.

Claro que en lo que se refiere al bochorno nuestros políticos se llevan la palma, pero el bochorno es para ellos y no para los ciudadanos.

En todo caso los ciudadanos pueden sentirse avergonzados de semejantes representantes, avergonzados de los espectáculos que todas las semanas se dan en el hemiciclo, de los ‘numeritos’, de los letreritos, de las camisetitas, y hasta de las pancartitas que exhiben y lucen sus señorías; avergonzados de los insultos, de los dicharachos y de los epítetos que se dirigen unos a otros; avergonzados de su falta de ideas, de su escasez de elegancia parlamentaria, de su ingenio romo y hasta de su presencia poco ejemplarizante. Avergonzados sí, pero abochornados no. Que se abochornen los protagonistas.

Pero es de temer que el reflexivo abochornarse no entra en el caletre de la inmensa mayoría de nuestros hombres públicos. No hay más que seguir (hay que tener vocación de héroe) la campaña de las elecciones catalanas, para darse cuenta del desahogo de quienes se dedican a la descalificación del otro, a los trapos sucios del otro y al descrédito del otro, sin hacer la menor alusión a los problemas reales de Cataluña, sin aportar la más mínima solución a esos problemas y sin pronunciar una sola palabra en positivo a la que se pueda agarrar un votante de buena fe, que busque algo más que política de puñalada trapera.

Que se abochornen ellos, pero su capacidad de análisis de lo que supone bochorno, está bajo mínimos.

Los ciudadanos, algunos ciudadanos, bastante tienen con arrepentirse de su voto.

 
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